De acuerdo a versiones de prensa, Virginia Soares de Souza les daba relajantes musculares a sus víctimas, para luego reducirles el suministro de oxígeno, lo que finalmente provocaba la muerte por asfixia.

Los fiscales del caso afirmaron que ella "jugaba a ser Dios" y mataba sin remordimiento a los pacientes con enfermedades terminales con el fin de liberar camas para ser ocupadas por otros enfermos.

La mujer de 56 años habría operado junto a su equipo médico a cargo de la Unidad de Tratamientos Intensivos, entre ellos otros tres doctores y tres enfermeras.
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