Jose M. Martínez-Sánchez, Universitat Internacional de Catalunya

Las consecuencias del tabaco para la salud son bien conocidas por todo el mundo. Han pasado a la historia los tiempos en que el hábito de fumar estaba socialmente aceptado y las personas fumadoras ocupaban todos los espacios públicos y centros de trabajo exponiendo pasivamente al tabaco –un agente cancerígeno reconocido como tal por por la Organización Mundial de la Salud– a las personas no fumadoras, especialmente la población infantil.

Se me vienen a la memoria imágenes de mi infancia con mis antiguos maestros y maestras de la EGB fumando por los pasillos de clase, en el “recreo” y, en algunas ocasiones, incluso dentro del aula. Hasta había profesores de la asignatura de “gimnasia” que fumaban, lo cual no dejaba de ser una paradoja.

También recuerdo alguna visita al pediatra nublado por el humo del tabaco que emitía el cigarrillo de algún profesional sanitario del centro de salud de turno. Pero, ¿qué podíamos esperar en los ochenta y los noventa, cuando la manualidad que hacíamos para celebrar el 19 de marzo, día del padre, era un cenicero de arcilla?

¿Un presente libre de humos?

Afortunadamente, estas imágenes forman parte de un pasado gris, del mismo color que desprende el tabaco en combustión. En estos últimos 20 años, hemos avanzado mucho en materia del control del tabaquismo. Concretamente en España se han implementado dos leyes de control de tabaco con el fin de proteger a la población no fumadora de la exposición pasiva al tabaco. Con la evidencia científica entre las manos, no cabe duda de que estas legislaciones ha reportado beneficios humanos, sociales y económicos en nuestro entorno.

Sin embargo, y a pesar de estas normativas, el tabaco sigue siendo la primera causa de mortalidad y morbilidad evitable de nuestro país y el resto de países de nuestro entorno. Para colmo, es el principal factor de riesgo de las enfermedades no transmisibles, como son numerosos cánceres y enfermedades respiratorias y cardiovasculares. En suma, todavía queda mucho por hacer.

Además, la población infantil es la más vulnerable a la exposición al tabaco. En este sentido, un aspecto poco conocido por los padres, madres y familiares de menores de 10 años es la exposición pasiva al tabaco de tercera mano (thirdhand smoke en inglés) y su impacto en la salud infantil.

El ignorado humo de tercera mano

El término “humo del tabaco de tercera mano” se utilizó por primera vez en la literatura científica en 2006. Se trata de aquellos contaminantes residuales del humo del tabaco que permanecen en las superficies (ropa, muebles…) y el polvo después de que una persona haya fumado. Pueden pasar a fase gaseosa o reaccionar con oxidantes y otros compuestos ambientales para producir contaminantes secundarios.

Debido a los procesos de oxidación y reconstitución que se producen en las superficies al depositarse, se ha demostrado que estos componentes del “humo del tabaco de tercera mano” también presentan toxicidad. Y dado que se encuentran en el polvo y en las superficies, pueden ser ingeridos, inhalados o incluso absorbidos a través de la piel.

Este humo de tabaco de tercera mano se puede detectar intuitivamente porque, desde la desnormalización del consumo de tabaco en todos los espacios públicos y centros de trabajo, distinguimos por el olor si una persona ha fumado recientemente aunque no este haciéndolo justo en ese momento.

Proteger a la infancia

Nuestros hijos e hijas son más sensible y vulnerables que los adultos a los efectos de la exposición al humo del tabaco de tercera mano. ¿Por qué? En esencia por dos motivos principalmente: mayor frecuencia respiratoria y sistema inmune en desarrollo.

Además, en algunas etapas del desarrollo, como la etapa de lactante o la primera infancia, es habitual llevarse cosas a la boca, gatear y chupar todo tipo de objetos, lo que incrementa su exposición.

Para que no quepan dudas, ya existen estudios que mencionan los efectos perjudiciales de esta exposición en la población pediátrica, incrementando las exacerbaciones asmáticas y otras enfermedades respiratorias en niños y niñas. Cabe destacar también que los ambientes privados, como hogares y vehículos privados, son –tras los colegios o centros educativos– los lugares donde los niños suelen pasar más tiempo, sin que ninguna normativa impida que sufran exposición pasiva al tabaco de tercera mano cuando los padres, madres o familiares fuman.

La cosa se agrava si pensamos en la cantidad de horas que hemos pasado últimamente en los hogares como consecuencia del confinamiento, que ha sido la medida de salud pública más utilizada para la lucha contra la COVID-19. Momentos como este invitan a reflexionar sobre la importancia de que se promuevan hogares libres del humo del tabaco en todo momento. Porque no, no vale “fumar en la cocina” mientras los críos juegan en el salón, dado que así no se evita su exposición al tabaco de tercera mano.

Además, los padres y madres que fuman, así como todas las personas fumadoras que trabajen con población infantil (maestros/as, educadores/as, pediatras, enfermeras/os, etc.), deben extremar la higiene después de haber fumado para no transmitirles el humo de tercera mano.

Jose M. Martínez-Sánchez, Epidemiólogo responsable del Grupo de Evaluación de Determinantes de la Salud y Políticas Sanitarias, Universitat Internacional de Catalunya

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