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Gabriel Boric: El fin de la magia. Por Rafael Gumucio

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Giorgio no esconde que su generación, y solo su generación, es la única pura. La manera de pensarse, de expresarse de toda la generación que nos gobierna esta teñida del vocabulario sociológico leído no en libros sino en PDF más o menos pirateados en el internet. Chile se enamoró de sus adolescentes por eso mismo, porque ésta ha sido desde la generación de la reforma universitaria y la UP, la primera generación amplia y libremente joven. Una generación que está terminado como la anterior, en disculpas y contradicciones varias.

Esta mañana Gabriel Boric hizo gala de lo que ha sido su magia particular. Mientras daba un discurso de unidad en su local de votación, un niño disfrazado de Superman daba vuelta en un auto de rueditas. Boric ha estado desde la segunda vuelta de su campaña rodeado de niños con los que logra un particular contacto. Habla en su idioma, los escucha y los entiende. Quizás lo logre, porque no tenga hijos propios, porque en gran parte sigue siendo un hijo. Ese es el motor de su mística, el centro de su personaje, el hijo que el padre y el espíritu santo necesitan para completar la Trinidad. El estudiante eterno que lee antes de hablar, que escucha antes de hablar, que se desparrama en el auto oficial.

​No me interesa hacer leña del árbol herido. Siempre he pensado que Boric es una oportunidad que nos dimos. Un hombre bueno e inteligente en medio de otros de los que no se puede decir lo mismo. Pero no puedo evitar pensar que lo que Chile pidió desesperadamente hoy son padres, son madres, son adultos que vuelvan a poner a los hijos en su lugar. No un padre o una madre que nos guie u ordene, sino que comprenda la angustia real de no poder alimentar, educar, vestir a los hijos.

La de saberse siempre en deuda, responsable y al mismo tiempo libre de esa libertad también única que tenemos los adultos. Esa edad cruel en que uno aprenda a defraudar, a equivocarse, a seguir de largo, a traicionar también. Edad en que uno aprende que lo ideal es un infierno y lo real muchas veces una demencia. Edad en que uno aprende que la decepción es un arte, y la fragilidad ya no es un juego. Edad en que uno ya no engorda o adelgaza porque quiere, edad en que uno solo pasa tomando decisiones que se sabe ya estaban decididas de antemano.

​El presidente que es inteligente de sobra entiende todo eso a la perfección, pero no puede dejar de ser el símbolo de lo contrario. Él y sus más cercanos son parte de una apuesta consciente y persistente de los chilenos y de su izquierda para negarse a la edad adulta. Es cosa de ver la franja del Apruebo: Ahí pasaban tomando té abuelos con sus nietos. Los dos vivían una precariedad espejo. Los estudiantes porque no tienen medios de subsistencia propia, los ancianos porque lo han perdido en el absurdo sistema de pensión chileno. Los adultos, los que no tienen tiempo de tomar té y quejarse de sus sueños rotos, no aparecían por ninguna parte, quizás, porque tampoco fueron parte del imaginario del octubrismo.

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Hasta el PC dejo atrás a los obreros. Patriarcales, machistas, lo que Orwell llamaba “la decencia común” ha sido el enemigo programático del FA. La diputada Orsini sueña que todos los chilenos vayan a la nieve como ella. Giorgio no esconde que su generación, y solo su generación, es la única pura. La manera de pensarse, de expresarse de toda la generación que nos gobierna esta teñida del vocabulario sociológico leído no en libros sino en PDF más o menos pirateados en el internet.

Chile se enamoró de sus adolescentes por eso mismo, porque ésta ha sido desde la generación de la reforma universitaria y la UP, la primera generación amplia y libremente joven. Una generación que está terminado como la anterior, en disculpas y contradicciones varias. Una juventud que logró hacer los cambios que soñaba haciéndole pagar a dos generaciones después de ellos, que no tuvieron derecho más que al toque de queda y el olvido.

El sueño de una pureza renovada, de una historia que empieza de nuevo. Algo primaveral y nuevo que ha terminado por sucumbir en la incoherencia, la altisonancia, la sordera terrible de una izquierda que se burlaba hasta el día de ayer de los que, viniendo de ella, le advirtieron que no se puede educar 200 años un país en la unidad y la uniformidad incluso, para exigirle una diversidad que hace agua por todas partes. Muchos Amarillos y parecidos merecen una disculpa que no recibirán porque ni un segundo se demoró Kast y compañía en apoderarse de la victoria que consiguieron callándose la boca.

​El presidente Boric en vez de ofrecer una tercera vía convincente y corregir el texto seria y profundamente, se jugó el todo por el todo en la ruleta rusa. Muchas veces antes había ganado elecciones que todos daban por perdidas. Contra Jadue, contra Camila, contra Kast. Pensó que esta vez también lo lograría. No sintió en el sur al fuego consumir un molino que es también la historia de la Araucanía. No vio en el norte a los rabiosos chilenos quemar todas las pertenencias de los inmigrantes. No vio en el centro todos los índices económicos a la baja. O lo vio, claro que lo vio, pero no ha podido aun sentirlo en carne viva, no ha podido aun encarnarlo más que en ideas y buenas intenciones. Para eso, tener un hijo ayuda, pero también ayuda tener un fracaso. Saber que no te entienden los que crees que entienden. Saber que la convicción es lo que tienen los que no tienen la razón.

​La democracia se perfeccionó en Atenas junto con la tragedia. La democracia le dice a los ciudadanos que pueden tener todo el poder que necesitan. La tragedia les enseña que con ese poder o no, están perdidos igual. La democracia nos enseña que todos podemos ganar, la tragedia que estamos perdidos igual. Boric, el presidente que leía (demasiada) poesía, creo que puede entender eso. Si vive su tragedia hasta el final podemos quizás tener derecho a una buena y feliz comedia. Sigo, a pesar de todo creyendo de que Boric es capaz de sorprendernos, aunque temo cada vez más que esas sorpresas no son siempre felices.

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