Entre los restaurantes iluminados con luces de neón y las cafeterías del Upper East Side de Nueva York se encuentra una mansión totalmente alejada del drama de Manhattan.

Ningún mapa turístico te llevará a la calle East 70th Street. Taxistas, viajeros y peatones cruzan esta calle sin fijarse, ya que tienen lugares más importantes a dónde ir.

Y sin embargo, tras sus imponentes puertas de hierro, esta residencia esconde un mundo de secretos extraordinarios.

Esta intrigante mansión de seis pisos, 109 años de edad y arquitectura jacobina y tudor, es un club para viajeros clandestinos que ha visto más del mundo y del universo de lo que jamás podrías imaginar.

Los océanos más profundos. Los ríos más lejanos. Los picos más altos. Incluso la Luna y el espacio exterior.

Los miembros trotamundos del club han visitado todos estos lugares. Puedes encontrarlos tomando una taza té en la casa de la calle East 70th mientras planean su próxima extraordinaria aventura.

Su conversación no trata sobre el clima, sino de peligrosos encuentros y aterrizajes lunares.

Se trata del poco conocido Explorers Club (el Club de los Exploradores, en una traducción libre del inglés); la sede de una de las instituciones científicas más imponentes del mundo.

Una ilustre lista

Algunos de sus históricos miembros fueron Edmund Hillary y Tenzing Norgay, las primeras personas en alcanzar la cima del Everest; el aviador Charles Lindbergh, quien realizó el primer vuelo en avión transatlántico en solitario en 1927; la famosa piloto Amelia Earhart, desaparecida en el Pacífico; los astronautas Buzz Aldrin y Neil Armstrong, primeros hombres en pisar la Luna, y la paleo antropóloga británica Mary Leakey, quien descubrió 15 nuevas especies de animales.

En la actualidad, su ilustre lista de miembros va desde el director ejecutivo de Amazon, Jeff Bezos, al director de cine y explorador de aguas profundas James Cameron, y a la primatóloga Jane Goodall, considerada la mayor experta mundial en chimpancés.

La lista es impresionante.

"Hay millones de historias asociadas a este lugar. A veces tengo que reprimirme para no presumir", dice Richard Wise, director de la asociación. Wise también es explorador y es el creador de más de 200 episodios televisivos de la serie de viaje Born to Explore, ganadora de un premio Emmy.

"Las personas que cruzaron estas puertas crearon páginas y páginas de historia. Son figuras inmortalizadas", dice el director.

Promover el conocimiento

El presidente número 44 del club fue atraído a este mundo de Indiana Jones por su padre, Richard Wise, el primer hombre en cruzar el océano Pacífico en un avión en solitario.

Recuerda que de niño miraba las nubes desde su jardín en Connecticut (EE.UU.), soñando con ser igual de aventurero. A los 12 años, ya había viajado a África y escalado el Kilimanjaro.

"Recuerdo la primera vez que vine al club, a mediados de los ochenta", me cuenta mientras nos sentamos en una mesa que fue propiedad del ex miembro y presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt.

"Fue para asistir a una conferencia sobre osos negros en el norte de Nueva Jersey, y de inmediato supe que había encontrado a mi gente".

Al igual que los anteriores presidentes, Wiese mantiene que el propósito de la sociedad es promover el conocimiento, no la realización personal.

Sus 3.500 miembros, repartidos en 32 sedes mundiales y están obligados a ampliar los límites de la ciencia y la educación.

Hoy en día los miembros del club son predominantemente oceanógrafos, lepidopterólogos, primatólogos y conservacionistas.

Un ejemplo de ello: el verano pasado, un grupo de paleontólogos del club marchó al desierto del Gobi de Mongolia en busca de restos de dinosaurios fosilizados usando escáneres de drones.

"Encontraron docenas, si no es que cientos", dice Wiese, casi como si él mismo no pudiera creerlo. "La exploración para nosotros no es un culto a la personalidad sino a los datos. Y por eso estamos mejorando en nuestra misión de encontrar la verdad ".

Fundación

Fue en 1904 cuando The Explorers Club fue fundado por el historiador, periodista y explorador Henry Collins Walsh junto con un grupo de exploradores del Ártico de ideas afines. La carrera por alcanzar el Polo Norte dio pie a una asociación con el propósito de explorar por aire, tierra, mar y espacio.

Las primeras reuniones del club tuvieron lugar en el Studio Building de la calle West 67 Street de Nueva York. Pero a medida que el club creció, también lo hizo su necesidad de expandirse para albergar trofeos, libros y artefactos de valor incalculable.

