No mucho después del nacimiento de mi hija a comienzos de 2013 tuve un pensamiento iluminador sobre la vida que tiene por delante.

Con suerte y salud, vivirá lo suficiente para ver el amanecer del siglo XXII. Puede que esté frágil o cansada. Pero cuando estallen los fuegos artificiales, ojalá esté pensando en el porvenir. Para entonces quizá la medicina haya extendido la esperanza de vida y, con 86 años, puede que solo esté al borde de la jubilación.

Como periodista, a menudo me encuentro con la fecha 2100. Es un año frecuentemente citado en las noticias sobre el cambio climático, las historias sobre tecnologías futuras y la ciencia ficción. Pero está tan lejos, cubierto por tantas posibilidades, que la ruta que tomaremos para llegar allí es difícil de ver.

Rara vez tomo en cuenta que, al igual que mi hija, millones de personas estarán ahí cuando llegue 2100, heredando el siglo que mi generación dejará atrás. Ellos tendrán que vivir con todas las decisiones que tomemos nosotros, para bien y para mal.

Y estos descendientes tendrán sus propias familias: cientos de millones de personas que todavía no han nacido, a la mayoría de las cuales ni tú ni yo llegaremos a conocer.

¿Con qué frecuencia podemos decir sinceramente los que estamos ya en la edad adulta que pensamos en el bienestar de las generaciones futuras?

La atención en el ahora

Parte del problema es que el "ahora" requiere mucha más atención. El estándar de vida casi nunca ha sido tan alto, pero hoy día es difícil mirar más allá del siguiente ciclo noticioso.

Parafraseando a la inversora Esther Dyson: en política, el marco de tiempo dominante es una legislatura; en la moda y la cultura, una temporada; para las empresas, un trimestre; en internet, minutos; y en los mercados financieros, apenas milisegundos.

La sociedad moderna sufre de "agotamiento temporal", dijo en su momento la socióloga Elise Boulding.

"Si uno está mentalmente a la carrera todo el tiempo por lidiar con el presente, no le queda energía para imaginar el futuro", escribió en 1978.

Solo podemos imaginar cuál sería su reacción en el mundo actual de Twitter. No es extraño que problemas retorcidos como el cambio climático o la desigualdad sean tan difíciles de abordar ahora mismo.

Por eso, investigadores, artistas, gurús tecnológicos y filósofos coinciden en la opinión de que el cortoplacismo puede ser la amenaza más grande para nuestra especie este siglo y están ideando estrategias para combatir esa mentalidad.

Lo que estos pensadores de tan amplia gama de disciplinas comparten es una simple idea: que la longevidad de la civilización depende de que nosotros extendamos nuestro marco de referencia de tiempo, considerando al mundo y a nuestros descendientes a través de una lente mucho más amplia.

Viajar en el tiempo

Los seres humanos no siempre han tenido la capacidad de pensar en abstracto sobre el futuro.

Ahora podemos vivir totalmente en el momento, absortos en la música, por ejemplo, o podemos viajar mentalmente en el tiempo para imaginar situaciones del pasado o el futuro.

Algunos investigadores afirman que esta posibilidad de viajar en el tiempo con la mente es una adaptación vital que condujo al éxito de nuestra especie.

Según Thomas Suddendorf, de la Universidad de Queensland, Nueva Zelanda, puede que los humanos seamos los únicos animales con la capacidad de crear un complejo teatro en nuestras mentes con su escenario, guion, director y actores, y subsecuentemente poder describir las escenas imaginarias a otras personas.

"Es un talento tremendamente poderoso", le dijo Suddendorf a Claudia Hammond, de BBC Future, en 2016.

"Nos podemos imaginar situaciones como qué haremos mañana, la semana que viene, dónde iremos de vacaciones, qué carrera seguiremos, y podemos imaginar varias versiones de cada situación. Podemos evaluar cada una en cuanto a su probabilidad y lo deseable que es".

Así, tenemos la capacidad innata de imaginar consecuencias de nuestras acciones en un tiempo más profundo, pero tristemente no siempre tenemos la voluntad o la motivación para escapar del dominio del presente.

Sesgo del presente

Pese a nuestra facultad mental de mirar y planificar más allá, tenemos una debilidad en nuestra forma de pensar que se llama "sesgo del presente", que favorece las ventajas a corto plazo por encima de las recompensas a largo plazo.

