"Sí, quédate conmigo", le responden a gritos desde el público, y Pablo Alborán dice que ya extrañaba la Quinta Vergara. La cuarta noche del Festival de Viña del Mar 2020 es un diálogo inquebrantable de agradecimiento con el público chileno, responsable en parte de la explosión regional del cantante en esta parte del mundo. Tanto como para que los animadores lo hayan presentado abajo del escenario junto a algunas facciones de sus clubes de fans.

Pero esa relación íntima con sus seguidores va algo más allá de la gentileza del inicio. Porque el español, e intérprete aventajado del lenguaje pasional, tiene un sello que lo caracteriza: se aleja de la altanería de Luis Miguel para construir un relato cercano al de Ricky Martin o, décadas antes, al de Camilo Sesto. Sufre pero lo intenta de nuevo; extraña y lo reconoce; le rompen el corazón y ahí va otra vez. Entonces, quiénes más empáticos que entre los que piensan que merecen ese amor.

Y en esa conversación de trasnoche, algo perdida en su encanto, el público reacciona a los estímulos. Alborán se araña el pecho como queriendo arrancarse la piel mientras en "No vaya a ser" -la canción que abrió la noche-; los fans levantan miles de globos blancos que el cantante lleva de lado a lado en "Saturno"; y el griterío se intensifica cuando exhibe su destreza al mover las caderas de espaldas a la galería, ensimismado en la cadencia de "Tabú".

Ya en el epílogo de su relato -luego de recibir la Gaviota de Plata-, Alborán guarda esos nuevos ritmos que fue añadiendo a su cancionero efervescente de pasión, justamente para sentarse al piano e interpretar dos de sus baladas ya clásicas: "Solamente tú" de coro junto al público y emocionándose hasta agarrarse la cabeza en "Prometo".

Una atmósfera que hasta incidió en una propuesta de matrimonio aceptada en un rincón del primer nivel del anfiteatro de la Quinta Vergara. El vínculo se cerró con unas palabras cantadas para Chile y el último premio de su show.

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