Fue el secreto mejor guardado del mundo del arte por décadas. Nacida en Cuba e instalada desde los años 50 en Nueva York, Carmen Herrera pintó compulsivamente cuadros de arte abstracto y minimalista, fuerte color y precisa geometría. Claro que nadie los compraba, y ella no tenía mucho interés por la fama. Eso hasta que cuando cumplió 90 años vendió por primera vez una obra a una galería, y todo se movió rápido: las más grandes colecciones del mundo se pelean sus pinturas, y ahora el Whitney planeó la primera retrospectiva de su obra, mientras que se lanzaba el documental The 100 years show sobre su vidas y trabajo. Hoy tiene 103 años.

Hija de periodistas, Herrera creció en La Habana, en una casa con mucho interés por lo artístico. Estudió arquitectura y se inspiró en los trabajos de Amaleia Peláez, la famosa pintora cubana, para convertirse en artista. Herrera partió junto a su marido, Jesse Loewenthal a vivir a Nueva York, y luego pasó una temporada en París donde se le abrió la cabeza a las nuevas corrientes abstractas. Cuando volvió a la Gran Manzana en los 50 comenzó perfeccionando su hoy valorado estilo geométrico. Quizás por ser mujer, quizás por no tener interés en las luces -aunque tiene un genial sentido del humor, que se aprecia en las entrevistas-, que por décadas pasó desapercibida. 89 años sin fama. A ella no le importó: “Cuando eres conocida quieres hacer siempre lo mismo para agradar a la gente. Y, como nadie quería lo que yo hacía, me estaba agradando a mi misma. Esa es la respuesta”, contó.

El mundo no la conocía, pero algunos artistas sí: fue su amigo Tony Bechara, en 2004, quien la recomendó para una muestra de pintoras geométricas. Desde ahí, no ha habido cómo pararla: el Tate Modern o el Moma compraron sus obras, y este año, tuvo su muestra en la Lisson Gallery de Londres.  Ahora se abre su retrospectiva en el Whitney. Herrera, quien sigue a sus 101 pintando todos los días, se convirtió en una nueva favorita de la plástica.

Cuando recientemente se le preguntó que cuál era el mejor consejo que le podía dar a una artista joven, contestó: “Paciencia, querida, paciencia”.

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