Es una de las artistas plásticas más importantes del siglo XX, pionera no sólo en el modernismo norteamericano, probando con la abstracción en sus pinturas antes que el resto, sino por desarrollar un estilo propio, influenciado pero no determinado por nada externo. Georgia O’Keeffe plasmó sus sentimientos y su visión en sus pinturas de huesos, paisajes de Nuevo México y, sobre todo, en sus famosas flores. Sus pinturas son de las más caras hoy para una artista femenina.

Nació en una granja en Wisconsin, y desde pequeña recibió lecciones de pintura; pronto su talento la hizo querer ser artista de profesión. Pero aunque tras el colegio recibió cursos en Chicago y Nueva York, se sintió insatisfecha; eran los principios del siglo XX y la escuela que se enseñaba en todas las academias era la del realismo. O’Keeffe sentía que ese estilo de pintura no la representaba. Dejó de pintar unos años, se dedicó a enseñar, hasta que en 1912 tomó un curso de verano en Virginia donde le impartieron la filosofía de Arthur Wesley Dow: la pintura podía en verdad transmitir más que una imagen perfecta, sino que sensaciones del artista. O’Keeffe comenzó a experimentar con abstracciones primero, adelantándose a otros artistas de su época, en carboncillo y luego en óleos de ondas y sinuosas curvas de color. Pronto sus trabajos le llegaron al fotógrafo y representante de artistas Alfred Stieglitz, quien vio en la joven pintora un estilo único; ya en 1916 montó su primera exposición, y de inmediato O’Keeffe fue reconocida como una pionera en el mundo del arte norteamericano.

La relación entre O’Keeffe y Stieglitz terminó en matrimonio, con él tomando más de 300 fotografías de su mujer, muchas de ellas desnudos, que alimentaron la celebridad de la pintora por lo escandaloso para la época. Ya en los años veinte O’Keeffe exponía todo el tiempo, dejando atrás las formas abstractas, para hacer retratos minimalistas de edificios en Nueva York, o comenzando ya con sus famosas flores. O’Keeffe hizo un acercamiento total a las flores, simplificando y detallando a la vez; aunque muchos consideran que eran alegorías sexuales, ella siempre defendió que, simplemente, retrataba la belleza de una flor. “Nadie ve realmente las flores -son tan pequeñas-, no tenemos tiempo, y para ver necesitas tiempo”, contó ella. “Así que me dije a mi misma, pintaré lo que veo. Lo que la flor es para mí. Pero lo pintaré en grande y se sorprenderán del tiempo que toma verla”.

O’Keeffe siguió siendo una reputada artista, y unos años tras la muerte de su marido en 1946, se fue a vivir a Nueva México, donde sus paisajes se volvieron la nueva temática de sus obras, llenas de colores y sensaciones, y explorando los huesos de animales. La artista siguió pintando, pero a avanzada edad sus ojos comenzaron a fallar. Aunque dejó la pintura al óleo en 1972, siguió trabajando con asistentes, usando la memoria para revivir los paisajes y objetos que la marcaron.

Los cuadros de O’Keeffe son de los de más valor para una artista femenina, y la pintora recibió diversos honores en vida, como la Medalla de la Libertad, el más alto honor civil para los estadounidenses. El Museo Georgia O’Keeffe en Nuevo México, abierto en 1997 en Santa Fe, es el primero dedicado a una sola artista mujer.

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