Hasta que llegó el movimiento de la Ilustración, a mediados del siglo XVIII, incluso los más sabios estaban de acuerdo en que los muertos podían levantarse de sus tumbas.

Para la BBC, Darren Oldridge, autor de varios libros sobre ideas aparentemente extrañas del pasado, explora los orígenes de la creencia.

El cadáver no se quedaba quieto. Se sacudía y gemía cuando el verdugo trataba de someterlo, y se le derramaba espuma de la boca.

El muerto finalmente fue arrojado a una tumba y cubierto con tierra; pero seguía haciendo tal "estruendo y se revolcaba tanto que la misma tierra se elevó, y las mulas estaban tan agitadas que apenas podían controlarlas".

George Sinclair contó esta historia en 1684. Siete años después, se convirtió en profesor de matemáticas en la Universidad de Glasgow.

No presentó su historia como un ejemplo de superstición campesina, ni muerte diagnosticada erróneamente. Él creía que el cadáver había vuelto a la vida.

Señaló que el relato provino "de una persona muy acreditada, un erudito que estaba allí en ese momento, fue testigo de ojo y oído, y que todavía está vivo".

La aceptación de Sinclair de tales eventos concordaba con la corriente principal del pensamiento europeo.

Su creencia en la existencia de cadáveres revitalizados era compartida por personajes de la talla de James VI y I, rey de Escocia, Inglaterra e Irlanda, así como el muy respetado filósofo de Cambridge, Henry More.

More escribió en 1655 que no podía "siquiera imaginarse" cómo alguien dudaba de la existencia de estas criaturas, cuando los informes sobre ellas eran tan convincentes.

Aparecidos después de la muerte

Varios autores de siglos pasados habían proporcionado numerosos relatos de los muertos vivientes.

Alrededor de 1170, William de Newburgh describió cómo un cadáver vagante atormentaba a los residentes de Melrose Abbey. Un sacerdote apuñaló a la criatura y la llevó de regreso a su tumba.

El monje alemán Cesáreo de Heisterbach registró cuentos similares en el siglo XIII. Uno se refería a un caballero que "se le apareció a muchos" después de la muerte: "a menudo lo golpeaban con una espada pero no podían herirlo, sólo emitía el sonido de una cama blanda golpeada". El obispo de Trèves eventualmente exorcizó a la criatura.

En la Baja Edad Media, la reactivación de los cadáveres a menudo estaba vinculada a la brujería; y los demonólogos del Renacimiento, como Martín del Río, señalaban que Satanás podría revivir a los muertos para conspirar con sus seguidores de la Tierra.

¿Por qué gente educada creía estas cosas?

La respuesta simple es que no tenían una razón de peso para no hacerlo.

Los orígenes de relatos particulares de "testigos oculares" siempre eran difusos, pero una vez que las historias estaban en circulación y se las atribuían a fuentes adecuadamente confiables, nada en las historias mismas era increíble.

No se trataba de que los científicos como George Sinclair consideraran que los cuentos de los zombis no eran extraordinarios: de hecho, los contaban precisamente porque eran ejemplos sorprendentes de lo sobrenatural.

No obstante, tales eventos eran consistentes con el conocimiento del mundo compartido por prácticamente todos los occidentales cultos en la Europa medieval y renacentista.

Y había tres suposiciones generalizadas que le daban credibilidad a los muertos vivientes.

Resurrección cristiana

En primer lugar, la idea de la resurrección física era fundamental para el Cristianismo.

Los evangelios describen la resurrección de Jesús de Lázaro y la hija de Jairo, y Cristo mismo se levantó de la tumba.

Además, estaba dicho que todos los cristianos abandonarían sus tumbas en el Juicio Final. Como dejaron en claro artistas como Giotto y Signorelli, esta sería una experiencia física: al despertar, los muertos desenrollarían sus cuerpos y estirarían sus extremidades, y los tormentos de los condenados serían insoportablemente reales.

La resurrección corporal era un hecho establecido. Era natural, por lo tanto, que los eruditos premodernos tomaran el fenómeno en serio.

Lazos perdurables

En segundo lugar, la mayoría de las personas medievales y renacentistas asumían que los lazos entre esta vida y la siguiente no se rompían por completo en la muerte.

Los espíritus podrían regresar para completar el asuntos que habían quedado sin terminar en la Tierra. Los muertos a veces volvían físicamente para recordarle a los pecadores lo que les esperaba en el infierno.

