En la década de 1950, el metro de Nueva York se enfrentó a un problema que es familiar para los usuarios del transporte público en todo el mundo.

En las horas punta, estaba abarrotado; en otras ocasiones, los trenes estaban vacíos.

El alcalde encargó un estudio, que concluyó que el problema era que los pasajeros del metro pagaban una tarifa plana. No importa dónde abordaban, qué tan lejos o cuándo viajaban, les costaba 10¢ de dólar.

¿Habría algún enfoque más sofisticado? Quizás.

El prólogo del estudio destacaba una propuesta de uno de sus 17 autores, el economista William Vickrey.

"Abandonar la tarifa fija en favor de una estructura tarifaria que tenga en cuenta la duración, ubicación y hora del día del viaje es obviamente un paso sensato siempre que los problemas mecánicos involucrados puedan resolverse", decía.

La idea básica de Vickrey era simple: cobrar más cuando los trenes estaban más ocupados.

Los picos de demanda serían menos puntiagudos. El metro sería más cómodo y confiable, podría transportar a más personas sin necesidad de construir nuevas líneas y podría recaudar más dinero, todo a la vez. Una gran idea.

Pero, ¿cómo cobrar todos estos precios diferentes?

Reclutar un ejército de taquilleros e inspectores tomaría demasiado tiempo y dinero. Había que encontrar una solución automatizada.

Lo que se necesitaba era un torniquete que funcionara con monedas y que pudiera cobrar diferentes tarifas para diferentes viajes en diferentes momentos.

Pero eso no era fácil de conseguir en 1952.

Un fracaso de Coca Cola

Para darte una idea de la magnitud del desafío para William Vickrey, piensa en el problema que enfrentó la compañía Coca-Cola.

Una Coca-Cola había costado de dólar durante décadas.

A la compañía le habría gustado aumentar el precio en un centavo o dos, pero no podía.

¿Por qué? Sus 400.000 máquinas expendedoras solo aceptaban monedas de y rediseñarlas para que tomaran dos denominaciones diferentes de monedas era una pesadilla logística.

En 1953, Coca-Cola hasta trató de persuadir al presidente de EE.UU. Dwight Eisenhower de que introdujera una moneda de 7,5¢. No lo logró, y el precio de Coca-Cola se mantuvo en 5¢ hasta 1959.

Pero Vickrey no se dejó intimidar y describió un artilugio que resolvería el problema.

"Los pasajeros ponen 25¢ en el torniquete de entrada, reciben una placa de metal con muescas que indican la zona de origen; esa placa se inserta en un torniquete de salida, que, por un sistema electromagnético, les devuelve la cantidad adecuada de monedas de 5¢ dependiendo del origen y la hora del viaje".

Vickrey suena inteligente, ¿no? Quizás te estés preguntando por qué no habías oído hablar de él.

Una pista proviene del título del discurso en el que Vickrey dio esa descripción: "Mis innovadores fracasos en economía".

Y comenzó ese discurso diciendo: "Están frente a un economista que ha fallado repetidamente en lograr su objetivo".

El torniquete electromecánico de precio variable que Vickrey imaginó nunca se construyó.

Entonces, ¿por qué estás leyendo un artículo sobre un invento inexistente?

Porque la idea en sí era muy importante, incluso si inicialmente era demasiado complicada para ponerla en práctica.

Los colegas economistas de Vickrey a menudo decían que estaba demasiado adelantado a su tiempo. Finalmente ganó el Premio Nobel Economía por su trabajo, en 1996, tres días antes de su muerte.

Vickrey estaba proponiendo lo que los economistas llaman a menudo "precios de carga máxima" y los consultores de gestión, "precios dinámicos".

Los algoritmos

En su forma más simple, es una vieja idea.

Desde la década de 1920 hay restaurantes que ofrecen "especiales para madrugadores", precios más bajos para quienes cenan más temprano que la mayoría de la gente. Es conveniente para ambas partes y no requiere magia electromecánica.

Pero la idea es atractiva en entornos mucho más complejos.

Ya sea que estés a cargo de un sistema de metro o una aerolínea, tratando de llenar una sala de conciertos o equilibrar una red eléctrica, puede ser muy costoso agregar capacidad adicional solo para satisfacer un pico de demanda a corto plazo, y es un desperdicio cargar con esa capacidad que no es utilizada en otros momentos.

Los precios variables tienen sentido.

Las aerolíneas estadounidenses fueron unas de las pioneras de la idea, luego de que la desregulación significó que las compañías tenían que competir ferozmente a fines de la década de 1970.

En 1984, el diario Wall Street Journal informó que solo Delta Air Lines empleaba a 147 personas que se dedicaban a ajustar los precios sin cesar.

Hoy en día ya no se requiere un ejército de especialistas en precios.

Una empresa como Uber puede aparejar sin esfuerzo la oferta y la demanda con un algoritmo dinámico de precios que eleva las tasas cuando hay alta demanda de vehículos y escasez de conductores disponibles.

No obstante, el sistema no está libre de controversia.

Los consumidores pueden sentirse explotados por algunas formas de precios dinámicos, especialmente dado que los precios pueden duplicarse o reducirse a la mitad en cuestión de minutos.

Un estudio de 1986 realizado por los científicos del comportamiento Daniel Kahneman, Jack Knetsch y Richard Thaler indicó que a la gente le exasperaba esa variación de tarifas.

De hecho, la experiencia de Coca-Cola probó lo mismo años antes.

La compañía, desesperada por la falta de una moneda de 7,5¢, intentó sin éxito otra solución tecnológica en 1999: una máquina expendedora que en días sofocantes elevaría el precio de una Coca-Cola helada. Fue tan impopular que la compañía tuvo que cancelar sus planes.

Pero es probable que el sistema de tarifas dinámicas desempeñen un papel cada vez más importante en la economía del futuro.

Imagínate, por ejemplo, una red eléctrica inteligente alimentada por fuentes de energía intermitentes como la energía eólica y solar.

Cuando una nube cubre el sol, tu computadora portátil podría decidir dejar de cargarse, tu congelador podría apagarse por un minuto o tu automóvil eléctrico podría incluso comenzar a bombear energía a la red en lugar de succionarla.

Todo eso requeriría que esos dispositivos respondan a los cambios de precios segundo por segundo.

A William Vickrey también le fascinaban las posibilidades ofrecidas por los cargos de congestión en las carreteras, diseñados -como su torniquete- para distribuir la demanda y garantizar que la capacidad limitada se usara bien.

Eso ahora se está haciendo realidad.

Los conductores en Arlington, Virginia, cerca de Washington DC, pueden cambiar a un carril de flujo libre en la Interestatal 66 durante la hora pico si están dispuestos a pagar el cargo variable, que puede ser de hasta US$40 por 15 km., cuando hay mucho tráfico.

Vickrey había tratado de mostrar que esta idea podía funcionar, a mediados de la década de 1960: hizo un prototipo, usando una computadora simple y un transmisor de radio, para contar cada vez que llegaba y salía de su propia casa.

Pero al igual que con el torniquete, a veces las buenas ideas necesitan esperar a que la tecnología se ponga al día.

 

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