Cuando el 20 de agosto de 1940, Ramón Mercader asesinó al revolucionario soviético León Trotski, Caridad Mercader, su madre, le esperaba en un auto a escasos metros de la escena del crimen. Pero el plan de huida nunca llegó a ejecutarse.

Mientras Mercader lanzaba su golpe de piolet sobre la cabeza de Trotski, éste tuvo tiempo de gritar y alertar a los guardias que vigilaban su residencia en el número 19, hoy 45, de la calle Viena de Coyoacán, en Ciudad de México.

Gravemente herido, Trotski murió apenas 12 horas después. Ramón Mercader, agente español al servicio de la Unión Soviética, había consumado uno de los magnicidios más trascendentes del siglo XX.

Mercader, que cumplía órdenes directas del dirigente soviético José Stalin, fue detenido y condenado a 20 años de cárcel en México.

Su madre tuvo que huir sin él y abandonar el país rápidamente, a través de Cuba, en dirección a la URSS.

Una mujer poliedro

Algunos autores ven en Caridad Mercader a la "autora intelectual" de la operación y la describen como una mujer calculadora que incitó a su propio hijo a convertirse en un criminal.

Otros aseguran que Ramón no necesitó de ella para tomar esa decisión: hacía apenas tres meses que un atentado contra Trotski encabezado por el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros había fracasado y Stalin exigía resultados. Mercader tomó la decisión de llevar a cabo la acción.

A partir de ese momento, Caridad pasó a la historia como "la madre del asesino de Trotski".

Pero esta agente de la KGB, estalinista acérrima y burguesa de cuna, fue mucho más que eso. Su vida, antes y después de aquel 20 de agosto, fue un poliedro complejo. Empezando por su origen.

De ella, el escritor cubano Leonardo Padura -autor de la novela "El hombre que amaba a los perros", sobre el asesinato de Trotski- dijo que era "española de nacimiento (al nacer, Cuba era aún colonia de España), catalana de formación, francesa de gustos, soviética de nacionalidad".

"El cielo prometido"

Caridad nació en Santiago de Cuba en 1892, hija de una rica familia de origen cántabro que se instaló en Barcelona antes de la independencia de la isla en 1898. En la ciudad catalana -y en Londres y en París- recibió una educación exquisita.

Y en 1911, a raíz de su boda con Pablo Mercader, con quien tuvo cinco hijos, Caridad del Río empezó a ser conocida por el apellido de su esposo, vástago de una de las más ricas familias de industriales textiles de Barcelona.

"Parecía destinada a ser un ama de casa honorable en una gran familia burguesa. En cambio, acaba en pocos años convertida en una anarquista capaz de poner bombas en la fábrica de su marido y después a trabajar para la Tercera Internacional", le cuenta a BBC Mundo Gregorio Luri, autor de la biografía "El cielo prometido, una mujer al servicio de Stalin".

"Es una metamorfosis apasionante de la que por desgracia apenas podemos trazar un esbozo. Caridad era una persona que no sabía hacer nada a medias. Cuando era católica era extremadamente católica, incluso parece que se le pasó por la cabeza meterse a monja de clausura. Es una persona en este sentido que busca una coherencia extraordinaria en su vida y sus obras", agrega el escritor.

Ingresada en un psiquiátrico

El matrimonio entre Pablo y Caridad no era feliz y ella empezó a entrar en contacto con círculos anarquistas barceloneses. Fue el principio de su transformación ideológica.

En los primeros años 20, apunta Luri, se enamoró de un piloto francés cuya avioneta había caído en una finca de los Mercader donde la familia estaba pasando una temporada.

"Sus hermanos, por miedo al escándalo, se presentan en su casa una noche, le ponen una camisa de fuerza y la ingresan en un psiquiátrico barcelonés con los tratamientos propios de la época. La sacarán de allí sus amigos anarquistas, que asaltarán el edificio y la liberarán", cuenta el biógrafo.

La experiencia traumática del paso por el internado supondrá un punto de ruptura para Caridad respecto a su familia y su clase social. Junto a sus hijos, se traslada a vivir a Francia, donde se acerca al comunismo.

De vuelta a Barcelona milita en el Partido Socialista Unificado de Cataluña y participa en la Guerra Civil española, tanto en el frente como realizando viajes a México y Estados Unidos para recabar apoyos para la causa republicana.

Fue en esos años cuando entró a trabajar para el servicio del espionaje soviético.

"Mantiene una relación muy íntima con Lavrenti Beria, el director de la KGB, y entrega su vida a esa causa", sostiene Luri.

Al concluir la guerra en España, en 1939, tanto Caridad como su hijo Ramón se incorporan al plan para acabar con la vida de León Trotski, una de las voces críticas con Stalin más influyentes del comunismo, quien se había refugiado en México en 1938.

En septiembre de ese año, Caridad llega al país latinoamericano, donde Ramón ya llevaba un tiempo infiltrándose en el entorno del revolucionario ruso.

Una operación fracasada

Sin embargo, en principio, el papel de Caridad y su hijo en el asesinato de Trotski no debía ser el de protagonistas.

"En 1940 parecía evidente que no sería necesaria la intervención de Ramón Mercader. Estaba planeada una operación que se creía era imposible que fracasara: un atentado dirigido por Siqueiros al frente de un comando armado hasta las cejas. Y eso sucedió: asaltaron la casa de Trotski y la dejaron como un colador. Pero a nadie se le ocurrió comprobar si le habían dado a Trotski o no", relata el escritor.

"Cuando fracasa ese atentado, el director de la operación, Leonid Eitingon, gran amigo de Caridad y de Ramón, tiene que dar cuentas a Stalin (?). Ante la desesperación de Eitingon, Ramón dice: 'no te preocupes, lo hago yo'. Esa decisión no es de Caridad ni de Stalin. En el último momento, la decisión de intervenir es del propio Ramón Mercader", añade.

La operación contra Trotski convirtió a madre e hijo en héroes de la Unión Soviética. Ramón cumplió su condena en México hasta 1960 y acabó sus días en Moscú.

Caridad siguió con su vida de agente de la KGB en París. Tras el triunfo de la Revolución Cubana, empezó a trabajar en la embajada de Cuba en la capital francesa.

El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, quien en aquella época era agregado cultural de la embajada cubana en Bruselas, se referirá a ella en su libro "Vidas para leerlas" como "una vieja seca y desagradable" y pondrá las siguientes palabras en boca de Harold Gramatges, entonces embajador cubano en París, para definir a Caridad: "Es más estalinista que Stalin".

La fidelidad de Caridad a la URSS fue correspondida. Hasta su muerte, la "madre del asesino de Trotsky" recibió una pensión de Moscú y el día de su defunción, en 1975, la embajada soviética en París se hizo cargo de su funeral en el cementerio parisino de Pantin.

"Si enjuiciamos a Caridad desde la visión que tenemos nosotros del activismo, no entendemos nada (?). El activista actual es una persona comprometida con una causa por unas ciertas horas. Aquel militante entregaba su vida entera a la causa. Sin condiciones. Solo si tomamos en cuenta esa diferencia se puede comprender qué significa una vida como la Caridad", sugiere Luri.

Publicidad