Durante más de tres décadas de bonanza en Chile la clase media se hizo grande pero nunca fuerte. Deudas para educarse, cubrir su salud y sus pensiones privadas la hicieron tan frágil que en tres meses de pandemia a muchos dejará en la pobreza.

Las protestas de octubre de 2019 --precisamente motivadas por el descontento de los grupos medios-- redujeron los ingresos de muchos pequeños empresarios y profesionales, y cuando la mayoría comenzaba a recuperarse, el coronavirus llegó en marzo y dio una estocada a sus bolsillos.   

Con un alto nivel de endeudamiento, facilitado por un permisivo acceso al crédito y sin ayuda estatal, se estima que una fracción importante de la clase media chilena caerá en la pobreza debido a la pandemia y que otra porción significativa quedará en una situación de vulnerabilidad aun mayor.

"El 10% más rico es el único sector que está relativamente blindado en Chile", dice Dante Contreras, subdirector del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (Coes) y profesor de la Universidad de Chile, quien calcula que la pobreza crecerá de 9% a 15%.

El Ingreso Familiar de Emergencia que se creó para la crisis está pensado para los hogares de ingresos de hasta 400.000 pesos (490 dólares), que representan apenas al 34% de los hogares chilenos, dejando fuera a toda la clase media, equivalente a casi la mitad de la población chilena de 18 millones de habitantes.

Si bien en Chile no hay una definición estándar de clase media, hay coincidencia sobre su fragilidad. 

"Lo que uno observa en Chile es una alta fluctuación del ingreso de las familias. Familias que dejan la condición de pobreza y familias que vuelven a la condición de pobreza. Y esa es una foto de la alta fragilidad que hace muy difícil para ellas tomar decisiones de largo plazo", agrega Contrerasa.

"Vivir o pagar la renta"

Pablo Martínez, de 44 años, es un vivo reflejo de esa precariedad. En poco más de un año pasó de ser un exitoso y solvente ingeniero que residía en un barrio de clase media alta a tener apenas para sobrevivir.

Desde que quedó desempleado en marzo del año pasado, Pablo no ha vuelto a encontrar trabajo. Los primeros meses consumió sus ahorros y su seguro de cesantía. Trabajó después como chofer de Uber, pero tras las protestas de octubre los viajes bajaron mucho y con la cuarentena prácticamente llegaron a cero.

"Si antes estábamos críticos hoy en día prácticamente uno queda paralizado", dice a la AFP. Reconoce que antes "vivía relativamente cómodo" y hoy no ha podido ni siquiera pagar el alquiler de su casa. "Es vivir o pagar el arriendo. No da para las dos cosas", afirma.

Junto a su esposa montó un negocio de regalos personalizados, da clases de guitarra y piano por internet, pero no les alcanza. No reciben tampoco ninguna ayuda estatal.

En la misma situación quedó el topógrafo Rodrigo Acevedo, también de 44 años, quien después de la paralización de la obra en la que trabajaba debió acogerse a la ley de protección del empleo, creada durante la pandemia para que los trabajadores accedan a sus seguros de desempleo, con un primer pago equivalente al 70% de su salario que luego disminuye progresivamente.

Con un salario de 1.200 dólares, Rodrigo no califica para recibir las ayudas de emergencia. Con varias cuentas por pagar, debió retirar a su hija del colegio privado y cambiarla a uno público. "No nos quedó de otra", dice a la AFP.

Un cambio drástico

Desde 1990 Chile redujo dramáticamente la pobreza, de un 40% a un 9%, pero a costa de una clase media que accedió a mejores niveles de vida gracias al crédito. Hoy, una fracción importante de esas familias (70%) vive con un nivel de deuda excesivo.

De acuerdo a un estudio de la Universidad de Chile, el mayor impacto de la pandemia se está produciendo en los trabajadores independientes, que reportan una reducción de hasta un 60% de sus salarios.

"La caída en los niveles de bienestar de la clase media va ser significativo. Aunque no caigan en la pobreza, el cambio va a ser drástico: cambiarse del sistema privado de salud al público, a los niños de colegio o liquidar activos", dice Contreras.

A Pedro Castro la vida ya le cambió a sus 54 años. De exitoso empresario de exposiciones, primero el estallido social le echó abajo varios proyectos y después la pandemia terminó por destruir sus últimos trabajos. 

Hoy, para hacer caja decidió arrendar la cómoda casa en que vivía en el barrio de Ñuñoa y mudarse con su familia a una cabaña en las afueras de Santiago.

"Te queda salir otra vez a la calle a rebuscártelas, vivir de las tarjetas, de los ahorros, de vender algunas máquinas para hacer caja y pagar, reinventar totalmente el sistema", dice la AFP Castro, dedicado ahora a la venta de agua purificada.

Publicidad