DW: Actualmente parece que el este y el oeste de Europa hablan lenguajes distintos en cuanto al tema de los refugiados. ¿Cómo lo explica Usted?

Ivan Krastev: La crisis financiera dividió a Europa entre deudores y acreedores y, además, marcó una brecha entre el norte y el sur. Ahora, la crisis de refugiados implica una nueva división este-oeste. No solo experimentamos una falta de solidaridad sino la colisión entre distintas solidaridades: entre las nacionales, étnicas y religiosas, por un lado; y por el otro, las que impone nuestra obligación como seres humanos.

En el este de Europa, muchos rechazan que la solidaridad que deben a sus compatriotas también sea extensiva a quienes huyen de la guerra y la persecución. La crisis de los refugiados ha dejado en claro que el este de Europa ve a los valores en los que está sustentada la Unión Europea como una amenaza. Al mismo tiempo, muchos en Europa occidental ven a estos valores universales como el núcleo de la nueva identidad europea. Mientras en Alemania cerca del diez por ciento de la población participa en iniciativas privadas para los solicitantes de asilo, en Europa del este la opinión pública permanece impasible ante la tragedia de los refugiados.

¿Así que la reacción europea ante esta crisis ha sido asimétrica?

En la mayoría de los países de Europa occidental, la crisis de los refugiados condujo a una polarización de la sociedad, a una confrontación entre quienes apoyan y quienes repudian la política de puertas abiertas, entre los que reciben en sus casas a refugiados y los que incendian albergues para refugiados. Los resentimientos de los europeos orientales hacia los refugiados parecen especialmente fuera de sitio si analizamos dos hechos: uno, que los europeos orientales ocuparon buena parte del siglo XX en emigrar ellos mismos o en asistir a inmigrantes; y dos, que hoy casi no hay refugiados sirios en los países del este de Europa.

Pero sigue sin respuesta la pregunta de por qué los europeos del este no se muestran impresionados por la tragedia de los refugiados.

El retorno de la división entre el este y el oeste de Europa no es producto de una desafortunada casualidad. Tiene sus raíces en la historia, en la demografía en las turbulencias del período de transición postcomunista. Al mismo tiempo, parece haber un “levantamiento popular” centroeuropeo contra la globalización. La historia tiene un gran peso en esta región. A menudo las experiencias históricas se contradicen con las promesas actuales de la globalización.

En Europa central se conocen mejor que en ninguna otra región las ventajas, pero también el lado oscuro de las sociedades multiculturales. Los Estados y Naciones de Europa oriental fueron fundados en el siglo XIX tardío, y de un golpe. Mientras en la mitad occidental de Europa el contacto con el resto del mundo estuvo marcado por el legado de las potencias coloniales, los Estados de Europa oriental se originaron en la caída de grandes imperios y en las posteriores depuraciones étnicas. Tenemos el ejemplo de Polonia. Antes de la Segunda Guerra Mundial, ese país era una sociedad multicultural en la que más de un tercio de la población estaba conformada por alemanes, ucranianos o judíos. Actualmente, Polonia es una de las sociedades étnicamente más homogéneas del mundo. El retorno de la diversidad étnica significa para muchos polacos el regreso de una época difícil entre las dos guerras mundiales.

¿Son los europeos del centro y del este más atrasados en su concepción de la nación y el Estado que los del oeste?

No precisamente. Su posición es simple y sencillamente distinta. La Unión Europea se basa en la idea francesa de nación; es decir, la pertenencia a través de la lealtad a las instituciones. Y también en el concepto alemán de un Estado, con un centro federal relativamente débil. En cambio, los europeos del centro y del este adoptaron la idea alemana de nación y la visión francesa del Estado: combinan la fascinación por un Estado central todopoderoso heredada de los franceses, con una noción según la cual la nacionalidad se basa en un origen y una cultura comunes. Para muchos europeos, lemas como “Polonia para los polacos” o “Alemania para los alemanes” tienen una justificación, pero no la idea de “Europa para los europeos”. Europa no tiene un peso político ni una identidad étnica. No tenemos un idioma común y nuestra historia continental tiende a separarnos más que a unirnos. En la medida que se opone a recibir a los refugiados, Europa oriental puede provocar una crisis radical de solidaridad en la Unión Europea y, paradójicamente, esto puede alejarla de Europa occidental.

Ivan Krastev es politólogo y presidente del Centro de Estrategias Liberales con sede en Sofía. También es miembro permanente del Instituto de Ciencias Humanas, con sede en Viena.

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