Los de este domingo en Birmania son los primeros comicios relativamente democráticos de los últimos 25 años en el país asiático.

Y el renovado protagonismo de Aung San Suu Kyi –la premio Nobel de la paz que pasó 15 años bajo arresto domiciliario luego de su victoria en las elecciones de 1990– en cierta forma está ahí para confirmarlo.

Los militares –que gobernaron abiertamente al país durante casi 50 años y colocaron a uno de los suyos al frente del gobierno civil que asumió el poder en 2011– utilizan sin embargo una expresión que puede ayudar a entender los límites de las elecciones birmanas.

La suya, han explicado, es una "democracia disciplinada".

El partido de gobierno cuenta con el apoyo de los militares, que gobernaron al país directamente por casi 50 años.

Lo que explica por qué la actual constitución les garantiza a los uniformados el 25% de los escaños en el parlamento; así como poder de veto sobre cualquier intento para cambiarla.

En la práctica, esto significa que una victoria del partido de Suu Kyi no necesariamente garantiza la presidencia para su Liga Nacional por la Democracia, pues la constitución establece que el presidente de la república debe ser electo por los parlamentarios.

Y el mismo texto constitucional también le impide a la líder opositora aspirar directamente al cargo.

Esta vez Aung San Suu Kyi pudo hacer campaña y su partido es el favorito. Pero en la "democracia disciplinada" de Birmania, no podrá ser presidenta.

Efectivamente, la denominada Cláusula 59F hace inelegible a cualquiera con hijos extranjeros.

Y Suu Kyi tiene dos hijos británicos.

La LND puede, sin embargo, hacerse con la presidencia obteniendo dos tercios de todos los escaños en disputa –lo que no es fácil– o estableciendo o alianzas con partidos minoritarios.

En ese caso Suu Kyi podría nominar a alguien de su confianza y liderar el gobierno, muy probablemente desde la posición de presidente del parlamento.

El presidente es electo por el parlamento. Y en la Constitución los militares birmanos se reservaron para ellos el 25% de los escaños.

Pero tampoco se puede descartar un escenario en el que la LND sea el partido que obtenga más asientos en el parlamento pero una combinación de los votos del partido de gobierno, algunos partidos étnicos y los diputados militares les permitieran a estos últimos imponer a su candidato.

Eso se traduciría casi con seguridad en un segundo período para el actual presidente Thein Sein, lo que sería matemáticamente posible aún con su partido obteniendo nada más un 15% de los escaños.
Y desde el punto de vista constitucional sería completamente legal. Pero no se sentiría como verdaderamente democrático.

Y ante la posibilidad de verse obligado a ceder algo de poder, el ejército se sigue además reservando el nombramiento de algunos de los más importantes cargos ministeriales.

Sin voto para los musulmanes

Por lo demás, otro grave problema estructural del experimento democrático birmano es que la minoría musulmana del país –los rohingya, aproximadamente un millón de personas – no tiene derecho al voto, pues sus miembros no son considerados ciudadanos.

Y la comprensión del proceso de votación por parte del electorado es por lo general bastante limitada, especialmente en las áreas rurales, donde vive el 70% de los ciudadanos.

Birmania es un país mayoritariamente budista. Y la minoría musulmana -los rohingyas- no son considerados ciudadanos.

Los habitantes de las zonas urbanas, por su parte, si bien cada vez más conectados, se enfrentan con la realidad de un país donde internet no es libre, según la última evaluación de la ONG estadounidense Freedom House.

Y según el periódico local Myanmar Times, solamente un tercio de los 91 partidos que participan en la contienda tienen presencia en Facebook.

Más problemático sin embargo, es que el registro electoral tampoco parece incluir a todos los potenciales votantes.

Y la presencia en el mismo de numerosos muertos también ha hecho temer que se pueden presentar algunas irregularidades.

De hecho, según el corresponsal de la BBC en Yangon, Jonah Fisher, "todo el mundo aquí acepta que habrá algunos problemas muy graves".

"El objetivo realista de muchos observadores es que las elecciones sean 'razonablemente limpias y justas' y que sus resultados reflejen la voluntad popular", explicó Fisher.

"Y si uno considera todo lo que ha ocurrido en Birmania antes, ese sería un avance nada despreciable".

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