Por ejemplo, las personas somos más propensas a aceptar una oferta de US$10 hoy por encima de una garantía de US$12 en una semana, tendemos a fumar cigarrillos aunque nos acorte la vida o a gastar en ocio en lugar de ahorrar para tiempos difíciles.

En ningún lugar es esto más evidente que en el mundo de la política y la economía.

Para entender mejor por qué el cortoplacismo está tan arraigado en nuestra sociedad y cómo está gobernado, imagínate una política recién elegida -llamémosla Clarissa- que tiene un dilema. Está evaluando si gastarse unos miles de millones de dólares en el combate al cambio climático, preparación para una pandemia y la reducción de residuos nucleares.

Todo esto será de inmenso valor para los bisnietos de Clarissa, salvará vidas y ahorrará billones de dólares a largo plazo. Pero los beneficios inmediatos serán invisibles y el gasto será doloroso.

No sabe qué hacer: sus votantes en la industria de los combustibles fósiles necesitan empleos, el ejército quiere fondos para la seguridad nacional y a ella la eligieron por sus promesas de reducir los impuestos.

Muchos ciudadanos aceptarían que es necesario asumir algunos costos para evitar una catástrofe climática futura, ¿pero cuánto costo es aceptable y con qué rapidez?

¿A qué parte de tus ingresos de hoy estarías dispuesto a renunciar para beneficio de generaciones futuras?

Háblale de esta lógica a un filósofo, y escucharás un argumento ético que desmantela el razonamiento económico.

El argumento filosófico para invertir en medidas que protejan el bienestar de las generaciones futuras también se puede enmarcar, de forma simplista, imaginando una serie de balanzas, con todos los vivos en un lado y todos los no nacidos en el otro.

La población actual de 7.700 millones es numerosa, pero es pequeña si la comparas con todos los que en la Tierra se llamarán humanos, junto con todos sus logros.

Si el Homo Sapiens, o la especie en la que evolucionemos, resiste por decenas o cientos de miles de años más, eso se traducirá en un descomunal número de vidas a considerar. Billones de familias, relaciones, nacimientos; incontables momentos de potencial alegría, amor, amistad y ternura.

Según algunos cálculos, unos 100 mil millones de personas han vivido y muerto en la Tierra en los últimos 50.000 años. Pero si la media de nacimientos anuales calculados para el siglo XXI se mantiene durante los próximos 50.000 años (improbable, pero asumámoslo para este ejemplo) entonces el número de personas que todavía tiene que nacer en ese período es de unos 6,75 billones.

Colonizar el futuro

Según el filósofo social Roman Krznaric, no ser capaces de valorar las vidas de todos los descendientes es comparable a "colonizar" el futuro, esencialmente decidiendo que las generaciones futuras no tienen derechos de propiedad o nada que decir sobre cómo evolucionan.

"Tratamos el futuro como una colonia distante en la que tiramos la degradación ecológica, los residuos nucleares, la deuda pública y los riesgos tecnológicos", le dijo a los asistentes a un evento reciente en Londres organizado por The Long Time Enquiry, una iniciativa para promover el pensamiento a largo plazo en el sector cultural.

Krznaric llama a esta actitud "tempus nullius", dibujando un paralelismo con una idea que se usó para justificar actos como el asentamiento británico en Australia en los años 1700-1800. Según la noción legal de "terra nullius", la tierra de nadie, se ignoraron todos los derechos de propiedad de los aborígenes. De forma similar, "tratamos el futuro como un 'tiempo vacío', donde no hay generaciones", argumenta.

Unos pocos gobiernos están intentando cambiar su forma de hacer las cosas. Por ejemplo, Finlandia y Suecia tienen grupos parlamentarios que fomentan la planificación a largo plazo, y Hungría tiene la figura del defensor de las futuras generaciones.

También hay varias organizaciones que presionan a los políticos para que consideren a las generaciones futuras desde una perspectiva de derechos humanos, en particular en relación con el cambio climático.

Mientras tanto, Gales nombró en 2016 a Sophia Howe -exjefa de policía- "comisaria de generaciones futuras", encargada de asegurar que los poderes políticos galeses toman en cuenta el largo plazo en sus decisiones.

"No se trata de un documento político aspiracional, está escrito en forma legal a través de la Ley del Bienestar de las Generaciones Futuras", explicó Howe recientemente en BBC Radio 4.

"Todas las decisiones que toma el sector público en Gales, incluido nuestro gobierno, deben demostrar cómo satisfacen las necesidades de hoy sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas".

