Uzbekistán tiene aspiraciones de convertirse en una segunda Meca, un destino para peregrinos de todo el mundo.

El país más poblado de Asia Central cuenta con una gran cantidad de mezquitas y santuarios bien conservados y en ciudades famosas unidas por carreteras que fueron parte de la ruta de la seda, como Samarcanda y Bujara.

Para millones de uzbekos, estos son lugares sagrados. Pero para el gobierno uzbeko también representan una oportunidad para impulsar el turismo, a medida que el país se abre al mundo después de décadas de gobierno aislacionista y autoritario.

Samarcanda es el hogar de docenas de magníficas tumbas. Figuras notables como el emperador Tamerlán, el astrónomo Ulugh Beg y Kusam Ibn Abbas, el primo del profeta Mahoma, quien trajo el islam a esta tierra en el siglo VII, están todos enterrados aquí.

Pero hay una tumba que no se parece a ninguna otra. Todas las mañanas, cientos de personas suben a la cima de una colina en las afueras de la ciudad para visitar una tumba alargada y de formas extrañas, rodeada de pistachos y albaricoqueros, entre las ruinas de la ciudad vieja.

El aire está lleno de cantos de pájaros y el murmullo de las oraciones. Las familias comparten el almuerzo sentados en los bancos y las parejas jóvenes se toman selfies en las cercanías.

Pero entre los peregrinos no solo hay musulmanes, porque se cree que esta tumba es el último lugar de descanso del profeta bíblico Daniel, o Daniyar, como lo llaman los uzbecos.

"Musulmanes, cristianos y judíos vienen aquí y rezan sus oraciones según su propia religión", explica Firdovsi, un joven guía. "San Daniel era judío, pero los musulmanes lo respetan porque era el profeta de Alá".

"A menudo vengo aquí y rezo por su alma", me dice una mujer llamada Dilrabo. "No solo fue un profeta judío, fue enviado a toda la humanidad. Incluso llamé a mi nieto Daniyar en su honor".

Dilrabo ha venido con su hija Setora y una nieta. Después de las oraciones dirigidas por un mullah, se unen a la fila para observar más de cerca la tumba.

Es un edificio extraordinario, de más de 20 metro de largo y hecho de ladrillos de color arena en el estilo islámico medieval, con arcos internos y un techo abovedado.

Dentro del mausoleo -o maqbarah- hay un sarcófago de 18 metros de largo cubierto con una tela de terciopelo verde oscuro bordada en oro con versículos del Corán.

Este lugar es uno de los pocos en el mundo donde personas de diferentes religiones se reúnen para orar.

"Soy judía y si quiero puedo rezar aquí y un cristiano también puede orar aquí", diceSuzanne, de Israel. "Tiene que ver con la tolerancia uzbeka. Este lugar une a la gente".

Kristina de Moscú me dice que sus amigos vinieron de Rusia para pedir por la sanación de una enfermedad. "Ahora están curados", me revela.

Creer en la magia o los poderes curativos de los santos o lugares sagrados es una tradición arraigada en Uzbekistán y las peregrinaciones a los santuarios se remontan miles de años atrás, a los tiempos de los chamanes, budistas o zoroastrianos.

Incluso más de 1.200 años de presencia islámica no han borrado estas antiguas tradiciones, ya que las personas simplemente mezclaron sus antiguas creencias con la fe musulmana.

No es de extrañar entonces que lugares como la tumba de Daniel estén llenos de mitos.

Con respecto a por qué la tumba tiene 18 metros de largo: mucha gente cree que San Daniel era un hombre muy alto o que su tumba crece un poco cada año.

Uzbekistán cuenta con cientos de santuarios en todo el país, muchos de los cuales fueron abandonados o cerrados durante la era soviética.

"El islam de Asia Central es bastante flexible, incluyente y se mezcla con las tradiciones locales", dice Khurshid Yuldoshev, un exestudiante de una escuela religiosa.

"Es por eso que la religión se interpreta de manera más tolerante. La tradición de visitar los santuarios es benigna y parte de nuestra cultura y no tiene nada que ver con el islam político, estos peregrinos son pacíficos".

El islam político es algo a lo que el gobierno uzbeko le teme desde hace mucho tiempo. Bajo el gobierno de 26 años del fallecido presidente autocrático Islam Karimov, miles de musulmanes independientes fueron encarcelados.

Ahora Uzbekistán dice que está cambiando. El actual presidente Shavkat Mirziyoyev, que llegó al poder tras la muerte de Karimov en 2016, prometió más libertad religiosa.

"El gobierno está liberando a aquellos que verdaderamente se han arrepentido", dice Shoazim Minvarov, el jefe del recién fundado Centro de Civilización Islámica en la capital, Tashkent.

Minovarv cree que a los uzbecos que vivieron en la Unión Soviética atea les faltó conocimiento y orientación una vez que el comunismo desapareció.

Durante la década de 1990 cientos de jóvenes uzbecos desilusionados se unieron a organizaciones afiliadas al Talibán y al-Qaeda.

Ahora las autoridades esperan que un énfasis renovado en las tradiciones religiosas locales contrarreste las creencias extremas.

"El radicalismo es la consecuencia de la ignorancia", dice Minovarov. "Queremos enseñar a nuestra gente el islam de la iluminación".

Nadie sabe a ciencia cierta cuántos santuarios hay en Uzbekistán. Algunos funcionarios estiman que alrededor de 2.000. Y esta riqueza es una oportunidad para que el gobierno impulse el turismo.

"Solo el año pasado, casi 9 millones de ciudadanos uzbekos realizaron una peregrinación", señaló Abdulaziz Aqqulov, el subdirector del Comité de Turismo de Uzbekistán.

El número de turistas extranjeros sigue rezagado, con alrededor de dos millones de visitantes al año, pero Uzbekistán ahora ha abierto sus fronteras a los países vecinos y reducido las restricciones de visas para muchos otros.

"Científicos y eruditos islámicos mundialmente famosos como el imán Muhammad al-Bukhari o Bahauddin Naqshband están enterrados en Uzbekistán", dice Aqqulov. "Países como Indonesia, Malasia, Turquía o India pueden proporcionar millones de peregrinos adicionales a estos sitios".

El potencial es realmente significativo. Se cree que solamente el líder sufí del siglo XIV Bahauddin Naqshband tiene más de 100 millones de seguidores en todo el mundo, lo que representa una gran cantidad de posibles peregrinos a su tumba en la antigua ciudad uzbeka de Bukhara.

Por ahora, la mayoría de los visitantes son locales.

En el santuario de San Daniel en Samarcanda, Dilrabo y su hija han completado su peregrinación bajo los ojos curiosos de la hija pequeña de Setora.

Una vez que los adultos han terminado, la niña deja sus dulces en un banco y se acerca al viejo pistacho para susurrarle un deseo.

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