En medio de una crisis de opioides en expansión, la ciudad canadiense de Vancouver está llevando a cabo una pionera y radical estrategia de tratamiento para los adictos: dejar que se inyecten.

La heroína ha formado parte de la vida del barrio de Downtown Eastside de Vancouver durante tanto tiempo como abarca la memoria de los vecinos.

En los años 90 la práctica de compartir agujas entre los adictos llevó a la ciudad a "la epidemia más explosiva de VIH jamás observada fuera del África Subsahariana", según el investigador sobre Sida Thomas Kerr.

Esta crisis temprana de drogas condujo a la apertura, en 2003, del primer sitio de inyección supervisada de toda América del Norte, llamado Insite.

Ahora, a medida que crece la epidemia de opioides, este mismo barrio se ha convertido en una incubadora de innovadores planes de tratamiento para la adicción.

Más de 10.000 visitas en un mes

Insite está frente a un bullicioso mercado callejero.

Es un espacio reluciente y clínico, muy distinto de la imagen común de adictos apiñados en un sucio callejón.

Solo en junio de 2017 la sala de inyección de Insite tuvo 10.600 visitas.

Su fundador y exdirector, Chris Bruchner, dice que las instalaciones proveen "dignidad para personas que no tienen mucha dignidad en sus vidas cotidianas".

Bruchner empezó su carrera como activista contra el vih/Sida en Montreal, y asumió el desafió de Insite para lidiar con "el uso problemático de sustancias no como una acción criminal o un fracaso moral sino como un tema social y de salud".

Los pacientes pueden inyectarse sus propias drogas en la clínica, en presencia de una enfermera o de un médico.

Insite ayuda a los adictos a conectarse con otros servicios sociales, como los de de alojamiento o salud mental, y también provee servicios de desintoxicación.

Hay decenas de estudios en revistas especializadas de gran reputación, como The Lancet y British Medical Journal, que apoyan la visión de Insite de que este tipo de estrategias reducen las enfermedades o el desorden público y que pueden animar a la gente a salir de las drogas para siempre.

Estas investigaciones alimentaron la apertura de centros similares en otros lugares de Canadá y Estados Unidos: hasta ahora hay 16 sitios con licencia en Canadá y uno en camino en la ciudad estadounidense de Seattle.

Los críticos dicen que la filosofía de Insite implica tirar la toalla con respecto a la adicción de los usuarios, pero el actual director de la clínica, Mark Lysyshyn cree que es justo al contrario.

"Se trata de ayudar a la gente cuando te necesita, de ayudarlos a estar vivos hasta que alcancen el punto en que el tratamiento o la desintoxicación son opciones para ellos".

Otra opción en el barrio: "Área 62"

Fue la expansión del uso del fentanilo, un opioide letal 50 o 100 veces más potente que la heroína, lo que hizo que los centros de inyección supervisada pasaran de ser un experimento médico a una necesidad.

Y ningún lugar recibió un golpe tan duro como Vancouver. Las autoridades estiman que para finales de 2017 la ciudad habrá tenido 430 muertes por sobredosis, casi el doble que en 2016.

Sarah Blyth, una activista de la comunidad que coordina el mercado de Downtown Eastside recuerda cuando las cosas empezaron a empeorar, a principios de 2016.

Aunque las sobredosis siempre fueron un problema en los callejones que hay detrás del mercado, Blyth dice que hubo un momento en que cada mañana había un nuevo cadáver.

"La gente moría por todas partes", dice.

Blyth recibió formación para administrar Naloxone, un antídoto para las sobredosis de opioides, mientras trabajaba en un refugio del barrio para los sin techo. Poco después empezó a correr a diario a Insite a buscar kits del antídoto.

En otoño de 2016, junto a un grupo de voluntarios, creó la Sociedad para la Prevención de la Sobredosis, un sitio comunitario de inyección supervisada situado entre el mercado y los callejones, en lo que se conoce ahora como "Área 62".

Blyth ayudó a formar a la gente en la administración de Naloxone y empezó una campaña de financiación colectiva para acceder a su abastecimiento.

Una iniciativa comunitaria ilegal... al principio

Insite tenía una permiso especial del gobierno que le daba una exención de las leyes antidrogas. Pero cuando Área 62 abrió por primera vez era ilegal.

"Dijimos, nos da igual, vamos a abrir este espacio", le dijo Blyth a la BBC.

"Si nos dicen que no podemos les decimos que estamos salvando vidas, que se larguen".

