-Durante la huelga de hambre, conociste a Llaitul. ¿Cómo fue esa experiencia?

-Efectivamente, en 2010 se generó un problema muy importante en La Araucanía, y Concepción, cuando una treintena de comuneros mapuche se declararon en huelga de hambre. Algunos, como Llaitul, que había perdido más de 20 kilos, estaban en la cárcel de Concepción; otros en Cholchol, otros en Temuco.

Fue una huelga no seca, o sea solo de comida, que con el correr de las semanas fue llegando a una situación muy delicada. Algunos bajaron 20 o 25 kilos, tenían signos claros de desnutrición; ahí se entra en una fase crítica y eventualmente puede producir la muerte. Entonces, el Presidente Piñera me pidió hacerme cargo de la salud de estos comuneros.

A través de seremis se interpusieron recursos de protección a favor de su derecho a la vida, que fueron aceptados por las cortes de apelaciones. Hoy, si se aprobara la nueva constitución eso no se podría hacer.

-Ellos no querían ser atendidos…

-No querían nada. Este recurso de protección permitía trasladarlos a hospitales, alimentarlos a la fuerza, cosa que no  se requirió afortunadamente.

-¿Fue un tema muy complejo para el gobierno?

-Los medios de comunicación estaban copados con el rescate de los 33 mineros en el norte. Yo me movía entre Copiapó y la zona sur. Era una preocupación muy intensa al interior del gobierno y para mi, por mi profesión, proteger la vida es un juramento.

-En Irlanda del Norte, Venezuela, Cuba, Turquía, entre otros países, han muerto huelguistas de hambre. ¿Ese era el temor?

-Era un temor muy  grande. Muchos de ellos apenas habían salido de la adolescencia.

-Y estaba Héctor Llaitul.

-Me tocó entrevistarme con él. Estaba retenido en la cárcel del Manzano, en Concepción. Hablamos y él me hizo ver que este movimiento era extraordinariamente radical y que iba a ser muy difícil contrarrestar la voluntad de los comuneros en huelga de hambre. Era un una persona muy inteligente, muy bien formada. Me dijo que entendía mi esfuerzo, que simpatizaba con la idea, pero no creía que pudiera tener éxito.

En ese contexto, fui a visisar a todos estos comuneros, donde estuvieran, para intentar trasladarlos a hospitales de Victoria, Temuco y Nueva Imperial. Sin embargo, no lográbamos hacerlos cambiar de opinión, y  en algún momento pensé que iba a fracasar.

-¿Es fue el peor momento?

-Absolutamente. Estaba en el hospital de Nueva Imperial, con la sensación de que estábamos fracasando, que iba a haber muertos, y fue en ese momento, cuando yo estaba solo, con esta angustia insoportable, cuando oigo a lo lejos ruidos, y me acerco y había una machi. Se acerca y me pregunta qué me pasa y yo le cuento. Me dice: “Pase y conversamos”.

Entré, y se me cayeron las lágrimas, porque sentía que había fracasado. Fue bien impresionante. Varias hablaron y yo les trasmití esta sensación de muerte inminente. Ellas me dijeron: “espere un momento”. Salí y después me hicieron pasar de nuevo: “Nosotras nos podemos hacer cargo de esto. Si nos permite ir a visitar a los comuneros, estar con ellos, podemos ayudar”.

-¿Qué pasó entonces?

-Ocurrió un milagro. Esa es la verdad. Empezó a aparecer luz en el horizonte. Fueron a ver a los muchachos en huelga, hacían rogativas  a su lado, muchos de ellos esposados. No fue fácil, parque los médicos pensaban que esto era locura, que había que alimentarlos  a la fuerza. Pero lo resolvieron ellas.

-¿Y Llaitul que papel jugó?

-Me entrevisté de nuevo con él en El Manzano y él reconoció que las gestiones habían funcionado. Me acuerdo que parlamenté con él, estábamos solos los dos. Le pregunté: “¿cómo le ponemos término a esto?”. Y él me dijo: “anote tal teléfono, llame y dija que llama de mi parte”. Al rato llamé, una voz me contestó: “qué necesito”. Le dije: “Llamo de parte de Héctor Llaitul”. Creo que me dio una palabra clave. “Llaitul me dice que ya hay que terminar la huelga de hambre, y que lo llame a usted para ver cómo procedíamos”, conté. “Ya. Llámeme más tarde”. Así lo hice y me dice: “Está todo coordinado, se terminó”.

Luego fui a los lugares donde estaban los comuneros y me dijeron -se notaba que ya estaban informados- que se había terminado, que se iban a mejorar. Fue una huelga de hambre realmente con peligro de muerte.

-¿Quién era la persona con la que hablaste por teléfono?

-No, no. No se identificó ni yo pregunté tampoco.

-¿Qué impresión te dio Llaitul: un fanático o se podía razonar con él?

-Estamos hablando de 22 años atrás, y las personas y sus ideas cambian. Yo te diría que en ese momento, él buscaba una suerte de reivindicación por la dignidad, con un poco de alusión al tema del territorio. Pero fundamentalmente era un reclamo por un trato igualitario. No he vuelto a tener contacto con él, pero es evidente que se ha radicalizado mucho más. Al punto de que las concesiones que ofrece la nueva constitución para los mapuches, para él no son suficientes. La CAM era un grupo organizado, paramilitar, pero hoy tiene un nivel mucho más sofisticado.

-¿Cuál fue el rol del presidente Piñera

-El estaba muy preocupado, lo monitoreaba permanentemente.

-¿Y  Natividad Llanquileo, que era vocera de los mapuche de Concepción y hace poco fue convencional?

-Ella tuvo un rol mediador. Creo que ella colaboró a que estos muchachos vivieran. Lo digo con cierta prudencia, porque ha pasado tiempo, pero Natividad colaboró a que las cosas salieran bien.

-¿Fue un aporte Ezzati, entonces arzobispo de Concepción?

-Conversé con él en su casa y nos apoyó espiritualmente, pero no recuerdo que haya habido una gestión de la iglesia relevante en este proceso.

-¿De qué manera describirías el liderazgo de Llaitul?

-En la primera conversación quedé con la sensación de que no los manejaba. En la segunda conversación, cuando me dice que llame a tal persona, quedé convencido de que su liderazgo era muy potente. Bastó una palabra de él, transmitida por mi a un tercero a través del teléfono, para que este problema terminara. La organización interna era muy fuerte. Para mantener una huelga de hambre así se requiere mucha, mucha estructura. Nunca más nos hemos encontrado.

-¿Desde esta experiencia como miras lo que pasa ahora, cuando el gobierno se querelló contra él?

-La idea con la que me quedé es que había gente extraordinariamente talentosa, muy inteligente, académicamente muy bien formada. Yo le dije a Llaitul: “Es una degracia que no logremos un punto de encuentro, para poder integrar al pueblo mapuche”. Pero creo que él estaba muy cerrado y convencido de que el camino tenía que ser más radical.

Me acuerdo de haber conversado con un huelguista en el hospital de Victoria, bastante lúcido. Y también le pregunté: “¿cómo se arregla esto?”. Y me dice: “Muy fácil. Lo que hay que hacer es que todo el territorio entre el río Biobío y el río Toltén tiene que se entregado sin condiciones a nosotros. Sin huincas”. Yo le dije: “Eso es imposible, si ahí vive mucha gente”. Responde de manera enfática: “Eso es lo que queremos. Menos que eso, no sirve”. Fue duro.

Publicidad