Un día de abril hace 70 años tropas británicas y canadienses llegaron a las puertas de una realidad hasta entonces imposible de imaginar.

Bergen-Belsen, en el norte de Alemania, fue el primer campo de concentración liberado por las fuerzas aliadas. Hasta entonces, las únicas descripciones de lo que pasaba en esos lugares eran del Ejército Rojo de Obreros y Campesinos de la Unión Soviética sobre lo que se había visto en Polonia.
Pero nada podía haber preparado a quienes llegaron para lo que iban a encontrar.

Lo que los soldados y un periodista de la BBC vieron en Belsen los atormentaría por siempre, dejando grabadas unas de las escenas más crudas del Holocausto, cuyos protagonistas eran decenas de miles de prisioneros muertos o muertos en vida.

"Morían como moscas: 500 por noche"

Uno de ellos era Gena Turgel, quien a sus 92 años conserva vívidas memorias de ese abril de 1945.
Habían nacido en Polonia y se había salvado de las cámaras de gas en Auschwitz. Llegó a Belsen tras una marcha de la muerte a través de Europa.

Lo que sigue son sus palabras recordando lo que ocurría adentro del campo de concentración entretejidas con lo que vio desde fuera el periodista de la BBC David Dimbleby (en cursivas).
El campo de concentración Bergen-Belsen era lo que los alemanes llamaban "un campo de finalización": de ahí no había escapatoria.

Cuando llegamos nos dijeron que nos metiéramos en una barraca enorme y vacía, sin camas, colchones o cobijas… nada. Con aperturas para ventanas pero sin vidrios.

Encontramos una esquina con mi mamá y nos quedamos dormidos, exhaustos. Por la mañana temprano me desperté y no podía creer lo que veía: esqueletos que caminaban, en todo el sentido de la palabra. Montones de cuerpos apilados… montañas. No se podía distinguir si eran mujeres u hombres. Es difícil describir cuán terrible era.

La gente moría como moscas… 500 por noche.

Yo me dije: "no voy a morir así". Salí corriendo en dirección al hospital. Mi ambición había sido estudiar medicina. Entré en la barraca donde estaba el hospital y les pregunté si necesitaban ayuda. Dijeron que necesitaban una enfermera y les contesté que no lo era pero que haría lo mejor que pudiera.

Un día, el 15 de abril, yo estaba esterilizando los instrumentos al lado de una ventana y vi pasar unos tanques. No sabía de qué bando eran, pero llegaron más y más tanques. Todo pasó muy rápido. Se abrieron las puertas y por los altoparlantes decían: "Somos británicos. Vinimos a liberarlos". Lágrimas de alegría se resbalaron por mis mejillas. Es el día más inolvidable de toda mi vida.

Hay 40.000 hombres, mujeres y niños en el campo. Tifus, tifoidea, disentería, neumonía y fiebre puerperal abundan. 25.600, 75% de ellos son mujeres, están o enfermos por falta de alimentos o muriendo de inanición. Sólo en los últimos meses, a 30.000 personas las mataron o las dejaron morir.
Cuando llegamos, las condiciones eran indescriptibles. La gente había estado sin comida durante seis días.

En un acre de tierra yacía gente muerta y moribunda. No se podían distinguir lo unos de los otros excepto, quizás, por una convulsión, o el último temblor del suspiro de un esqueleto viviente, demasiado débil para moverse.

Algunos oficiales se enfermaron por el shock. Es que nadie puede comprenderlo a menos de que lo haya vivido o lo haya visto con sus propios ojos.

"¿Cómo sobreviví a eso?"

Los soldados eran maravillosos. Trajeron agua y su comida. Pero había gente que no podía ni agarrar el pan con las manos pues estaban muy débiles y en todo caso se murieron.

Cuando recuerdo eso me pregunto: "¿Cómo sobreviví eso? ¿De verdad estoy viva y estuve ahí?".

Los que están vivos, yacen con sus cabezas junto a los cadáveres. Y alrededor de ellos se mueve la horrible procesión fantasmal de seres demacrados sin rumbo, sin nada qué hacer y ninguna esperanza de vida, incapaces de apartarse de tu camino o mirar la pesadilla que los rodea.

Después de unos días, me llegó un mensaje de que tenía que ir al cuartel de los oficiales a la hora de la cena. Yo estaba aterrada: ¡no sabía qué iban a hacer conmigo!

Cuando el oficial, cuyo nombre era Norman, abrió la puerta, me eché para atrás. Me preguntó qué me pasaba y le contesté: "Debe estar esperando una visita muy especial pues la mesa está bellamente arreglada –con mantel blanco y flores-. ¿Qué estoy haciendo aquí?". Y me dijo: "Esta es nuestra fiesta de compromiso".

Pensé que estaba borracho. Lo que había pasado era que cuando me vio por primera vez en el hospital decidió que yo era la chica con la que se iba a casar… ¡sin importar cuál era mi opinión!
No quise arruinar la noche.

Cuando celebramos nuestras bodas de plata fuimos a Belsen a poner unas flores porque yo quería mostrar mi agradecimiento por estar viva.

Mi esperanza es que las generaciones futuras nunca, nunca permitan que vuelva a pasar, y nunca tengan la experiencia que yo tuve.

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