Un joven abraza a un carabinero que le está impidiendo el paso. Tras él, otros miran la escena mientras sonríen, intentan avanzar. "¡Corrió solo y llegó segundo!", titula en desafiantes letras rojas la portada de un diario. En el centro de Santiago, ondean banderas. Llevan un "No" estampado sobre un arcoíris.

Cada 5 de octubre esas imágenes vuelven a la memoria de generaciones en Chile. Son las postales de uno de los resultados electorales más intrigantes en la historia política del país: el del plebiscito de 1988 que terminó con el régimen del general Augusto Pinochet, en el poder desde el golpe con que derrocó a Salvador Allende en 1973.

Aquel día, la oposición política se unió para participar en una elección organizada por un régimen militar que terminó aceptando y sometiéndose al resultado adverso de la votación.

El resultado fue intrigante, pero no el único, ni el primero en el que un régimen no democrático aceptó un "No" por respuesta: en 1980, los militares uruguayos también habían perdido un plebiscito.

Uruguay sometió a referéndum la aprobación de una nueva constitución en un proceso donde la oposición prácticamente no tuvo espacio. Se esperaba que el resultado se definiera a favor del "Sí", ya fuera por la manipulación del proceso o porque la población votara a favor por temor a las represalias.

Contra todo pronóstico, en Uruguay triunfó el "No". Y aunque el régimen siguió imponiendo el terror en la población a través del exilio, el encarcelamiento y la tortura, el resultado sorprendió tanto a los uniformados como a la oposición, la ciudadanía y la comunidad internacional.

En Chile, líderes políticos como el expresidente Eduardo Frei Montalva vieron con interés la experiencia de Uruguay, dice David Altman, académico del Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica.

Ocho años después, en 1988, y bajo un régimen donde miles de personas habían sido reprimidas, ejecutadas o desaparecidas, la oposición chilena decidió participar en el plebiscito organizado bajo las reglas de Pinochet, que se mantenía en el poder desde el golpe de 1973.

El plebiscito chileno tuvo lugar el 5 de octubre de 1988, pero su mecanismo se había echado a andar en 1980, cuando, en otro referéndum, se había aprobado la constitución diseñada bajo el dominio militar.

En el marco de esa nueva Carta Magna, el régimen militar se obligaba a sí mismo a someter a un plebiscito la propuesta de Pinochet de mantenerse en el poder hasta 1997.

Participar en ese plebiscito, constituía un desafío a una regla política bien comprobada: que los líderes no democráticos no pierden las elecciones. O como planteaba Anastasio Somoza, que no importa quién gane la elección, sino quién gana los conteos.

¿Qué pasó en Chile entonces?

Políticos que aprendieron

"Chile es uno de los pocos casos donde un régimen cae por un plebiscito, pero no es el único", señala el profesor Steven Levitsky de la Universidad de Harvard (Estados Unidos).

En Chile se dio una combinación virtuosa de factores: la democracia liberal vivía un momento de gran prestigio, se generó una importante presión externa contra el régimen de Pinochet y los partidos políticos estuvieron dispuestos a dialogar, agrega Levitsky, especialista en democracias, autoritarismos y partidos políticos.

"La década de los 90 fue la más favorable para la democracia en América Latina por lejos y Chile se democratizó al principio de ella", dice el académico.

"La democratización de Chile en los 90 y la de México el 2000 marcan el momento más favorable para las democracias latinoamericanas. Hoy todavía vivimos en un ambiente favorable para las democracias, mejor de lo que era en los años 60, pero la democracia liberal ya no es, como diríamos en inglés, 'the only game to play'", dice, en referencia a la expresión que habla de la opción que más se valora en un determinado momento.

Sobre los partidos políticos, Levitsky explica que hubo un aprendizaje en el país.

"Chile es una transición ejemplar en muchos sentidos, pero su faceta más importante fue la cooperación, la unidad de la oposición política, la colaboración entre los partidos que representaban al centro y la izquierda", agrega.

"Uno de los logros de los chilenos los años 1988, 1989 y 1990 es que los políticos de centro y de izquierda buscaron un nuevo modo de hacer política en relación a lo que habían hecho en los años 60 y 70. La polarización entre el partido demócrata cristiano y la izquierda tuvo un papel importante en el colapso de la democracia en Chile en 1973.

"Esos políticos aprendieron de sus errores, aprendieron durante Pinochet cuál era el costo de la polarización y pudieron establecer nuevas reglas del juego que permitieran hacer funcionar la democracia. Y eso me parece que fue uno de los logros y una de las lecciones más importantes de la transición chilena", afirma Levitsky.

El académico agrega una nota de preocupación en el panorama actual: "Hoy la polarización se ve en muchos lados y la incapacidad de los políticos de izquierda y centro de mantener un diálogo y llegar a un acuerdo mínimo sobre las reglas del juego es un problema cada vez más común. Lo vemos en Turquía, en Brasil, en Estados Unidos. Hay un grado de polarización muy peligroso".

El apoyo internacional y el conteo paralelo

El analista político David Altman ha estudiado cómo funcionan los plebiscitos y otros mecanismos de democracia directa en regímenes autoritarios, totalitarios y aquellos donde las libertades están restringidas.

