Eran las dos de la madrugada del miércoles 19 de abril cuando un pequeño avión despegó de la ciudad de Alexandria, en el estado de Luisiana (EE.UU.). A bordo iban ocho iraquíes. Raied Jabou era uno de ellos.

"Estuve encadenado y esposado todo el camino hasta que aterricé en Bagdad", dice desde Irak en una llamada por WhatsApp.

"Cuando el avión empezó a aterrizar, me quitaron las cadenas de los tobillos y las esposas alrededor de mi cintura y de mis manos".

Jabou es uno de alrededor de 1.400 iraquíes que están siendo deportados como parte de un acuerdo al que llegó el gobierno de Estados Unidos con Irak.

Tras negociaciones el pasado marzo, la Casa Blanca sacó a Irak del polémico veto migratorio del presidente Donald Trump, la lista de países de mayoría musulmana con prohibición temporal de ingreso a territorio estadounidense.

En la primera versión de la orden ejecutiva sobre inmigración que firmó Trump el 31 de enero, Irak estaba incluido en el listado junto a Somalia, Yemen, Irán, Siria, Irán y Libia.

No así en la segunda versión, por el momento también frenada por los tribunales de jsuticia.

Aunque no se conocen detalles del acuerdo entre ambos gobiernos, una de las condiciones fue que el país de Medio Oriente aceptara a los iraquíes que Estados Unidos quería deportar.

En ocasiones anteriores, el gobierno iraquí se había opuesto a recibir a sus ciudadanos deportados porque muchos de los que arribaron a EE.UU. huyendo del conflicto armado no tienen documentos que comprueben su nacionalidad.

Ahora los aceptarán de regreso así no cuenten con documentación.

"Cuando llegué a Bagdad tenía mucho miedo"

Las deportaciones iniciaron con un primer vuelo el pasado abril. En días recientes, funcionarios de inmigración estadounidenses han arrestado a docenas de iraquíes en el estado de Michigan, en el norte del país, y en otros estados.

Cerca de la ciudad de Detroit, la capital de Michigan, miembros de la comunidad iraquí-estadounidense protestaron mientras un autobús trasladaba a un grupo de hombres a un centro de detención.

El nuevo panorama ha preocupado todavía más a la comunidad de caldeos, una minoría cristiana principalmente procedente de Irak.

El área metropolitana de Detroit acoge a la mayor comunidad de caldeos por fuera de Irak, unos 121.000.

Miles de estos cristianos huyeron de Irak luego de haber sufrido persecución religiosa desde la invasión liderada por EE.UU. al país de mayoría musulmana.

Raied Jabou es cristiano caldeo. Ha vivido en Estados Unidos la mayor parte de su vida. No habla árabe ni conoce a nadie en Irak. "Cuando llegué a Bagdad tenía mucho miedo", explica.

En el aeropuerto de la capital iraquí, lo entregaron a un general del gobierno. Jabou dice que no pudo contactar a su familia por tres días.

No tenía teléfono, pero decidió preguntarle al militar si podía usar el suyo para llamar a su madre en Estados Unidos.

"Cuando escuchó a mi madre y a mi hermana gritar y llorar, el hombre automáticamente empezó a llorar también", dice. Según Jabou.

El funcionario se preocupó por su seguridad, y con razón: Jabou luego fue trasladado a una zona cerca de la ciudad de Mosul, donde se libra una lucha armada entre el autodenominado Estado Islámico y las fuerzas de coalición.

Era el único lugar en el que conocía a alguien, un amigo de un amigo.

Jabou dice creer que es un blanco para los secuestradores. "Sé en un millón por ciento que podrían secuestrarme y matarme", dice.

"Porque para ellos soy un estadounidense y un cristiano. Nacido en Irak pero criado en Estados Unidos".

"No soy un criminal"

Como muchos de los iraquíes detenidos recientemente por funcionarios estadounidenses de inmigración, Jabou tiene antecedentes criminales por cargos no violentos.

Fue arrestado por posesión de marihuana hace 17 años. No pasó tiempo en la cárcel por el delito pero perdió su tarjeta de residencia como consecuencia.

El gobierno estadounidense lo deportó a Irak en 2005. Le permitió regresar después de que prestó ayuda al ejército de EE.UU. en Irak (no quiso dar detalles sobre la naturaleza de su trabajo).

Pero un día del año pasado, mientras conducía al trabajo, fue detenido por agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su sigla en inglés). Pasó casi un año en la cárcel.

Al no vislumbrar el fin de su detención, Jabou retiró su derecho a comparecer ante un juez. Lo deportaron el 19 de abril.

"¿Qué quieren que haga en la cárcel?", pregunta, "¿puede alguno de estos condenados pasar una sola noche en prisión y ver cómo se siente?".

Jabou dice sentirse traicionado. No ha sido el único de su familia que ha ayudado al gobierno de EE.UU. Su hija es militar activa del ejército estadounidense en Japón.

Dice que ya se había sobrepuesto hace mucho tiempo al arresto por tener marihuana. "No soy ningún violador. No soy un asesino ni un criminal".