Las distintas trayectorias

A comienzos de septiembre de 2017, la atención mundial se concentró en una serie de noticias destacadas: el huracán Irma se formaba en el Caribe, el gobierno de Donald Trump en EE.UU. anunciaba planes para desmantelar la política migratoria de su antecesor Barack Obama y los fotógrafos captaban el primer día de escuela del príncipe George en Reino Unido.

Alrededor de la misma fecha, un pequeño grupo de investigadores, poco conocido, celebraba un taller en Goteborg, Suecia, con el objetivo de mirar mucho más allá, muy lejos del último ciclo de noticias. Motivados por una preocupación moral por nuestros descendientes, su objetivo era discutir los riesgos existenciales a los que se enfrenta la humanidad.

La reunión arrojó un curioso documento firmado por varios autores con el título "Trayectorias a largo plazo de la civilización humana", que trata de "formalizar un campo de estudio científico y ético" para los próximos miles de años.

El grupo de Trayectorias partió de la suposición de que, si bien el futuro es incierto, no es desconocido. Podemos predecir muchas cosas con un grado de certeza razonable.

Por ejemplo, la biología sugiere que cada especie mamífera existe, de media, durante un millón de años antes de extinguirse; la historia muestra que la humanidad ha colonizado nuevas tierras continuamente y aspirado a transformar sus capacidades con la tecnología; y el estudio de los fósiles demuestra que los eventos globales de extinción pueden ocurrir y ocurren.

Extrapolar estos patrones y comportamientos al futuro les permitió hacer un mapa de cuatro posibles trayectorias a largo plazo para nuestra especie:

  • Trayectorias de status quo, en las que la civilización humana persiste en un estado similar en el futuro lejano.
  • Trayectorias catastróficas, en las que uno o más sucesos causan un daño significativo a la civilización humana.
  • Trayectorias de transformación tecnológica, en las que avances tecnológicos radicales ponen a la civilización humana en un rumbo totalmente diferente.
  • Trayectorias astronómicas, en las que la civilización humana se expande más allá de su planeta hacia las porciones accesibles del cosmos.

Después de sus debates en Suecia, el grupo de Trayectorias concluyó que el camino del status quo es improbable una vez que te metes en escalas de tiempo a largo plazo.

"En su lugar, la civilización probablemente terminará de forma catastrófica o se expandirá dramáticamente", dicen.

Lo que preocupa más a los investigadores de las Trayectorias es que en los siglos XX y comienzos del XXI hemos añadido una serie de riesgos adicionales creados por los humanos, desde el Armagedón nuclear al apocalipsis de la inteligencia artificial o el cambio climático antropogénico.

En su documento, presentan una variedad de escenarios escalofriantes en los que la civilización retrocede a los tiempos preindustriales o directamente es borrada de la Tierra.

"Hay mucho en juego, y quizá ya hay muchas cosas que las personas pueden hacer ahora para tener un impacto positivo", señalan.

La pregunta es: ¿lo haremos?

Preocupación por el futuro

Estoy preocupado por todo esto. Es posible que estemos en uno de los momentos más precarios de la historia humana. Me preocupa que nuestro poder para destruirnos esté ganando la batalla a nuestra sabiduría y visión de futuro.

¿Cómo podemos evitar caminar como sonámbulos hacia actos que dañarán a generaciones futuras o, peor, precipitar una catástrofe que puede amenazar nuestra existencia como especie?

¿Cómo se pueden cambiar las suficientes mentes para dar prioridad a la visión a largo plazo cuando tantas presiones del día a día nos empujan hacia el cortoplacismo?

Puedes elaborar argumentos filosóficos y basados en pruebas a favor de la protección de nuestra especie y de las generaciones futuras. Pero tristemente, los seres humanos no somos racionales. No es tan sencillo.

Para fomentar una forma de pensar a largo plazo, algo que va en contra de nuestros instintos psicológicos básicos, se necesita que haya enfoques y argumentos que inspiren e impliquen también a la parte no racional de nuestro cerebro.

Esa es la idea detrás de una nueva iniciativa que se llama The Long Time Inquiry (la investigación a largo plazo) recientemente establecida en Reino Unido para promover el pensamiento a largo plazo a través de rutas artísticas más que empíricas.

Las fundadoras Ella Saltmarshe y Beatrice Pembroke alegan que la cultura queda a menudo relegada en las grandes conversaciones sobre la estrategia para el futuro de la humanidad y el planeta, y que eso debe cambiar.

