Las crisis y las guerras cambian muchas cosas. A veces todo. Tras la Segunda Guerra Mundial, surgió un nuevo ordenamiento mundial, pero también instituciones, como las Naciones Unidas, para evitar que guerras tan devastadoras vuelvan a repetirse. Tras la crisis financiera mundial, las naciones reforzaron su control sobre los bancos y la labor de autoridades reguladoras. Durante la crisis del coronavirus, por fin aprendimos a apreciar las ventajas de la digitalización, por ejemplo, con el teletrabajo.

Y ahora esta guerra, iniciada por un hombre que quiere corregir los errores del pasado, al menos lo que él considera errores. Un hombre cuyas ventas de gas han calentado nuestros hogares durante décadas. El presidente de un país que lo tendría todo para ser una superpotencia sin invadir otros países: muchas materias primas, gente bien educada, una gran cultura. Pero a él le faltó algo: los millones de ingresos procedentes de la venta de materias primas no se usaron para llevar al país a la vanguardia de la tecnología. En cambio, los jefes de esas empresas -llamados oligarcas- compiten por el yate más lujoso, la propiedad inmobiliaria más valiosa o el club de fútbol más caro.

¿Las sanciones afectan a las personas adecuadas?

Sobre esta guerra solo sabemos que se desarrolla brutalmente, pero no cuándo y cómo podría terminar, ni hasta dónde está dispuesto a llegar el hombre del Kremlin. Lo que podemos ver es que esto produce la unión de Occidente y provoca sanciones severas. Sí, el rublo se desplomó, el país se vuelve insolvente, mientras los inversores y el capital se esfuman. Pero, ¿pueden las sanciones tener el efecto esperado? ¿O golpeará solo a la gente común y corriente que ya no puede comprar jeans Levis, iPhones, o pedir hamburguesas en McDonalds?

Occidente, dependiente de las 'drogas' rusas del petróleo y gas, se preocupa por sus industrias, que dependen en gran medida de estos combustibles fósiles. Los europeos le temen al próximo invierno porque sus casas podrían quedarse frías. Los precios se disparan en las gasolineras y no dejan de subir. Y esto es solo el principio.

El níquel, por ejemplo, del que Rusia también tiene abundancia, y que es indispensable para la producción de acero, ha elevado su valor hasta en un 50% de un día para otro. El paladio, el aluminio y los gases nobles neón y xenón también han subido de precio. Estas materias primas son, asimismo, importantes para Europa Occidental.

Ingredientes para una crisis económica mundial

Ya se hacen las primeras apuestas sobre cuándo el precio del petróleo superará los 200 dólares. Lo que sí está claro es que la inflación se convertirá en un gran problema, en vista de que hay pocas razones para creer que la situación de los precios mejore. Por el contrario, todos esos datos suenan como los ingredientes de una nueva crisis en la economía mundial. Las arcas de los ministros de finanzas están vacías, después de los miles de millones en programas de ayuda en la lucha contra el coronavirus. Entonces, ¿cómo será posible financiar nuevos paquetes?

En vista de la situación, se planea apresuradamente ser menos dependientes del gas y el petróleo rusos en las capitales europeas. Más fácil es decirlo que hacerlo, y no ocurrirá tan rápido. Y será caro: los expertos calculan que llenar las instalaciones de almacenamiento con gas licuado europeo en lugar del ruso antes del próximo invierno costará unos 70.000 millones de euros.

¿Se puede sin Rusia?

Por otro lado, Moscú debería pensarlo dos veces antes de cerrar la llave del gas, en vista de que esto aporta millones diarios: solo en febrero, los europeos transfirieron 5.600 millones de euros a Gazprom y compañía. Por cada barril de petróleo que exporta Rusia, el país gana entre 70 y 90 dólares, a los precios actuales. Lo único que podría ayudar ahora es aumentar drásticamente la cantidad de petróleo disponible en los mercados para hacer bajar el precio. Por otro lado, las arcas del Kremlin están aseguradas, sus deudas son comparativamente bajas y tiene amigos leales en Pekín, ávidos de nuevas fuentes de materias primas y mercados.

La gran pregunta, tal vez formulada muy pronto, es ¿cómo puede ser nuestra futura relación con Rusia? ¿Puede haber una? Está claro que la guerra debe parar, ojalá de forma inmediata. El sufrimiento del pueblo ucraniano debe terminar. Pero, ¿aislar a Rusia del comercio mundial a largo plazo? Muy difícil. ¿Resolver los problemas del mundo (el cambio climático, por ejemplo) sin Rusia? Es difícil de imaginar. Por lo tanto, esto solamente puede hacerse con Rusia, pero solo con una Rusia sin Putin.

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