Poco después del inicio de la pandemia en Wuhan, China, reportes de actos y muestras de sinofobia, especialmente en el hemisferio norte, empezaron a aparecer en medios de comunicación y en redes sociales bajo etiquetas como #StopAsianHate o #IAmNotAVirus. Tras la difusión de rumores y desinformación, y a medida que el mortífero brote empezó a tomar dimensiones cada vez más dramáticas, el auge del sentimiento antiasiático fue creciendo de manera más generalizada, especialmente contra asiáticos del Este.

Estados Unidos ha visto un especial auge de ataques contra asiáticos, acompañado en muchos casos de una retórica antinmigrante, el cual tuvo un auge renovado desde los discursos anti-China de Donald Trump. Hoy, a pesar de que hayan pasado más de dos años de pandemia, los ataques siguen sucediendo: tan solo una investigación reciente del Foro Nacional de Mujeres Asiáticas e Isleñas del Pacífico reveló que el 74 por ciento de las mujeres asiático-estadounidenses declararon haber experimentado personalmente racismo o discriminación en los últimos 12 meses, aproximadamente el tiempo transcurrido desde los tiroteos en de Atlanta, en los que fueron asesinadas ocho personas, la mayoría de ellas mujeres asiáticas.

 

Casos en Latinoamérica

Pero más allá de los actos de odio en el hemisferio norte, Latinoamérica no ha permanecido libre de este fenómeno. Por ejemplo, en Argentina, según Clarín, un dueño de un supermercado chino y un repartidor argentino protagonizaron una pelea después de que este le dijese al vendedor: "¿Qué hacés, coronavirus?". En Brasil, el ministro de Educación relacionó la pandemia de coronavirus con el "plan de dominación mundial" del país asiático, en un tuit que imitaba el acento chino, sustituyendo la letra "r" por la "L" mayúscula, "BLazil" en lugar de "Brasil". Y en Bolivia, según reportó Japan Times, tres jóvenes turistas japoneses fueron puestos en cuarentena en un hospital local, a pesar de no tener antecedentes de haber viajado a China ni presentar síntomas de la infección.

Así, contrario a lo que muchos esperarían, en Latinoamérica –donde mucha gente no está consciente de la existencia de racismo en el subcontinente- estos actos xenofóbicos y, en ocasiones, abiertamente racistas, han sido más comunes de lo pensado, en especial durante las primeras diásporas significativas de asiáticos al continente en el siglo XIX: una historia para muchos inédita.

Olas migratorias asiáticas 

La historia de asiáticos en el continente está marcada por diferentes olas migratorias que se remontan desde la llegada de filipinos en el siglo XVI, principalmente a Cuba y México, durante el periodo colonial español de Filipinas. Pero no fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando el flujo de entrada a la región se disparó dramáticamente, en especial asiáticos del Este, como mano de obra barata –en muchos casos en condiciones de esclavitud– en países como Perú, que cuenta hoy con la mayor población de chinos en Latinoamérica. 

Según aseguró a DW Carlos Alberto Aquino Rodríguez, economista y experto en estudios asiáticos, los cálculos varían mucho, pero se estima que el 3 por ciento de la población peruana tiene ascendencia china, mientras otras estimaciones indican una cifra mucho mayor de hasta el 10 por ciento de la población.

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Desde la llegada de chinos y japoneses a Perú –en donde inicialmente se buscó preferiblemente la llegada de europeos, como la inmigración de bóeres en Argentina–, la relación de la sociedad con los nuevos inmigrantes se ha visto permeada de prejuicios y discriminaciones que han llevado hasta a políticas antimigratorias racistas. 

"El racismo antiasiático ha sido muy fuerte en países como el Perú", afirma en entrevista con DW Juan Carlos Callirgos, historiador y experto de racismo de la Pontificia Universidad Católica del Perú. "Las élites del siglo XIX pensaban que el futuro del país dependía, en cierta manera, de la mejoría racial, del blanqueamiento", agrega. Según Callirgos, este sentimiento antiasiático quedó evidenciado después de la guerra del Pacífico a finales del siglo XIX con la supuesta necesidad de una "terapéutica étnica", expuesta en la tesis de 1897 de Clemente Palma titulada El porvenir de las razas en el Perú, donde expone el problema peruano como básicamente racial.

Creciente hostilidad y prejuicios raciales

En este contexto, los inmigrantes asiáticos, que llegaron principalmente para trabajar en la producción de guano o en la construcción de ferrocarriles, ente otras cosas, se vieron enfrentados a una creciente ola de prejuicios raciales y hostilidad de la sociedad, quienes los consideraban inferiores –igual que con los indígenas o africanos– y los calificaron comúnmente como "viciosos", "depravados", "raquíticos" y hasta los animalizaron, llamándolos "ratas" o "macacos", probablemente por las rutas marítimas por las que llegaron desde el puerto de Macao.

Por otra parte, a medida que se fueron asentando, el éxito económico que lograron avivó la sensación de amenaza, al rivalizar con la población local, aumentando el impacto negativo en la imagen del asiático. Y no solo en Perú: el éxito de japoneses en plantaciones de algodón en Brasil o en comercio en el norte de México, en Sonora o Sinaloa, dirigido por chinos, fueron causantes de envidia por parte de grandes sectores de la sociedad.

Políticas antichinas en Estados Unidos y América Latina

Según Katalin Jancsó, profesora experta en inmigrantes en América Latina de la Universidad de Szeged, Hungría, este sentimiento fue influenciado también por las políticas antichinas de Estados Unidos, en especial con Ley de Exclusión China de 1882, que prohibía toda inmigración de trabajadores chinos. 

