Por: J.C Rojas

Capítulo I: “A ver si me dura 30 segundos”

La historia comenzó en octubre de 1995. Boca y Colón iban a jugar un partido que estaba lejos de ser cualquiera. Era mucho más que ser un partido más, era el regreso de Diego Armando Maradona al fútbol argentino; 15 meses antes lo habían suspendido por el doping en Estados Unidos 1994: "Me cortaron las piernas", dijo esa vez. Ahora las tenía de vuelta y sabía cómo usarlas; frente a todo el mundo: a Claudia Villafañe; a Dalma y Giannina, a Charly García que había ido a recibir al festejado en su vuelta a las canchas.

Ya en el partido, falta de Caniggia, una de tantas en el trabado partido. El árbitro Francisco Lamolina la sanciona con tarjeta amarilla, se arma el tumulto y aparece uno de los protagonistas del cuento: El volante Julio César Toresani entra a discutir con el juez, pedía la tarjeta roja; por el reclamo.

Lamolina lo expulsa: "A mí me echó Maradona", dijo en la zona mixta al rato después, pero no se quedó ahí. El "Huevo" pidió "tenerlo en frente a ver si me dice las cosas como me dijo que después del partido me iba a agarrar". Una afrenta que puede ser tomada como señal de valentía, siempre y cuando quien esté al frente no sea Maradona, quien nunca se caracterizó por callarse las cosas ni menos hacerle el quite a la confrontación.

"No tengo ningún problema en que me venga a buscar porque estoy cansado de estos de pico, que de la boca para afuera son todos guapos, pero cuando hay que poner la cara. A Toresani, Segurola y Habana 4310, séptimo piso, y vamos a ver si me dura treinta segundos", fue la respuesta del 10. Nadie podía creer lo que estaba pasando. Uno de los hombres más famosos del planeta estaba dando la dirección de su casa. En vivo y en directo para toda Argentina. Frente a Claudia, a Dalma y Giannina y a Charly.

El desenlace de la historia, Toresani nunca llegó a la cita con Maradona, incluso llegaron a ser compañeros en Boca un par de años después. Esta parte del relato termina el 22 de abril del 2019, cuando al 'Huevo' Toresani lo encontraron muerto en su departamento, en un hecho sin intervención de terceros. Diego envió sus condolecias, se cerraba el primer capítulo.

Capítulo II: Descifrando Segurola y Habana

Diego ya no vivía ahí. Hace muchos años se había cambiado a un lugar del que nunca dio la dirección públicamente, así que es bastante menos mítico que Segurola y Habana.

Siempre se habló del séptimo piso, en realidad, no era tan así: era el séptimo, octavo y noveno. Un triplex donde el clan Maradona pasó sus años más rabiosos. Ese mismo que desde octubre del 95' pasó a ser un lugar de peregrinación no solo para los fervientes devotos de la religión maradoniana, si no que pasó a ser parte de los tours que se ofrecían a quienes no buscaban consumir fútbol en sus paseos bonaerenses, pero que mal podían rechazar la curiosidad de ir a conocer la locación que ese fenómeno de la exageración – para bien y para mal – había entregado por señal abierta. Alguna vez, Dalma Maradona dijo que cuando se subía a un taxi, el taxista ya sabía para dónde ir, sin siquiera preguntar: "¿Segurola y Habana, no?" Decía que era incómodo.

Nadie nunca pudo describir, con detalles, cómo era el triplex por dentro. Quizá por solicitud de Maradona, quizás de Claudia. En la revista ElEnganche recopilaron los datos y llegaron a la descripción más detallada que se conozca, aunque se desconoce su precisión:

"El templo maradoniano de la mítica esquina es un departamento en forma de triplex, del séptimo al noveno piso, que comienza su desarrollo en un living con desniveles en madera lustrada, en el que la centralidad era ocupada por un par de sillones celestes que fascinaban al astro del fútbol. Tirado allí daba sus mejores entrevistas. A los pocos metros, el primer lugar mítico: el (disputado) museo con las camisetas de Diego. El balcón que rodeaba a toda la planta casi no tenía uso. Allí dejaban las bicicletas de las hijas de la pareja y algunas pertenencias abandonadas. Tras subir una escalera circular y pasar por los cuartos, el tercer piso iluminaba el secreto de una pequeña pileta y un quincho, el búnker del astro. 'El corazón de esa casa era la cocina. Era el lugar en el que habitaba el espíritu del hogar de los Maradona. Ahí hacían la tarea las nenas, se cocinaba, se charlaba y pasaba la gente', cuenta el periodista Daniel Arcucci, acaso el gran entrevistador que tuvo la vida del crack".

En 2007 se publicó que algunos departamentos habían salido a la venta en el edificio: específicamente en los pisos 1, 4 y 6. En la invitación a Toresani, Diego fue muy claro, el piso era el 7. Hasta ahí no hay conexión con la casa del crack. La confusión apareció en el mismo aviso, cuando se vio el nombre de quien vendía: "Maradona Propiedades". ¿El precio? Cercano a los 600 mil dólares. Ante tanto llamado, consulta y requerimiento, se supo que el departamento de Diego nunca estuvo a la venta. La última dueña conocida es Claudia Villafañe. Aunque quien vendía decía ser "Maradona Propiedades".

Capítulo III: Lugar de peregrinación

Si durante la vida de Maradona, Segurola y Habana se consolidó como un templo para los hinchas, desde este miércoles los vecinos van a tener que soportar, al menos por un par de meses, la presencias de fanáticos y curiosos para ver, aunque sea desde lejos, dónde y cómo es el departamento al que Toresani alguna vez rechazó ir. Fotos, videos, cantos, oraciones, pancartas, flores, hay de todo.

Cuando los moradores del sector ya se habían acostumbrado a la tranquilidad y a no ver gente de paso por el sector (salvo uno que otro sacando una foto con poca gana), Diego se fue para revivir todos los mitos y leyendas que los hinchas queremos alimentar para no dejarlo partir del todo. El triplex de Segurola y Habana sigue y seguirá estando ahí, con más o menos mística, para permitirle a los hinchas sentirse un poco más cerca de Maradona y también de Diego, dos de las personalidades que convivían dentro de la misma persona.

Porque la gente que habita ahí puede cambiar, igual que los vecinos, los vendedores, los conserjes, encargados de aseo, jardineros. Incluso el edificio puede cambiar. Puede desaparecer. Pero hay algo que nunca va a cambiar. Que Diego vivió sus algunos de sus mejores años en Argentina en esa dirección. Donde hoy van miles de personas a llorar, a buscar cercanía, a mirar lo que Maradona miraba, a oler lo que Diego olió. Ahí donde muchos pagarían por entrar, por conocer. Salvo uno. Toresani no quiso, lástima, se lo perdió.

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