Endo Tokiko vive en Sendai, la ciudad más grande de la región de Tohoku, en Japón.

No creo que le importe que les cuente que tiene 80 años. Ella seguramente le estará contando a todo el mundo cómo venció, conquistó o, mejor dicho, aplastó a un británico con casi la mitad de sus años.

Es más, probablemente les explicará lo fácil que le resultó la contienda con el hombre bajito de la BBC que puso todo su empeño.

Viajé a Sendai para reunirme con el doctor Ryuta Kawashima. Él es un neurocientífico japonés que se dedica a mapear las regiones del cerebro que controlan las emociones, el lenguaje, la memoria y el conocimiento.

Es muy conocido en los círculos académicos. Pero también tiene un club de admiradores de millones de niños y adultos que lo conocen como el profesor del "Brain Grame", un videojuego de Nintendo.

Su fama comenzó a crecer con la publicación de su libro "Entrena tu cerebro: 60 días para tener un cerebro mejor".

Se vendieron más de dos millones y medio de copias. Le siguieron más libros que despertaron el interés de Nintendo, que transformó su programa en un juego que a su vez se volvió un éxito con 19 millones de copias vendidas.

Desde el Centro para el Envejecimiento Inteligente de la Universidad de Tohoku, Kawashima trabaja ahora con grupos de ancianos, investigando cómo hacer para mantener sus cerebros activos por más tiempo.

Beneficios

Kawashima cree que la plasticidad cerebral –la habilidad del cerebro para cambiar– no sólo existe en la gente joven sino también en los pacientes con demencia.

Una de sus preocupaciones es que cada vez más utilizamos las computadoras, y eso hace que nuestro cerebro se vuelva perezoso.

En otras palabras: el mundo moderno nos está haciendo tontos.

Pese a que hay cierto escepticismo entre diversos profesionales en torno a este área, su trabajo no es sólo popular: podría ser beneficioso tanto para las personas con demencia como para el resto.

Kawashima cree que hacer frecuentemente algunos ejercicios simples puede ayudar a revertir ciertos procesos de envejecimiento en algunas funciones cerebrales.

Hacer sumas o restas sencillas no sólo nos hace mejor en matemáticas, dice, sino también nos ayuda a recordar nombres o dónde dejamos las llaves del auto, y hace que nuestro cerebro adquiera una mayor pericia para todo lo que tiene que hacer.

Tres veces por semana, un grupo de residentes ancianos de Sendai se acercan al gimnasio cerebral de Kawashima para entrenar en un ambiente controlado.

Uno de esos días participé yo también.

Con un monitor en la cabeza, competí contra la alumna estrella, Endo Tokiko, que se sentó junto a mí.

Se la veía tranquila, en control. Miraba hacia el frente, sin sonreír. Su rostro no traicionaba ninguna emoción.

"Pueden dar vuelta la hoja y comenzar", anunció Kawahisma, una frase que no escuchaba desde hace muchos años.

Me apresuré durante las diez primeras preguntas, con la confianza que me dio saber que la prueba era más rápida de lo que esperaba.

Mi triunfo estaba asegurado.

No me di cuenta en qué momento Tokiko giró la segunda página. No quería mirar hacia su lado para no perder tiempo, pero nunca me hubiese podido imaginar que ya había completado la primera.

Terminé la primera sección y me arriesgué a mirar sesgadamente a mi oponente que se apresuraba para finalizar el examen cuando yo apenas había terminado la primera parte.

Con una sonrisa casi imperceptible, apoyó el lápiz sobre la mesa y dirigió su mirada a Kawashima. No hacía falta decir nada, pero Kawashima igual expresó a viva voz: ganó Tokiko.

"Con un brazo atado"

Realmente no podía creer que me habían derrotado y en una forma tan contundente.

Es más, un análisis de nuestros patrones cerebrales durante el ejercicio reveló algo aún más sorprendente.

Mientras que yo usé todas mis armas mentales, iluminando mi monitor cerebral como si fuese un cielo cubierto por fuegos artificiales, el monitor de Tokiko mostró que estaba usando sólo una parte mínima de sus facultades.

La competencia terminó con un apretón de manos amistoso.

Kawashima me explicó que mi oponente no sólo me había ganado, sino que lo había hecho con un brazo atado a la espalda.

La anciana había usado una fracción de su poder mental, mientras que yo había puesto todo mi arsenal en funcionamiento.

Este desempeño brillante, dijo, fue el resultado de un entrenamiento de 15 minutos al día.

Antes de escribir tuve que volver a mirar el nombre de mi contrincante. Ella seguramente todavía se acuerda del mío.

Otra muestra de que uno de los dos está haciendo regularmente unos minutos de ejercicios mentales.

 

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