En un episodio espantoso de la Francia del siglo XII, el cuerpo de un estudiante muerto apareció junto a la cama de su amigo para mostrarle los dolores que podía esperar si continuaba con su vida libertina.

El visitante arrojó tres gotas de pus sulfurosa en la cara de su amigo, "que perforaron su piel y su carne como fuego cauterizante e hicieron un agujero del tamaño de una nuez". Tras tal experiencia, el libertino no lo fue más.

Cuando los protestantes abolieron la doctrina del purgatorio en el siglo XVI, desafiaron las ideas tradicionales sobre el tráfico entre vivos y muertos.

Eso implicó que, en las regiones que habían recibido la Reforma, los avistamientos de fantasmas a menudo se descartaban como engaños o ilusiones, aunque las autoridades católicas en general seguían siendo más comprensivas.

No obstante, las historias de los zombis siguieron siendo plausibles debido a la tercera suposición general que le daba credibilidad al fenómeno: la existencia de los demonios.

El poder de Satanás

Además de describir los milagros de Dios, el Nuevo Testamento proporcionó abundante evidencia del poder y las intenciones de Satanás.

Los evangelios registraron su habilidad para entrar en los cuerpos humanos y la carne desalmada de los animales.

Para los eruditos medievales y renacentistas, esta instalación ofrecía una explicación simple para informes de cadáveres reanimados: los demonios los poseían y los movían como marionetas, sin unir verdaderamente el espíritu al cuerpo.

Tales "resurrecciones falsas" confirmaban además el deseo del Diablo de simular los milagros de Dios.

Como consecuencia de esta creencia, cuando los más ilustrados describían zombis enfatizaban la falta de vida de sus cuerpos, mostrándolos como poco más que juguetes para los espíritus inmundos dentro de ellos.

Su carne permanecía pálida, rancia y fría, notó Martín del Río en 1600. Otros contaban que cuando los demonios abandonaban los cuerpos estos se derrumbaban convertidos en polvo.

En 1751, el abad benedictino Agustín Calmet describió la falsa resurrección de un niño: "el demonio que lo había animado lo dejó con un gran ruido; el joven cayó hacia atrás, y su cuerpo, fétido y con un olor insoportable, fue arrastrado con un gancho... y enterrado en un campo sin ninguna ceremonia".

Cosa de brujas

La participación de los demonios explica por qué los pensadores del Renacimiento asociaron la resurrección de los muertos con la brujería.

Como espíritus incorpóreos, los demonios necesitaban cuerpos falsos para establecer contacto físico con los humanos.

Siguiendo a San Agustín, la mayoría de los escritores suponían que normalmente los demonios creaban estos cuerpos de la nada pero los cadáveres poseídos proporcionaban una horrible alternativa.

Como "son espíritus inmundos y sucios", el famoso cazador de brujas Nicholas Rémy sugirió en 1595 que "encuentran su habitación favorita... en cadáveres hediondos".

Unos años más tarde, el demonólogo Henri Boguet confirmó que Satanás "a veces toma prestado el cuerpo de un hombre ahorcado, y lo hace principalmente cuando desea asociarse con una bruja".

Dado que los muertos vivientes demostraban la actividad de los demonios, apoyaban la creencia más amplia en un "mundo invisible" de espíritus.

El destierro de los espíritus

Cuando la ciencia natural comenzó a desafiar esta creencia a fines del siglo XVII, aquellos que deseaban preservar la religión tradicional usaban los relatos de los muertos que regresaban para probar la existencia de este otro reino.

Este fue el propósito de George Sinclair en 1684. En palabras de Henry More, la creencia en los zombis era "un antídoto contra el ateísmo".

Esa acción de retaguardia finalmente no tuvo éxito.

Los científicos de la Ilustración desterraron el mundo invisible de los demonios al reino de la "superstición".

Es una medida de su logro que los cadáveres resucitados ahora pertenecen exclusivamente a la ficción: son simplemente increíbles en el "mundo real". Pero para los cristianos ortodoxos desde la Edad Media hasta los 1700, era igualmente absurdo creer que los muertos nunca podían regresar.

Darren Oldridge es profesor titular de Historia Temprana en la Universidad de Worcester, y especialista en la historia religiosa moderna temprana, con un interés particular en la brujería y el diablo. Ha publicado ampliamente en esta área: su libros más recientes es"The Supernatural in Tudor y Stuart England" (Routledge: 2016).

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