¿Qué regalo sería mejor recibido: un carro último modelo? o un jugoso melón y un racimo de uva?

La respuesta obvia para muchos sería el vehículo. Pero en Japón puede ser todo lo contrario: las frutas tienen un especial valor como presentes entre los japoneses.

Y en algunas ocasiones, incluso pueden llegar a costar más que un bien perdurable o de lujo.

En 2016, una pareja de perfectos y redondos melones originarios de la región de Yubari, en el norte del país, fue vendida mediante una subasta en US$27.000.

En julio del mismo año, un racimo de uvas japonesas del tipo Ruby Roman -rojas y cada una del tamaño de una pelota de ping pong- fue comprado por US$11.000.

Pero, ¿por qué los japoneses pagan semejantes sumas por unas frutas que en cualquier mercado o verdulería del mundo no alcanzarían unos pocos dólares?

"Un amigo japonés me dijo que esa pregunta equivale a que nos preguntáramos en Occidente por qué nos damos la mano (para saludar). Ellos no se cuestionan este tipo de cosas", escribió la bloguera experta en temas japoneses Bianca Bosker.

Pero si buscamos una respuesta, podemos hallarla quizá en dos cuestiones: primero, en la tradición japonesa de dar regalos como forma de agradecimiento y luego, en las habilidades de los agricultores y el rigor con que se cultivan estos frutos para que luzcan casi como joyas.

"Los vegetales los necesitas todos los días. Pero puedes vivir sin comer frutas", opina Ushio Oshima, uno de los propietarios de la tienda Sembikiya, especializada en la venta de frutas de lujo en Tokio.

"Y en Japón nos especializamos en dar regalos, regalos con frutas", le dice Oshima a la BBC.

En su tienda, que luce como una joyería boutique, hay ejemplares que pueden alcanzar los US$13.000.

Y para que brillen y cuesten casi lo mismo que un vehículo, el proceso por el que se consiguen es casi del mismo nivel de rigor y complejidad.

Hashiri

Durante siglos, los japoneses han perfeccionado la forma de sembrar sus productos. Cada temporada, levantan la apuesta por lograr algo mejor: así ocurre con el atún, la carne Kobe, los melones y las uvas.

El primer fruto de la temporada es ansiosamente esperado después de un cuidadoso cultivo y por eso hasta tiene un nombre específico en japonés: hashiri.

"Todos estas frutas por las que se pagan fortunas son hashiris, son el primer fruto de la temporada", explicó Bosker.

Yubari es una región de la isla de Hokkaido, en el norte de Japón, que se ha hecho famosa en el último medio siglo por sus melones y su forma de cultivarlos casi espartana.

"Cada año hay una nueva cepa de semillas. Y cuando comienzan a crecer los primeros frutos, que están en un ambiente controlado, se revisan para descartar cuáles están creciendo de forma defectuosa", le dijo a la BBC Masaomi Susuki, uno de los principales agricultores de la zona.

A esto se suma que los melones se plantan en una tierra rica en ceniza volcánica y acondicionada mediante un sistema de riego tan estricto (se controla hasta la pureza del agua) que su funcionamiento es casi un secreto de Estado.

"Mientras que en los cultivos comunes se dejan crecer, varios frutos de una misma planta, en Yubari sólo permitimos que crezca uno. Además están ubicados a la misma altura", explicó Susuki.

Esos frutos son cuidados casi como si fueran hijos. Ya son famosas entre japoneses las fotos de los melones cubiertos por una especie de sombrero de lona para que crezcan con una redondez perfecta.

Pero tiene un sentido: "Esto los hace crecer de forma sostenida con la cantidad perfecta de sol y de sombra y el suministro de azúcar", señaló Susuki.

Un arte que ahora dominan menos de 150 cultivadores en el país y que representa, de acuerdo a los reportes de Yubari, el 97% de los ingresos de esta pequeña localidad.

Finalmente, en el mes de mayo, aparecen los hashiris tan esperados. Los primeros frutos, los que tienen el mejor sabor.

"El sabor del Yubari King, como se lo conoce, es entre dulce y picante. Una mezcla de melón Cantaloupe estadounidense, que es picante, y uno europeo, que lo hace más redondo y jugoso", señaló Laura Conde, periodista gastronómica de la revista Vanity Fair.

Para su venta, los ejemplares relucientes se ofrecen en parejas. Y llegan las pujas en la subastas, el espectáculo.

Las otras frutas

Las subastas en Japón son un tema cultural: en el mercado de pescado Tusikiji, en Tokio, los compradores se reúnen a las primeras horas de la madrugada a disputarse con vehemencia los mejores trozos de atún.

Es una combinación de alaridos, ofertas urgentes, movimientos bruscos, que terminan cada tanto con algún precio astronómico para el libro de los récords: en enero de 2016, por ejemplo, Kiyoshi Kimura pagó US$117.000 por un atún de 200 kg.

"En estas subastas de principio de año los precios son muchos mayores, como una especie de buen augurio para el resto del año", explica el corresponsal de la BBC en Japón, Rupert Wingfield-Hayes.

Y esa tradición se extiende a otras frutas, como los melones. El 2016 fue generoso en este rubro: Yokimaru Konoshi desembolsó US$27.000 por dos melones de Yubari.

Pero no sólo ellos, las uvas también rompieron un récord. Un racimo de Ruby Roman (uvas que tienen hasta un 18% de azúcar y pesan mínimo 20 gramos) fue comprado en US$11.000, el pasado mayo.

Sin embargo, aquellos primeros frutos que no se arrebatan en la rueda de subastas van a las tiendas de lujo de frutas, como Sembiyika.

Aquí alcanzan precios elevados (aunque no a nivel de las subastas), no sólo por calidad de las frutas mismas sino también por el cuidado que se pone en el empaque.

"En Japón, la tradición ha establecido dos temporadas de regalos: una en verano y otra en invierno. Pero no se limita a las familias, es también un gesto de agradecimiento con los jefes o los socios de negocios", explicó el propietario de Sembiyika.

Y es ahí donde el empaque, junto a la calidad del producto, hace la diferencia. La tradición de embalaje meticuloso y perfecto, en paquetes adornados pero sin ostentaciones, es también parte del ritual que acompaña a las compras en gran parte de la sociedad japonesa.

"Necesitas que las frutas luzcan bien, que estén bien presentadas y que te apetezcan. La combinación de ambas es lo que estás pagando", confirma Oshima.

Así que si alguna vez viaja a Japón, no se asuste si le resulta más fácil comprar un carro usado que un par de bananos: es la tradición.

Publicidad