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Mujeres Bacanas: Irina Ratushinskaya, la poesía de la prisión

Mujeres Bacanas: Irina Ratushinskaya, la poesía de la prisión
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Nació en Odessa, y desde pequeña quiso escribir. Después terminó estudiando física y se dedicó a la enseñanza, y siempre siguió escribiendo poemas cargados de filosofía y protesta que le valieron la cárcel en la época de la URSS.

Había sido condenada a prisión por siete años, por agitación contra el régimen soviético; fue enviada a un campo de trabajos forzados, bajo el frío y la nieve rusa. Irina Ratushinskaya no dejó que esto la afectara, y la poeta se dedicó entonces a escribir más de 200 poemas en barras de jabón, que luego memorizaba, y a veces trasladaba a papeles improvisados que lograba pasar como contrabando a occidente. Fue liberada tras tres años, convertida en una de las disidentes más famosas de la URSS.

Nació en Odessa, y desde pequeña quiso escribir. Después terminó estudiando física y se dedicó a la enseñanza, y siempre siguió escribiendo poemas cargados de su fe católica y filosofía. La primera vez que fue arrestada por diez días en 1982, por unirse a una protesta por el exilio del físico Andrei Sakharov. Irina publicaba sus poemas en medios contrarios al régimen y al año siguiente, fue enjuiciada como agitadora política y sentenciada a siete años en el campo de Mordovia. Según describió en su autobiografía de 1988, Gris es el color de la esperanza, estaba en una pequeña área de la prisión reservada para presas políticas peligrosas. Siempre mantuvo el espíritu en alto, y años después contaría: “Si permites que el odio eche raíces, florecerá y se expandirá, y finalmente corroerá y atrapará tu alma”.

Irina bajó drásticamente de peso, pero siguió escribiendo en materiales improvisados, y sus poemas se llenaron de alusiones a la libertad, la vida, y hasta la nieve, que todo lo rodeaba y alcanzaba varios grados bajo cero. Fue liberada en la víspera de la cita cumbre de Reagen y Gorbachov, tras tres años de rogativas de la comunidad internacional por su libertad.

Ratushinskaya partió con su marido a Estados Unidos en 1987, mientras Rusia revocaba su nacionalidad, convirtiéndola en una exiliada. Enseñó en algunas universidades y luego se trasladó con su familia, incluyendo a sus hijos, a Londres. En 1998 pudo volver por fin a su país.

Irina murió el 5 de julio de 2017, víctima de un cáncer, y dejando como legado diez libros de poesía y un testimonio de vida y fortaleza: “De alguna forma, es una suerte tener una vida turbulenta. Cuando todo es muy fácil, a veces la gente pierde su amor por la vida, pierde el entusiasmo”.

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