Qué observar. En el libro, Aylwin relata lo que ocurrió en las elecciones de 1971 y lo que significó para Allende.

Pese a haber obtenido un 49,4% en la elección municipal, que alcanzaba un 50,3% al sumársele los votos de la Unión Socialista Popular, la UP festejó como un triunfo avasallador los resultados de abril de 1971. “Somos más”, tituló La Nación. El senador comunista Luis Corvalán saludó jubiloso desde Moscú esta victoria: “Hay mayoría absoluta para los cambios”.

Con todo se mantenía al interrior del oficicialismo cierta división sobre el rumbo que debería tener el futuro régimen, cuenta Patricio Aylwin en el libro “La experiencia política de la UP”. Para llevar a cabo las transformaciones, el gobierno tenía dos opciones: buscar un acuerdo con la DC, que apoyaba los  cambios pacíficos, o apostar por avanzar por sí solo, acrecentando su fuerza hasta el poder total.

La primer opción, cuenta el autor, significaba tener una cómoda mayoría parlamentaria con la DC y realizar las reformas estructurales planteadas en los programas de Allende y de Tomic. “La segunda opción entrañaba para la UP el atractivo de no transar nada y la tentación de alcanzar la totalidad del poder sin compartirlo con nadie”, reflexiona Aywin. Esta última agudizaría las diferencias precipitando al país a un precipicio político.

El líder DC dice en el libro que el país se movía al límite, entre el consenso y el conflicto, y lamentablemente las voces moderadas brillaban por su ausencia. Aylwin piensa que su partido apostaba por un socialismo comunitario, pero a cada intento de consensuar posturas la izquierda respondía con un irónico: “¿De qué revolucionarios me hablan?”, en referencia a la JDC.

Democracia o dictadura. Había divisiones internas también. Según Aylwin, Allende se movía con ambivalencia. En una entrevista en marzo de 1971, dijo que “a la violencia reaccionaria íbamos a contestar con la violencia revolucionaria, porque sabemos que ellos (la derecha) van a romper las reglas del juego”.

El autor comenta: “Las históricas diferencias y pugnas entre las fuerzas de izquierda, especialmente al interior del PS y las existentes entre este y el PC, amén de la presencia dentro de la coalición de dos partidos democráticos y dos movimientos recientemente escindidos del PDC, nos daban razones fundadas para sentirnos preocupados de un gobierno que carecía de la cohesión para asegurar gobernabilidad”.

El ministro de Relaciones Exteriores, Clodomiro Almeyda, “el más calificado de los teóricos” del PS, según Aylwin, había dicho en 1967 que el proceso chileno debería tomar la forma de “una guerra civil revolucionaria, a la manera española”, obviando el hecho de la dura derrota que tuvo la izquierda en dicho conflicto.

El también PS Carlos Altamirano en diciembre de 1970 sostuvo que “la radicalización debe llevar al enfrentamiento”. Luis Corvalán, del PC, estiró el argumento y señaló que “tanto la vía pacífica como la vía violenta eran democráticas”.

Luego del mensaje presidencial de mayo de 1971, donde Allende reafirmó su opción revolucionaria por los cauces democráticos, José Antonio Viera-Gallo, subsecretario de Justicia dijo: “Algunos han pretendido que el segundo  camino hacia el socialismo excluye la dictadura del proletariado y han buscado amparo en las palabras presidenciales. Esta ha sido una vieja pretensión de la socialdemocracia europea… pretensión que los hechos han declarado infecunda. El socialismo sugiere un largo camino de transición caracterizado políticamente por la dictadura del proletariado y ningún camino que hacia él conduzca puede evitar el punto. Estamos ciertos que no es esta la posición del presidente Allende”.

El desenlace. Patricio Aylwin cuenta que en los días anteriores al golpe se reunió con Carlos Briones para ver una serie de reformas que el líder DC había conversado con el Presidente en la casa del cardenal Silva Henríquez la noche del 17 al 18 de mayo. Esa fue la última vez que estuvieron juntos Allende y Aylwin.

La negociación incluía solucionar el problema de los mineros de El Teniente, de la Papelera, el conflicto del transporte y sobre todo una reforma constitucional de las áreas de la economía. Esta última, en uno de sus acápites apuntaba a impedir una acusación constitucional contra el Presidente por simple mayoría.

Según el autor, Allende necesitaba urgentemente poner a Briones como ministro del Interior, lo que sería una señal moderadora, para tranquilizar a las FFAA y reafirmar su liderazgo contra los ultras, incluso los de su propio partido.

Aylwin estaba esperanzado, pero el secretario general del PS, Carlos Atamirano, dijo que era inaceptable que Briones volviera a Interior y que las conversaciones con la DC no tenían destino. Aquello también paralizó las negociaciones entre Aylwin y Briones. Sin embargo, mostrando que aún le quedaba muñeca política, Allende nombró su décimo y último gabinete, con Briones en Interior.

Sucedió entonces una situación paradojal. Briones se reunió con Aylwin para reanudar las conversaciones, pero el senador DC dijo que no podía, porque su partido le había prohibido tener negociaciones con el gobierno de Allende. “Si bien confiaba en Briones, no contaba con respaldo para mantener un diálogo indefinido sin muestras de algún logro”

El Presidente intentó alinear a su coalición y les ofreció tres alternativas: lograr un acuerdo con la DC, formar un nuevo gabinete con militares y dejarlo a él con libertades y poderes para resolver el conflicto. La UP, mientras el país llegaba a una crisis decisiva, contestó que se tomaría unos días para contestar.

Últimos instantes. El 6 de septiembre, según el libro, Aylwin fue víctima de un “cuartillazo”. Un grupo de mujeres de transportistas pidió un reunión en el Senado. Él pensaba que eran 10 señoras. Llegaron 100, pidiendo el derrocamiento de Allende. Dos meses antes, Aylwin había vivido algo parecido con dirigentes empresariales que le preguntaron sobre un pronunciamiento militar.

La idea de una renuncia de Allende tomaba fuerza, incluso en la DC, reconoce el autor. Cuenta Aylwin que Allende le comentó a Carlos Prats su intención de llamar a plebiscito. La DC, por su parte, propuso un acuerdo que dejara afuera a todos quienes promovían la violencia. El 8 de septiembre Aylwin dice que estaba en el Senado tratando de concretizar la propuesta de su partido. Pero reconoce que no podía concentrarse esperando el discurso del Presidente llamando a un plebiscito.

El 10 de septiembre se acostó “preocupado, expectante, pues había esprado en vano el rumoreado discurso del Presidente Allende… Pero ya el tiempo se había acabado. La madrugada del 11 de septiembre se produjo el el golpe de Estado. A las ocho de la mañana me llamó mi hermano Arturo para que escuchara la radio”. Al poco rato su hermano llegó a su casa y le dijo que se fuera de ahí, que se llevara a los niños.

El autor dice que al recordar esos días traumáticos se pregunta si lo sucedido era inevitable como las tragedias griegas. “Sigo pensando que la democracia habría podido salvarse”.

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