"La cultura da forma al sistema operativo de nuestra sociedad", escriben. "Es fundacional a la forma en que la ciencia, la política, la economía y la tecnología se desarrollan. Le da forma a cómo nos sentimos, cómo sentimos empatía y cómo conectamos con los demás. Aporta el espacio reflexivo necesario para abrirnos camino entre la complejidad y la incertidumbre".

El proyecto apenas arranca, pero Saltmarshe y Pembroke aspiran a fomentar y promover nuevos trabajos culturales sobre la visión de futuro al tiempo que crean una red de artistas, instituciones e intelectuales con pensamientos similares.

También opinan que la prevalencia del cortoplacismo está ligada a nuestra actitud hacia la muerte.

"Tenemos la intuición de que nuestra incapacidad para lidiar con el futuro del mundo más allá de nuestro tiempo de vida está ligada a nuestra incapacidad para lidiar con el hecho de que nuestras vidas terminarán", escriben.

"La negación de nuestra mortalidad nos impide implicarnos en un futuro a largo plazo".

Proyectos culturales

The Long Time Inquiry continuará el trabajo iniciado por varios individuos y grupos que ya usan el arte y otros medios simbólicos para hacer que la gente piense a largo plazo.

Por ejemplo, en 2014, la artista Katie Peterson empezó a construir la Biblioteca Futura. Una vez al año, autores como Margaret Atwood ("El cuento de la criada") entregarán manuscritos a la Biblioteca que no se leerán hasta el año 2114.

Sus libros se imprimirán en papel hecho de 1.000 árboles que crecen en un bosque especial llamado Nordmaka, cerca de Oslo, la capital de Noruega.

También está Longplayer, una composición musical que sonará por 1.000 años.

Pero quizá uno de los elementos simbólicos más ambiciosos que creará nuestra generación es un reloj especial enterrado en las profundidades de una montaña en Texas, Estados Unidos.

Su historia reúne a un grupo de visionarios de Silicon Valley, un músico pionero y la persona más rica del mundo, y su andadura comienza en un mal barrio de Nueva York a finales de los 1970.

El "pequeño aquí"

El productor musical Brian Eno iba de camino a una cena glamurosa en Nueva York, Estados Unidos.

Era el invierno de 1978 y el taxi de Eno daba tumbos sobre los baches, circulando a toda velocidad hacia una dirección que él no reconocía. Conforme iba hacia el sur, las calles se iban haciendo más oscuras y la sensación de abandono urbano crecía hasta que finalmente llegó a su destino. Un hombre estaba acostado en el portal.

Confundido, comprobó la dirección en la tarjeta de invitación. Había sido invitado a la casa de una cantante famosa para cenar. ¿Sería este el lugar correcto? Eno llamó al timbre y subió al apartamento. Dentro, para su sorpresa, encontró un reluciente y glamuroso loft que probablemente valía unos US$2-3 millones.

Curioso, le preguntó a la anfitriona si le gustaba vivir en esa zona. "Por supuesto", respondió ella, "es el lugar más adorable en el que he vivido".

Eno se dio cuenta de que ella se refería al espacio "dentro de esas cuatro paredes". El deteriorado vecindario no existía para ella.

Posteriormente, cuando observó a sus contemporáneos, Eno percibió esa misma estrechez de miras de la cantante en todas partes.

Lo que es más, esa actitud hacia el espacio también se trasladó a la manera en que los "glamurosos" de Nueva York abordaban el tiempo: no pensaban más allá de la semana siguiente. Vivían en lo que Eno llamó "un pequeño aquí" y un "corto ahora".

"Todo era excitante, rápido, actual y temporal. Enormes edificios venían y se iban, las carreras florecían y se estrellaban en semanas. Rara vez tenías la sensación de que alguien tuviera tiempo para pensar en dos años más allá, así que mucho menos en diez o 100 años", reflexionó después.

"Más y más", escribió en su cuaderno, "siento que quiero vivir en un gran aquí y un largo ahora".

Reloj de 10.000 años

Décadas después, esta experiencia inspiró a Eno para ponerse a trabajar con otras personas con pensamientos similares para establecer la Fundación del Largo Ahora, que aspira a "aportar un contrapunto a la actual cultura de la aceleración y ayudar a que el pensamiento a largo plazo sea más común".

