Fue dos días después de aceptar ser la abanderada chilena en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro que la alteta nacional Érika Olivera puso una denuncia en la PDI de Recoleta, estampando que fue violada por su padrastro, el que le dio el apellido, por más de 10 años, de los 5 a los 17.

En entrevista con la revista el Sábado, la abanderada contó acerca de lo sucedido. “He tenido que dar muchas entrevistas este año y en todas seguir mintiendo, repitiendo una historia que no es cierta, poniendo la cara. Los secretos pesan”, dijo Erika.

La atleta contó que durante sus primeros cinco años vivió en una parcela de su abuelo paterno en Quinta Normal. Despúes de eso se mudaron a un campamento en el que comenzarón los abusos. Pero no fue hasta que se mudaron a Puente Alto que el pastor evangélico Ricardo Olivera, la violaría de forma sistemática durante diez años.

Debo haber tenido 5 años la primera vez que me abusó en el campamento. El dormitorio estaba empapelado con un papel mural rojo tipo kraft, él mismo lo había forrado. Él empezó mostrándomelo como un juego, con caricias y después fue avanzando. Esa primera vez no entendí lo que pasó, era una niña, no cachaba nada. Él siempre decía que eso nadie lo tenía que saber” indicó la abanderada.

Olivera, quien siempre pensó que el pastor era su padre biológico, dijo que cuando se mudaron a Puente Alto fue que las cosas empeoraron.

"A veces, en la noche, él iba al dormitorio nuestro y ahí molestaba un poco, me tocaba cuando estaban mis hermanos. Pero generalmente las cosas se daban en el día, cuando mi mamá no estaba, porque él no trabajaba o lo hacía en turnos como inspector de micros”, señaló la atleta.

Felipe, uno de sus hermanos dijo que fue difícil crecer viendo eso, porque la familia se daba cuenta de lo que pasaba. "Fue difícil crecer así, viendo eso, porque todos nos dábamos cuenta. Él es mi papá, pero lo que hizo es lo que hizo: él se encerraba con la Érika y sabíamos lo que pasaba ahí, lo vimos. Éramos chicos, pero debimos hacer algo. Mi mamá fue siempre muy sumisa a él", consigna Sábado.

A los 12 años, Érika Olivera cuenta que le dijo a su mamá por primera vez. Sin embargo ella no le creyó, sino que le dijo que “ojalá que fuera mentira, porque si era verdad que él la abusaba, nadie la iba a querer, no iba a poder tener hijos ni familia”.

La respuesta por parte de su padrastro no se hizo esperar. La forzó a decir que era mentira y la amenazó diciendo que la iba a mandar lejos. “Si no lo haces no vas a ver más a tus hermanos, ni a tu mamá, te vas a ir a un internado. Yo me asusté, creía que si lo seguía acusando me iba a pasar todo eso y le dije a mi mamá que había dicho una mentira", indicó Erika.

A los 12 años, cuando comenzó a practicar atletismo fue que finalmente encontró un escape.

Fue en Parque O’Higgins donde conoció a su técnico, ex esposo y padre de 3 de sus hijas,  Ricardo Opazo, quien dijo que “estaba a medio camino entre niña y mujer. Me acerqué a hablarle y de inmediato capté que algo no estaba bien. En apariencia era tímida, pero no era eso, era que tenía mucha desconfianza hacia los hombres, hacia todo. No hablaba nada".

Pasaron dos años y Érika se transformó en el futuro del atletismo chileno, pero eso trajo su  propia serie de problemas.  "Más grande, cuando ya no podía forzarme físicamente tan fácil, comenzó a funcionar como un chantaje. Viví chantajeada mucho tiempo. Esto fue por 11 años, no había una semana que no pasara nada. Para ir a una carrera o salir a un entrenamiento, tenía que aceptar lo que él me decía: ¿quieres esto?: sabes lo que tienes que hacer. El hacía una señal con el dedo, indicándome lo que iba a pasar, lo que íbamos a tener que hacer. Si alguna vez ponía resistencia, no había plata para nada en la casa, no le pasaba plata a mi mamá. Vivía obligada" dijo Olivera.

Su hermano Felipe agrega: “ella se sacrificó mucho por nosotros. Si la Erika no se dejaba, nosotros no comíamos. Así crecimos”.

Fue a los 18 años que Erika finalmente se fue de la casa, 10 días después de su cumpleaños. Ahí se fue a vivir con su entrenador Ricardo Opazo con quien se casaría a los 19 años.

“Fue tremendo, porque efectivamente lo veía en un comienzo como un papá. Y era confuso, como vivir de nuevo lo mismo”. Ahí fue cuando se decidió a contarle la situación, sin embargo, Opazo, no le tomo el peso, él pensó que era algo que ella ya había superado. “Lo tomé muy livianamente. En mi pensamiento era mejor dejar eso atrás, no esperar justicia de las leyes y si el papá tenía que pagar, pagaría igual más adelante. Ella le hecho tierra al asunto. Creí que éramos felices, eso pensaba, después me di cuenta de que no”.

Sería  a los 40 años, que Erika finalmente confrontaría a su padrastro. “Le tuve que preguntar cuatro veces que reconociera frente a sus hijos que me había violado. A la última dijo: sí. A esa altura, era lo que necesitaba”, dijo la deportista.

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