Los datos de sus estudios son claros: primero, que esos regímenes no les temen a los plebiscitos, ya sea porque confían en manipular el proceso y sus resultados, o porque creen en la fuerza de sus estrategias de temor o propaganda.

De hecho, muchos líderes convocan plebiscitos para darse una fachada de legitimidad, para afianzar su popularidad y su lazo emocional con sus partidarios, o para demostrar su poder fuera y dentro de sus fronteras.

Los números además, son desalentadores: de más de 250 plebiscitos o votaciones similares realizadas en países sin democracia plena, sólo tres fueron ganados por la oposición, Uruguay, Chile y Zimbabue.

Hay muchas formas en las que se puede manipular un plebiscito: en la redacción de la pregunta, el espacio de difusión que se da a la oposición, el tiempo que se da a la ciudadanía para informarse y, por supuesto, el fraude. Y en ese aspecto, Chile contó con el apoyo externo, plantea Altman.

"Creo que la excepcionalidad del plebiscito del 88 tiene es que era objeto de atención internacional por todos lados, de todo el mundo. Chile era el último de los países sudamericanos bajo un régimen dictatorial y la transición sudamericana sólo se completaría una vez que se fuese Pinochet", le dice a BBC Mundo.

Altman explica que la cooperación internacional fue fundamental en Chile para generar un sistema de conteo paralelo, "y así no les podían pasar goles".

"Fue gracias a este sistema armadoy financiado por el National Endowment for Democracy y centros de pensamiento alemanes, entre otros, que el Comité por las Elecciones Libres que se formó en Chile pudo hacer un trabajo serio", afirma.

Pinochet también permitió "un cierto grado de libertad para hacer una campaña de movilización contra el régimen", agrega Altman.

Las claves de ese apoyo internacional tienen que ver con varios factores: "A fines de los 70 estábamos en plena Guerra Fría. El 88 también había Guerra Fría, pero había cambios geopolíticos".

En esos cambios, el rol de Estados Unidos fue importante. La presidencia de Jimmy Carter ya había instalado una lógica más democrática.

Documentos desclasificados muestran que los asistentes de Ronald Reagan le hicieron presente la brutalidad del régimen chileno en casos como la muerte de Rodrigo Rojas, un joven fotógrafo que fue quemado vivo por una patrulla militar en 1986, el mismo año que regresaba a Chile tras haber vivido en Norteamérica.

Altman apunta a algunas de las características que hicieron único el caso de Chile y en cierta medida, el de Uruguay, donde el triunfo en el plebiscito no determinó la caída del régimen, pero comenzó a erosionarlo. En ambos países, dice el analista político, la oposición se unió ante un enemigo común.

"El antagonismo dictadura-democracia es tan brutal que une a las fuerzas de la oposición. En los dos casos era muy claro identificar en ese momento quiénes eran los buenos y quiénes eran lo malos", le dice a BBC Mundo.

De qué manera eso puede ofrecer una lección hoy, cuando no es tan claro plantea el académico.

"Hoy, cuando tienes sistemas democráticos que tambalean hay muchos regímenes que se cuentan en una zona gris. Si me preguntas por ejemplo si Hungría o Turquía son democracias, uno diría, sí, pero. Y en esos casos las votaciones populares no logran resolver la tensión. Si hay un triunfo en un sentido o en otro, puede ser por minucias que no logras resolver, por ejemplo, con sistemas de conteo", continúa el profesor.

El caso de su país, de todas formas, seguirá resonando en la memoria de los chilenos y eventualmente, puede ofrecer algunas líneas de análisis.

"A nivel de política comparada, quizás lo más interesante es cómo se puede generar, incluso en contextos adversos, sistemas paralelos de responsabilidad como el sistema de conteo paralelo que le permitió a la oposición chequear el conteo de votos del gobierno", afirma Altman.

"Tenías buenos observadores, un buen sistema informático, gente en todas las mesas de votación, generaron una forma de control que impidió el fraude", concluye.

Levitsky recalca la idea del contexto mundial: "La democracia chilena tuvo la suerte de participar en un momento donde el comunismo estaba colapsando y surgía la idea de la democracia liberal como dominante en el mundo occidental".

"Es un momento en el que había había mucho optimismo en la democracia liberal. Estados Unidos por primera vez en 30 años estaba empezando a promover fuertemente la democracia. Reagan presionó fuertemente a Pinochet para que aceptara los resultados del plebiscito".

Hoy, plantea el académico, la democracia liberal "tiene menos legitimidad internacional, los poderes occidentales tienen muchos problemas y menos prestigioque hace 30 años, por lo tanto las presiones externas no son tan fuertes y los regímenes más tercos, están dispuestos a soportar cualquier presión externa o doméstica".

El académico lo compara con la actualidad: "Hoy el trabajo de una oposición política es mucho más difícil que el de Chile. Pinochet, aunque no quería, terminó siguiendo las reglas de su propia Constitución, cedió a las presiones internas y externas, y dejó el poder".

Otros gobiernos autoritarios, advierte el profesor, "pierden elecciones, plebiscitos, pero no han mostrado voluntad de dejar el poder bajo ninguna circunstancia".

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