He aquí la historia sobre el impacto global de la web. En los últimos 25 años, la revolución digital y sus tecnologías han permitido que los países en desarrollo cierren la brecha con las naciones ricas y han traído consigo grandes avances en salud y educación, además de gobiernos transparentes.

Pero no es tan así, según el Banco Mundial (BM).

Su Reporte anual del Desarrollo Mundial, que este año se titula "Dividendos digitales", le echa un balde de agua fría a esa utópica visión.

Es cierto que encuentra gran cantidad de cosas buenas emergiendo del avance de la tecnología, pero advierte que la gobernanza deficiente y la falta de capacitación están dificultando que todos esos beneficios se materialicen, incluso después de que los países se conectan a la red.

Este colosal informe, producto del trabajo de manadas de economistas del BM con acceso a enormes caudales de data, está repleto de fascinantes perlas de sabiduría.

¿A que no sabías que Tuvalu es el país más caro del mundo para hacer llamadas de teléfonos celulares?

¿O que los británicos gastan un promedio de 0,47% de sus ingresos mensuales en las cuentas de los celulares mientras que en la República Democrática del Congo es más del 50%?

¿O que en India, considerada como una superpotencia tecnológica naciente, más de 100.000 millones de personas todavía no están conectadas a internet?

Es cierto que...

De ese océano de información surge una imagen detallada del balance de la revolución digital en el mundo en desarrollo.

Por el lado positivo, la web se está extendiendo en esos países mucho más rápido que otras tecnologías del pasado.

El acceso a la información está teniendo un impacto positivo en los ingresos de muchos grupos, particularmente entre los campesinos.

En Pakistán han podido sembrar cultivos más perecederos pero lucrativos gracias a la información que reciben por sus teléfonos, mientras que en Honduras, recibir mensajes de texto con los precios de mercado les ha reportado un 12,5% de aumento en sus ingresos.

Además están los beneficios para la igualdad de género, particularmente en el Medio Oriente, donde las mujeres encuentran mucho más fácil establecer empresas en el mundo virtual que en el "real".

No obstante...

Luego aparece una línea que presenta la cruda realidad:

"La vida de la mayor parte de la población mundial permanece en gran medida inalterada por la revolución digital".

Eso se debe a que todavía hay mucho trabajo que hacer para conectar a cientos de millones de personas a la web.

E incluso cuando están conectadas, parece haber muy poca evidencia de que las naciones en desarrollo están cerrando la brecha con los países ricos.

El informe habla de "desigualdad de información", producto de la oferta de una red menos útil y más lenta para nuevos usuarios que además por sí solos no tienen la habilidad de aprovechar esa tecnología.

Resalta el hecho que hay más contribuciones a Wikipedia de Hong Kong que de todo el continente africano, a pesar de que hay 50 veces más usuarios de internet africanos.

Impacto de la tecnología en los empleos

En este momento, la informática está generando menos empleos en los países en desarrollo que en naciones ricas, 1% de la fuerza laboral en promedio comparado con 3 a 5% en los países de la OECD.

No obstante, el estudio anticipa que con la revolución robótica, el impacto de la automatización será una amenaza a empleos en todas partes del mundo, tanto para trabajadores manuales como oficinistas, que pronto serán redundantes.

No es exactamente un mensaje inspirador: los beneficios de la revolución digital han tardado en llegar a los países en desarrollo y llegarán preciso cuando el impacto negativo empezará a sentirse.

El BM dice que la solución es tomar medidas "análogas" -mejor regulación, gobiernos más abiertos y capacitación- en tándem con la extensión de la tecnología.

Pero quizás el mejor correctivo para este lúgubre mensaje sobre los magros dividendos digitales sería preguntarle a la gente en los países en desarrollo si preferirían vivir sin celulares o internet.

Adivino que persiste un gran optimismo sobre el potencial para cambiar la vida que tiene la tecnología, combinado con una creciente conciencia de que realizar ese sueño digital va a tomar tiempo, esfuerzo y sabiduría de parte de sus gobiernos.

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