El "rey del porno" ha vuelto a la carga.

Desde su silla de ruedas de oro, Larry Flynt, el "gringo el pervertido", "el enemigo" del movimiento feminista, el "cristiano fundamentalista converso", el "cruzado" a favor de la Primera Enmienda, regresa a la escena en Estados Unidos.

No a la sexual (tiene 74 años y una bala lo dejó parapléjico hace casi 40 años), pero sí a la política, esa "segunda casa" a la que siempre ha querido entrar y a la que su licencioso pasado siempre le ha cerrado la puerta.

Y lo hace de la misma forma, polémica y cuestionable, que lo ha hecho siempre, desde que libró la primera gran batalla por la legalización de la pornografía en Estados Unidos: con una convocatoria, con una provocación y con mucho dinero de por medio.

Esta vez, todo comenzó con un anuncio publicado este domingo, nada menos que en The Washington Post.

¿Qué decía? Qué ofrecía nada menos que US$10 millones.

No buscaba modelos ni candidatos para actos atrevidos para la portada de su mítica revista Hustler, que en la década de 1970 llegaba a 3 millones de manos cada mes.

Pedía datos que puedan llevar al impeachment (juicio político) al presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

No es la primera vez que Flynt usa los anuncios en los medios para poner a los políticos en aprieto.

Ya en la década de 1970 ofreció US$1 millón por informes que pusieran en evidencias conductas sexuales ilícitas de los miembros del Congreso o de que cualquier otra figura pública.

Casi 40 años después, subió la apuesta, en monto y lugar: ahora no solo multiplicó la cantidad, sino que se dirigió directamente hacia el inquilino de la Casa Blanca.

Pero ¿quién es este viejo magnate del porno?, ¿de dónde salió este multimillonario que pasó de crear clubes nudistas a liderar una revista de discutible moral y, de ahí, a dirigir casinos, inmobiliarias y empresas de manejo de marcas, de producción de música y hasta de videojuegos?

Los inicios

En su apartamento de lujo Wilshire Boulevard, en el mítico barrio de Beverly Hills, lleno de estatuas de Julio César, alfombras, cuadros barrocos y fotos con personalidades famosas, poco a nada recuerda los orígenes de miseria del hijo de un ama de casa y de un veterano de guerra venido a menos de Lakeville, Kentucky.

Pero cuentan los que han estado que hay allí otros elementos que recuerdan lo que vino después: selecciones de Hustler, la revista que hizo legal la pornografía en Estados Unidos, torsos escultóricos de mujeres desnudas y cuadros del juego de póker, su pasión desde que huyó de su casa cuando tenía 15 años.

Un certificado de nacimiento falsificado le permitió el inicio de la aventura: de fracasado buscafortuna en juegos de azar, pasó a vendedor de alcohol en los años sedientos de ley seca.

Un policía, según contó, lo obligó a volver a casa, luego de forzarlo a tocarle partes prohibidas. No fue su primer encuentro con el sexo. Sus memorias se remontan a los 7 años, a una prima y a una gallina, pero dice que ese día marcó el resto de su vida.

Poco duró su vuelta a su paupérrima casa de Kentucky.

Como a muchos jóvenes pobres de la época, no le quedó otra que enrolarse en el ejército para intentar vivir una mejor vida.

Lo hizo en la Marina, pasó a operar radares, cruzó los mares y dejó "amantes en cada puerto" hasta que fue "honorablemente" retirado.

Eran finales de 1964.

Libertad sexual

Con los US$1.800 que había logrado ahorrar para ese entonces, le compró a la madre un bar de mala muerte que para entonces regentaba en Dayton, Ohio.

Lo reestructuró y, al poco tiempo, según contó, ya le había sacado la inversión y decidió comprarse otro, después otro más... ahí fue cuando surgió la idea.

Flynt pensó que en aquellos años del inicio de la revolución sexual, su público de borrachos adinerados y adictos a las metanfetaminas se vería complacido si fueran recibidos por mujeres desnudas, si vieran bailar mujeres desnudas...

Fue el inicio de Hustler Club, uno de los primeros clubes nudistas en Estados Unidos.

Tres años después, tenía ya cinco sucursales y, ya la acción de las mujeres no se limitaba al baile.

Para promocionarlas, decidió crear un pequeño boletín de pobre diseño y dos páginas que llamó Hustler Newsletter (Boletín de Hustler).

El folletín hoy daría risa, pero para ese entonces, contaba con los ingredientes necesarios para el escándalo: desnudos ligeros.

Fue tal éxito que Flynt pronto decidió agregarle páginas y, cuando el negocio de los clubes parecía declinar, tras la recesión, el boletín perdió el apellido, aumentó su morbo y se convirtió en Hustler, una revista de sexo explícito.

La publicación, que pronto levantó las más encendidas polémicas por enseñar sin pudor los entresijos de los penes, las vaginas y sus acoples, hizo parecer pacatas a la entonces poderosa Playboy y Penthouse.

La revista se ganó la enemistad del movimiento feminista, por su evidente contenido racista y denigrante de la mujer.

Pero no fue esta visión instrumental de la mujer lo que llevó a Flynt en 1978 frente a un juez del condado de Gwinnett, en Georgia. Era menos que eso: básicamente, su obscenidad.

La batalla

Fue entonces cuando comenzó la gran batalla de Flynt, su "lucha" por un mundo, según dijo, en el que la pornografía y el lenguaje "para adultos" fueran aceptados como hechos cotidianos de la vida.

Su amparo legal fue la Primera Enmienda, la norma de la Constitución de Estados Unidos que vela por la libertad de expresión y de prensa.

Tras un largo tiempo de dimes y diretes, el juez a cargo del caso dictaminó que, bajo el amparo de esa enmienda, la publicación de pornografía en el país era legítima, más allá de la oposición de los moralistas.

A partir de entonces, la pornografía salió de los confines de la censura en Estados Unidos.

Pero Flynt, uno de los artífices de todo esto, no pudo celebrarlo.

Un supremacista blanco le clavó una bala en la barriga, que le afectó la médula, justo una mañana en que salía del juzgado.

Después de estar días sin contarse entre los vivos, el "rey del porno" quedó incapacitado -ironías de la vida- de la cintura para abajo.

Ocaso

De la silla de ruedas, y gracias a una hermana del entonces presidente de Estados Unidos, James Carter, Flynt pasó a la fe desbordada por Cristo, mientras seguía, por otro lado, impulsando la revista.

El ocaso del porno impreso años después marcó también la decadencia de la figura Flynt, cuya cercanía a demócratas como Carter o su lejanía premeditada hacia republicanos, como George Bush (padre e hijo), lo hicieron reaparecer ocasionalmente de su encierro en su apartamento barroco de Beverlly Hills.

The People vs. Larry Flynt, una película de Milos Forman, intentó en 1996 convertir en ficción su vida legendaria, el año pasado una autobiografía también intentó hacerlo renacer.

Fueron, de alguna manera, un anunciado homenaje a su decadencia, una constatación de que la verdadera película, su vida real, ya había llegado a un desapercibido fin.

Una decadencia mayor que la que le trajo su larga adicción a las metanfetaminas y la constante depresión de su invalidez: la del paso lento, inclemente, del tiempo.

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