De ahí, según resume Jancsó para DW, varias políticas antimigratorias se replicaron también en Latinoamérica. Entre las más notorias, está el protocolo Porras-Wu en 1909 en Perú, el cual limitaba la inmigración china, y las leyes segregacionistas en México de 1923, las cuales obligaban en Sonora a la creación de "barrios chinos" con el fin de concentrar en él a todos los individuos de "raza china", prohibiendo también los matrimonios entre mexicanas y chinos, "aunque obtengan carta de naturalización".

Más allá de los prejuicios raciales, muchas veces trivializados –aún en nuestros días–, estás derivaron en políticas concretas que afectaron profundamente a estas comunidades. "No eran simple prejuicios: el racismo que existía contra los chinos y japoneses sí intentaba impedir su ascenso social", aseguró Callirgos. "No era solo una idea, sino que en la práctica esto atacaba las posibilidades de subsistencia de los asiáticos peruanos", agregó.

Pearl Harbor: deportación de japoneses peruanos a EE. UU.

Quizás el ejemplo más notorio, y poco conocido, fue la detención y deportación de peruanos de origen japonés al sur de Estados Unidos para ser encarcelados en campos de concentración después del ataque por parte del ejército japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Se estima que 2.300 personas fueron llevadas estos a centros, la gran mayoría desde Perú, aunque alrededor de un 20 por ciento habría sido deportada desde otros 11 países de América Latina.

Según Jancsó, el racismo antiasiático, un fenómeno que se consolida después de décadas prejuicios, fue impulsado también por el deseo de tercerizar los fracasos, como el atraso de algunas naciones latinoamericanas. "Por el simple hecho de ser diferentes, las 'razas de color' fácilmente se convirtieron en chivos expiatorios", aseguró Jancsó.

"Peste amarilla" y estigma social

En ese sentido, fueron culpados de otros males, por ejemplo, similar a lo sucedido con la pandemia, a la aparición en Perú de la peste bubónica en 1903. Aunque en realidad el número de víctimas chinas de la peste fue muy bajo, los prejuicios existentes sobre los chinos, reforzado por sus pobres condiciones de vida, como consecuencia muchas veces de los mismos prejuicios, se les atribuyó la llegada y diseminación de la "peste amarilla", reforzando el estigma social a esta comunidad.

"El racismo, en muchas ocasiones, es más una coartada para otras cosas", dice Callirgos en referencia a la actual pugna por la hegemonía global entre Estados Unidos y China, la cual, según Callirgos, se juntan con "sentimientos e ideas racistas más profundas que han estado ahí siempre de manera latente".

Según Jancsó, en Latinoamérica sucede en la actualidad algo similar, donde el "sentimiento de supremacía" de los peninsulares, en los tiempos de la época colonial, y criollos está penetrado en las sociedades latinoamericanas hasta nuestros días. 

"La 'occidentalización' se afianzó aún más con las gestas libertarias que en realidad buscaban construir sus propios grupos de poder y una burguesía nacional cuya aspiración cultural y racial era, y sigue siendo, el 'blanqueamiento'", afirma, por su parte, Doris Moromisato Miasato, investigadora y promotora de la presencia asiática en Perú, en entrevista con DW.

Viraje de la acogida de las minorías latino-asiáticas

A pesar de la historia de xenofobia y racismo hacia latino-asiáticos en América Latina, los expertos en racismo y migración concuerdan en que, después de la Segunda Guerra Mundial, la situación para estas comunidades, especialmente la japonesa, ha cambiado significativamente. 

Entre otras, el auge económico de Japón y ahora China –con el avance de las relaciones comerciales entre el país asiático y la región latinoamericana– ha ayudado para que la actitud hacia la diáspora china y japonesa mejorara considerablemente. Del mismo modo, según expertos, el propio éxito económico de muchos, el acceso a la clase media y estrategias de autoayudas entre asiáticos fueron fundamentales en este proceso.

En el caso argentino, que ha tenido históricamente olas migratorias chinas más tardías que Perú, según explica a DW Luciana Denardi, antropóloga y experta en migración china en Argentina, la mejoría llega también en gran medida con las segundas generaciones que "empiezan a responder al racismo" de manera diferente a las primeras que "se quedaron, en muchos casos, en la idea de la minoría modelo, de ser buen migrante". 

Aun así, a pesar de la mejoría constitucionales e institucionales –haciendo hincapié además en que en Latinoamérica no todas las minorías son igualmente discriminadas–, perdura no solo la permanencia de la idea de una identidad blanca europea, sino también la subyacente combinación entre xenofobia y racismo, según explica a DW el antropólogo Alejandro Grimson. 

Además, según los expertos, esta tiene en Latinoamérica una particularidad: el racismo en el continente, a diferencia de otras latitudes globales, está basado en una pigmentocracia, o estratificación social en función del color de piel, algo visible, según afirma Callirgos, hasta nuestros días en la estructuración de nuestras sociedades.

El sentimiento antiasiático: una amenaza latente

Claramente, la sombra del racismo en nuestra historia y presente no es solo latinoamericano y no exclusivo hacia un grupo específico. Sin embargo, el reciente resurgimiento del sentimiento antiasiático a nivel global después de la pandemia de coronavirus es un buen recuerdo de la fragilidad y facilidad con la que cualquier tipo de desinformación puede diseminarse –ahora más que nunca en nuestra sociedad globalizada– y que puede terminar transformándose en prejuicios que subsecuentemente pueden convertirse en un interminable círculo de discriminación racial.

Pero hay motivos para permanecer optimistas. Y es que todo problema puede presentar una oportunidad: por ejemplo, las comunidades asiáticas en Argentina, sacando partido a la nueva ola de sentimiento antiasiático, han logrado fortalecerse y conectarse, también con otras en Latinoamérica, "para explicar y combatir la desinformación y convertirse en actores que podían modificar la situación", según afirma Denardi.

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