Por AFP

Llorando desconsoladamente, los padres del bebé británico Charlie Gard, quien sufre una enfermedad terminal, reconocieron que decidieron terminar con la batalla legal para llevar a su hijo a Estados Unidos para un tratamiento experimental.

Un abogado que representa a los padres, Connie Yates y Chris Gard, explicó al juez Nicholas Francis que "se acabó el tiempo" y que tomaron la decisión tras haber visto los últimos escáneres cerebrales de su hijo, de 11 meses de edad.

Durante su sentido testimonio ante la corte, la madre criticó al Hospital Great Ormond Street, donde se encuentra su vástago. "Supimos en julio (que el tratamiento podía funcionar) y nuestro poble bebé ha sido dejado sin tratamiento mientras se producía esta batalla legal".

El caso de Charlie, que sufre una rara enfermedad genética, ha despertado gran controversia en Gran Bretaña. Los doctores que trataron al bebé desde su nacimiento aconsejaron a los padres que dejaran morir al niño, y la justicia les dio razón, lo que llevó a los padres a presentar el caso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

El juez Francis tenía que decidir en la audiencia si las pruebas médicas permitían a los padres sacar al niño del país para llevarlo a Estados Unidos, donde hubiera sido sometido a una terapia experimental, conocida como Nucleoside bypass therapy, algo como una terapia de bypass con nucleósidos), hasta ahora no probada con humanos.

Sin embargo, el abogado de la familia anunció el juez que ante las últimas evidencias médicas "continuar con este tratamiento ya no beneficia a la salud de Charlie. Es muy tarde para él".

Un grupo de manifestantes gritó consignas en contra del magistrado Francis, durante la audiencia.

"Charlie ha sufrido atrofia muscular severa" y "el daño que han sufrido sus músculos es irreversible", explicó el abogado.

El bebé sufre de una enfermedad genética llamada síndrome de depleción del ADN mitocondrial, que afecta a otras 16 personas y no existe cura. No puedo ver, oír, moverse, respirar o tragar por su cuenta. 

El caso adquirió una dimensión internacional que incluyó al Papa Francisco y hasta Donald Trump, quien afirmó que Estados Unidos "estaría encantado" de ayudar.

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