El escritor y locutor estadounidense Lowell Thomas contribuyó a que el club adquiriera su sede actual en la década de los sesenta.

Se pueden ver retazos de historia en las galerías superiores del edificio. No es solo la taxidermia del oso polar que custodia la escalera. O el trineo utilizado por Robert Peary y Matthew Henson en una expedición al Polo Norte en 1909 (ahora colocado sobre una puerta en la Sala Clark).

La historia está en los tótems indígenas encontrados por Michael Rockefeller en un viaje para coleccionar arte primitivo de Nueva Guinea (varios artefactos fueron enviados por correo aéreo a Estados Unidos, pero Rockefeller nunca regresó y según los rumores fue devorado por caníbales).

También está en las banderas del club enmarcadas en la pared, que fueron llevadas a la Luna junto con los astronautas del Apolo. Y está en los artefactos que se sientan encima del escritorio de la archivista del club que aún necesitan ser catalogados.

Objetos extraordinarios

Es un lugar que aturde los sentidos. El día de mi visita, el escritorio de la archivista Lacey Flint se encuentra sumergido bajo un preciado casco persa del siglo XVII y un par de espuelas coloniales españolas.

Flint supervisa unos 1.000 objetos de la colección del club, así como una biblioteca con 14.000 volúmenes, fotografías, diapositivas e informes.

La mansión en sí es una maravilla arquitectónica.

Hay vigas de madera que pertenecieron al HMS Daedalus, un buque de guerra del siglo XIX. Uno de los techos fue adquirido en un monasterio italiano del siglo XV. También pueden verse ventanas del Castillo de Windsor en Inglaterra con incrustaciones de rosas de los Tudor. Parece tan fuera de este mundo que podría formar parte de los viajes de Gulliver.

Un piso más arriba, pasado el Salón de la Fama y la sala de mapas de Sir Edmund Hillary, se encuentra la galería, una sala con objetos extraordinarios.

Pueden verse trofeos de guepardo y león de las expediciones del Smithsonian, cuero cabelludo de yeti del Tíbet, una primera edición de la descripción de Egipto de Napoleón; un colmillo de mamut de Alaska, la piel de una tigresa nepalí devoradora de hombres y el marfil de un elefante de cuatro colmillos, una rara anomalía genética del Congo.

La horda de artefactos es tan extraordinaria que parece el set de una película, suspendida en el tiempo.

Hombres y mujeres extraordinarios

"Estos exploradores se enfrentaron a grandes riesgos", explica la archivista del club mientras señala una pintura al óleo del explorador danés Peter Freuchen.

Freuchen, según me explica, llevaba un abrigo de un oso polar que él mismo mató, y una vez escapó de una cueva de hielo usando excrementos congelados como daga improvisada.

"Estas son personas que se amputarían su propio pie si fuera necesario. Eran las estrellas del rock de su época".

"Algunos de ellos desenterraron los cementerios de los antiguos reyes, mientras que otros viajaron al Ártico con un servicio de té al completo. ¿Increíble, verdad?"

Las aventuras de sus miembros actuales son igual de espectaculares. La arqueóloga Joan Breton Connelly, también conocida como "Indiana Joan", continúa buscando pistas en un templo chipriota construido por Cleopatra que ella misma descubrió, mientras que la pasión de Jennifer Arnold, exploradora de aguas profundas, es bucear en busca de dientes de megalodón.

El futuro del club

Visitar el club es posible por alrededor de US$25 durante las conferencias públicas semanales de la sociedad.

Aunque el mundo de la exploración está cambiando, el presidente del club cree que es una época dorada para sus miembros, particularmente en los campos de la paleontología, la antropología y la exploración espacial.

Este cambio trae consigo la oportunidad y el tiempo de reflexionar, me dice Wiese. En los próximos meses, el club emprenderá uno de sus proyectos más ambiciosos hasta la fecha: reunir a la mayor congregación de caminantes lunares y astronautas del Apolo para celebrar los 50 años del aterrizaje en la Luna.

"Nuestro desafío es seguir siendo relevantes", explica el presidente del club. "En la ciencia, si un organismo no evoluciona termina extinguiéndose".

"Sí, tenemos un pasado ilustre, pero nuestros miembros están enfocados en el futuro, en el cambio climático y en la preservación animal y humana. Así que cuanto más podamos promover y popularizar la ciencia entre las personas que tienen curiosidad por el mundo, mejor".

"Todavía queda mucha magia en el mundo, y nuestro trabajo es encontrarla ".

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