En los años 80, cuando un nuevo virus comenzó a aparecer en el mundo, muchos desestimaron la enfermedad como una epidemia que sólo afectaba a drogadictos y homosexuales. Pero hubo quienes vieron en el virus que atacaba al sistema inmunológico una amenaza transversal, y en el caso de Mathilde no sólo quisieron combatirla desde el campo de la salud y la investigación, sino que también defender a los grupos estigmatizados con el contagio; para la genetista y viróloga, se transformó además en una lucha de derechos civiles. Así, Mathilde Krim se transformó en creadora y directora de amfAR, una de las fundaciones más grandes en el combate contra el SIDA.

Krim nació en Italia, pero su familia pronto se mudó a Ginebra, donde ella creció. Estudió biología y obtuvo un doctorado en esa ciudad, y luego de casarse –y convertirse al judaísmo-, se fue a vivir a Israel con su nuevo marido e hija. Ese primer matrimonio pronto acabó en divorcio, pero Krim se quedó un tiempo más en Israel, donde formó parte de Instituto Weiszmann; ahí trabajó en investigación del cáncer, y además estuvo en el equipo que desarrolló la prueba prenatal amniocentesis.

Se volvió a casar con un importante productor estadounidense y miembro del partido demócrata –además de cercano a John F. Kennedy- y partió a vivir a Nueva York con su familia. Siguió estudiando y trabajando en medicina en prestigiosas universidades e institutos, siempre en la investigación del cáncer y siempre comprometida con diversas causas ciudadanas, hasta que en los 80 apareció la epidemia del SIDA.

Mathilde se transformó en la más fiera defensora de los infectados con el virus, reconociendo también sus consecuencias en la sociedad completa. A través de amfAR –donde su socia era Elizabeth Taylor-, recaudó millones de dólares para investigación, y entusiasmó a actores famosos y políticos influyentes a preocuparse por el SIDA. Sus planes no sólo llamaban a el sexo seguro, o la educación acerca de agujas, sino que además peleó con líderes religiosos que condenaban a quienes sufrían la enfermedad, y luchó para que no existieran las pruebas médicas con placebos. Ella consideraba que la ignorancia y la discriminación contra los enfermos era intolerable.

Mathilde se convirtió en un ícono de la lucha por décadas. Recibió más de diez doctorados honoris causa de distintas universidades prestigiosas, y Bill Clinton le entregó la Medalla presidencial de la Libertad, el más alto honor civil para un estadounidense. Mathilde murió en enero de 2018, a los 91 años.

Hoy más de 35 millones de personas en el mundo están infectadas de SIDA; amfAR sigue luchando y recaudando fondos por ellas.

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