“Tal vez tenga un cerebro mágico, no sé. Más que cuadros, los míos son pensamientos”. Matilde Pérez fue una mujer atemporal, los años y las épocas nunca le impusieron nada que a ella no le interesara. Huérfana de madre, a los 5 años supo que quería ser artista y sin proponérselo se transformó en la más vanguardista del arte moderno chileno.

Desde sus inicios Matilde decidió que el arte figurativo le ponía límites a su capacidad expresiva y se embarcó en una búsqueda que la llevó a explorar distintos formatos hasta que en 1960 partió a París a estudiar un año becada por el gobierno francés.

Ahí conoció al húngaro Víctor Vasarely, de quien aprendió las posibilidades de la abstracción geométrica y adoptó el lenguaje cinético. Volvió a Chile y se dedicó a crear incansablemente; esculturas, murales, collages, cuadros y grabados.  Siempre con el “ojo móvil”, durante décadas ajena a las modas y a la fama.

Matilde murió a los 97 años, intactamente moderna, lúcida y visionaria. Ganó montones de premios y reconocimientos pero no el Premio Nacional de Artes Plásticas: “Yo funciono para el que quiera conocerme. El que no quiera, está bien. No tengo responsabilidades con nadie. Nunca me he preocupado si en Chile me reconocen”.

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