Comunidad agitada

Su deportación, así como los recientes arrestos han conmocionado a su comunidad en Michigan.

Muchos de los iraquíes que viven allí abandonaron su país hace años. Según la Fundación de la Comunidad Caldea, lo hicieron en búsqueda de mejores oportunidades de trabajo así como de libertades religiosas y políticas.

Ahora, algunos podrían ser devueltos al mismo país del que huyeron ellos o sus padres.

"La gente está absolutamente desesperada", dice Eman Jajonie-Daman, una abogada que representa a unos 25 iraquíes que se enfrentan a la deportación.

"Las familias están angustiadas. Estoy recibiendo llamadas ininterrumpidas que reportan de detenciones. A algunos los detienen camino al trabajo, a otros los atacan a las cuatro de la madrugada en sus casas y los sacan de la cama".

Jajonie-Daman, quien es cristiana caldea, dice que pensó inicialmente que ICE solo iría tras los criminales más violentos.

"Pero ahora están agarrando a gente sin antecedentes criminales. De hecho, uno de mis clientes que fue detenido la semana pasada no tiene ni siquiera una infracción de tránsito, menos un antecedente criminal", explica.

Un funcionario de ICE argumentó en un correo electrónico que todos los iraquíes que habían estado en el vuelo de abril a Bagdad "recibieron el debido proceso bajo la ley y fueron removidos de acuerdo con las órdenes del juez en cada caso".

La historia de Bob

Uno de los clientes de la abogada Jajonie-Daman es el dueño de un taller mecánico en un suburbio a las afueras de Detroit. Pidió no revelar su verdadero nombre, por eso le llamaremos Bob.

Bob vino a Estados Unidos en 1974, con cuatro años de edad. Dejó Irak junto a su madre, quien, como él, es cristiana.

Para él, Irak es una tierra extranjera. "No recuerdo nada de allá", dice. "Tenía cuatro años, no tengo ni idea. No hablo el idioma".

Cuando era un adolescente, Bob empezó a vender drogas y a los 17 años lo acusaron de posesión y de intentar comercializar tres gramos y medio de cocaína.

En ese entonces obtuvo la libertad condicional, pero continuó vendiendo cocaína y a los 20 años lo sentenciaron a 17 años de prisión.

Bob dice que en la cárcel quiso cambiar su vida, así que ahorró dinero y pudo pagarse la universidad. "Conseguí una licenciatura en Gerencia de Finanzas de la Universidad de Ohio", cuenta.

Cumplió su pena y fue liberado en 2004. Comenzó a trabajar largas horas, hasta que ahorró lo suficiente para abrir un taller mecánico. Hoy en día, emplea a 13 personas.

Pero su pasado criminal lo hace vulnerable a la deportación.

Desde hace 13 años, Bob asiste a controles de inmigración con regularidad y, en cada ocasión, un juez le ha permitido quedarse en el país.

Con el acuerdo reciente entre EE.UU. e Irak, teme que lo deporten.

"Hay miedo", dice. "Definitivamente hay pánico. Por lo que entiendo, simplemente te sueltan en Bagdad y ese es el peor miedo del mundo".

Muchos de los iraquíes cristianos de esta localidad son dueños de pequeños negocios. Hay un restaurante llamado Bagdad no muy lejos del comercio de Bob. También hay otro llamado Sahara.

Tradición republicana

Históricamente, la comunidad de caldeos ha respaldado al partido Republicano en EE.UU., bajo el entendimiento de que representa los valores cristianos y sus gobiernos son mejores para los negocios.

Bob no es ciudadano estadounidense y por eso no pudo votar en la elección presidencial de noviembre del año pasado.

Pero dice que como caldeo siempre ha apoyado a los republicanos. Hubiera votado por Donald Trump. "Parece ser el primer presidente al que le importan los cristianos iraquíes", dice.

¿Se sentirá igual Bob si lo deportan a Irak? "Es es otro asunto", responde. "No cambiaré de opinión. Eso no cambiaría lo que creo".

Hay voces que creen que el acuerdo alcanzado por ambos gobiernos era necesario.

Como Mark Krikorian, del conservador Centro para los Estudios de Inmigración (CIS, por su sigla en inglés), con sede en Washington.

"Esto debió pasar hace mucho tiempo", dice en referencia a la reciente deportación de iraquíes. "El hecho es que estas personas debieron haber sido devueltas a Irak cuando cometieron crímenes o cuando salieron de prisión".

Krikorian argumenta que EE.UU. deporta a ciudadanos de Centroamérica, México y otros países y que los iraquíes no deberían ser la excepción.

Además, dice encontrar difícil pasar por encima de su pasado delictivo. "Simplemente no estoy de acuerdo con que la gente pida quedarse aquí cuando cometieron delitos graves".

Pero para Bob, se siente como un castigo doble. Pasó casi dos décadas en prisión y ahora podría ser deportado.

"Creo que mientras me enfoque en el sueño americano y abra negocios y contrate gente y pague mis impuestos debería tener permitido quedarme aquí".

Eso sí, al despedirse, Bob apunta que la siguiente entrevista quizá tenga que darla desde Bagdad.

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