Organiza conferencias con cierta regularidad en San Francisco y ha lanzado iniciativas como el Proyecto Rosetta, una biblioteca digital de todos los idiomas humanos diseñada para durar milenios, o una página web llamada Long Bets, que le pide a la gente que invierta dinero en predicciones para el futuro a largo plazo.

Su margen de visión es de 10.000 años a partir de ahora, porque fue hace unos 10 milenios cuando la agricultura se extendió y comenzaron las civilizaciones. Cuando hablan de fechas, los miembros de este grupo añaden un 0 adicional para capturar la noción de que nuestros insignificantes años están empequeñecidos por un marco de tiempo mucho más grande (¡Feliz 02019!).

De todos sus proyectos, no obstante, el intento más ambicioso para desligar a la gente de su pensamiento a corto plazo es una instalación simbólica -el reloj de 10.000 años de 60 metros de altura- que actualmente está siendo instalado en las montañas del oeste de Texas en un terreno propiedad del multimillonario fundador de Amazon, Jeff Bezos.

El reloj está pensando para ser un monumento que sobreviva a sus creadores y que marque el tiempo durante 10 milenios.

Lleva casi dos décadas en construcción, y en 2018 se colocaron las primeras partes de la arquitectura mecánica del reloj dentro de la caverna de caliza.

Diseñar un mecanismo que dure 10.000 años ha llevado a los creadores a responder preguntas que pocos habían abordado antes: desde elegir qué cubiertas durarán más (cerámica, no acero) hasta cómo evitar el desfase del tiempo con los cambios en la rotación de la Tierra durante los milenios.

Una secuencia nueva y diferente de campanas tocará cada tanto tiempo. Pueden tener una impresión de lo que las generaciones futuras escucharán en uno de los álbumes de Eno, inspirado en el reloj. El primer número evoca la secuencia de campanas que sonará 5.000 años después de su composición, en el año 07003.

El reloj está diseñado para hacer que sus visitantes reflexionen sobre su lugar en el tiempo. Si bien racionalmente podemos concebir el futuro más lejano y cómo nuestros actos afectan al mañana, sus creadores creen que será una experiencia totalmente diferente estar dentro de una antigua caverna mirando un reloj que funcionará durante cientos de vidas.

No es excéntrico creer que obras de arte o instalaciones como el reloj pueden influir en los puntos de vista y las acciones de las personas.

Los investigadores han constatado que las personas somos más propensas a cambiar nuestros hábitos medioambientales si se nos pide que nos impliquemos con el cambio climático a través de nuestros valores y experiencias personales más que si oímos argumentos científicos de los expertos.

Yo mismo tengo sentimientos encontrados sobre el reloj. Me pregunto qué conclusión sacarán las generaciones futuras cuando miren atrás al período y el lugar en el que fue concebido.

Costará decenas de millones de dólares. Puede que el proyecto se asocie con su principal financiador, Bezos, y su empresa Amazon, que se ha hecho notable por presionar a sus trabajadores a cumplir con las entregas en espacios de tiempo cada vez más cortos.

Y alguien cínico puede decir que las riquezas de una compañía famosa por pagar pocos impuestos se podrían invertir mejor en infraestructuras duraderas, prevención de catástrofes o programas sociales que beneficien a generaciones futuras.

Aun así, espero que el reloj sea visto como lo pretendieron sus creadores, un símbolo que cambia mentalidades sobre el cortoplacismo, más que un exceso de Silicon Valley.

En 10.000 años, quizá todos estos detalles estén olvidados. Quizá el reloj signifique algo totalmente diferente para nuestros descendientes, revelando una verdad sobre nuestra época que todavía no podemos imaginar.

Al igual que las cápsulas de tiempo, con frecuencia la humanidad erige monumentos que aspiran a la posteridad, y estos símbolos terminan por decir más sobre lo que valoramos y lo que somos hoy día de lo que jamás podamos saber nosotros mismos.

Cómo llevarlo a la acción

Entiendo los peligros del cortoplacismo. Puedo racionalizar el argumento y sentir la necesidad de preocuparme más por las generaciones futuras. Pero confieso que todavía me resulta difícil ver cómo traducir esto a mi acción como individuo.

Algunos días me pregunto si debería comer de forma más ética. Otros me planteo sacrificar un viaje al extranjero para reducir mis emisiones de carbono.

Es abrumador pensar en cómo podemos actuar, como individuos, con bondad y visión de futuro para la gente que no ha nacido y aceptar que, si bien algún día seremos olvidados, tenemos una obligación ética de dejar un mundo mejor que el que heredamos.

Publicidad