La policía ignoró lo que pasaba en Área 62 hasta las Navidades de 2016 cuando el lugar obtuvo una licencia para operar del departamento de salud pública de la ciudad.

La Sociedad para la Prevención de la Sobredosis funciona desde remolques y tiendas de campaña. La mayoría de los voluntarios son residentes de la zona, y son consumidores de drogas o tienen parientes que lo son.

Blyth dice que para muchos salvar las vidas de los otros les ayuda a tener un motivo para no recaer en la adicción.

"Les da viento a sus velas", dice.

Robin Macitosh, una vecina cuyo hermano murió de sobredosis en 1993, cuenta que ser voluntaria le dio un propósito a su vida. Ella cree que ha salvado la vida a cientos de personas.

Heroína recetada por el médico

No muy lejos de "Área 62" está una de las reservas de heroína más vigiladas de la ciudad.

Se trata de la clínica Providence Crosstown, el único centro médico de Canadá que puede recetarle heroína a los adictos.

Su programa empezó en 2009 y funciona a su capacidad máxima, atendiendo a 130 pacientes.

Russell Cooper es uno de ellos. Dice que entiende por qué algunas personas están en desacuerdo con el polémico tratamiento.

"No los culpo. ¿Por qué utilizar los dólares de sus impuestos para que la gente se de un viaje?", dice después de su dosis de esta mañana.

"Lo único que puedo decirles es que la adicción es muy poderosa".

Cooper lleva 30 años enganchado, desde que probó la heroína por primera vez estando en prisión.

Cuenta que le hizo sentirse bien. Le gustó y sus amigos la consumían. Pero cuando se le pasó el efecto se quedó temblando, sudando y con una única cosa en la mente: conseguir más.

Cuando salió de la cárcel empezó a traficar con drogas para mantener su adicción. Perdió la custodia de su hijo y se empezó a quedar en refugios para sin techo.

Intentó varias veces seguir un tratamiento con metadona, y a veces llegó incluso a estar uno o dos años enteros sin consumir heroína.

Pero siempre volvió a caer.

"La metadona es como ponerte una manta por encima, pero antes o después te va a dar frío".

Cooper es el candidato ideal para este tipo de programa, dice el doctor Scott MacDonald, el médico que lidera la clínica Crosstown.

La prescripción de heroína es el último recurso para la gente que ya ha intentado dejar la adicción muchas veces.

Igual que Insite, esta clínica también pone en contacto a los pacientes con los distintos servicios sociales de la ciudad.

Ese es su verdadero propósito, dice MacDonald.

Al darle dosis estables de drogas limpias, sin fentanilo, que es tóxico, los pacientes pueden mantener su adicción y no estar en las calles.

Cooper cree que este programa la salvó la vida.

Le permitió salir del refugio y vivir en su propio departamento. Consigue algo de dinero haciendo trabajillos en el edificio y ayudando a un amigo que trabaja con caballos de carreras.

Además es voluntario en las escuelas, educándolos sobre los peligros de los opioides.

Lo que más quiere es volver a conectar con su hijo de 12 años.

No hay soluciones universales

A pesar de los distintos programas para la adicción que ya existen en Vancouver, el aumento de las muertes relacionadas con el fentanilo hace que las autoridades canadienses siempre tengan que estar buscando nuevas estrategias.

Chris Bruchner, el fundador de Insite, ahora trabaja para Fraser Health, una institución suburbana de salud, y dice que lo que funciona en Downtown Eastside puede no ser eficaz en otras áreas del país.

"En Vancouver la gran mayoría de las sobredosis están centralizadas en cinco manzanas, pero en otras comunidades están diseminadas".

La mayoría de las muertes por sobredosis ocurren cuando alguien consume drogas solo en su departamento, según datos públicos, lo cual hace que sea vital conectar con la gente antes de su adicción.

Fraser Health ha estado llevando enfermeras a zonas con antecedentes de sobredosis para distribuir kits de Naloxone e incluso supervisando inyecciones en las casas particulares de los adictos.

Pero Bruchner cree que el gobierno también debe invertir en alojamiento estable, recursos para la salud mental y educación, para que la gente ya de entrada no sienta la necesidad de empezar a usar heroína.

Lysyshyn, el actual director de Insite, concuerda con Bruchner en que las sobredosis disminuirán cuando los drogadictos dejen de ser tratados como fracasados morales.

"Nunca vamos a poder supervisar todas las inyecciones", dijo.

"Así que las estrategias de prevención no deben basarse en el acceso a Naloxone, sino en un cambio en las políticas sobre consumo de drogas".

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