Solemos prestar poca atención a los insectos a menos que nos muerdan, piquen o molesten de alguna manera. Últimamente, sin embargo, la gente ha empezado a notar su ausencia. Todos recordamos haber tragado moscas diminutas involuntariamente mientras pedaleábamos por el campo, los parabrisas de los coches llenos de insectos muertos después de un largo viaje o las polillas que revoloteaban hacia la luz cuando una ventana se dejaba abierta.

Estas observaciones están siendo respaldadas por la ciencia. Según un reciente estudio publicado en la revista científica Biological Conservation, los insectos están precipitándose a la extinción.

Más del 40 por ciento de las especies están en declive y una tercera parte en peligro de extinción, según el informe. Al ritmo actual, con una caída anual del 2,5 % de la biomasa de insectos, estos invertebrados podrían desaparecer en apenas un siglo.

Los resultados son "aterradores”, según Francisco Sánchez-Bayo, científico ambiental de la Universidad de Sydney (Australia) y coautor del estudio. Y podrían tener "consecuencias catastróficas”.

"La palabra catastrófica es apropiada porque la desaparición de los insectos tendría graves consecuencias para innumerables vertebrados que dependen de ellos. Y eso daría lugar al colapso de ecosistemas enteros”, declara a DW. Los insectos no solo juegan un papel importante en nuestra producción de alimentos, proporcionando un servicio de polinización, sino que también son alimento para todo tipo de animales. Sin insectos, los anfibios y las aves morirían de hambre y los peces tendrían dificultades para encontrar comida suficiente. Asimismo, también limpian los cadáveres de animales muertos en la naturaleza y descomponen los residuos vegetales. Sin ellos, la vida tal y como la conocemos no existiría.

La agricultura intensiva es poco amigable con los insectos

De acuerdo con las conclusiones del análisis, la mayor disminución de la biomasa de insectos se ha producido en los últimos 30 años. Para Sánchez-Bayo esto es el resultado directo de la intensificación de la agricultura.

La revolución verde de los años cincuenta y sesenta cambió la forma en que los agricultores cultivaban sus tierras. Se abandonaron las prácticas de barbecho (descanso de las tierras cultivables), se desarrollaron monocultivos y se introdujeron fertilizantes artificiales para evitar la pérdida de nutrientes del suelo.

Los insectos y herbicidas se convirtieron en herramientas comunes para el control de plagas y malezas, y se eliminaron árboles y setos para generar más espacio. Las medidas aumentaron el rendimiento de los cultivos, pero al mismo tiempo se perdieron hábitats para insectos y los residuos químicos contaminaron las aguas circundantes.

"El MIP apuesta por el uso de medios naturales para el control de plagas y malezas, la rotación de cultivos para maximizar la biodiversidad de insectos provechosos y prevenir el agotamiento de nutrientes. Los plaguicidas solo se emplean como último recurso para controlar una plaga o brote de malezas”, explica Sánchez-Bayo a DW. Como ejemplo, cita al Instituto Internacional de Investigación del Arroz de Filipinas, que ha logrado reducir el uso de insecticidas en los cultivos de arroz en un 93 por ciento sin pérdida de cosecha.

El cambio climático podría acabar con los insectos

En Europa, la agricultura intensiva ha sido identificada como la principal causa del declive de insectos. En otras partes del mundo, el cambio climático y la deforestación se suman a la lista de responsables, según los científicos.

Incluso en los trópicos vírgenes, donde no hay fertilizantes, ni pesticidas ni insecticidas, el número de insectos está disminuyendo constantemente. En el bosque lluvioso de Luquillo en Puerto Rico, por ejemplo, hay hasta 60 veces menos insectos hoy en día que en la década de 1970. Durante ese período de tiempo, las temperaturas del bosque han aumentado dos grados centígrados. El número de lagartos, ranas y pájaros, que comen insectos, ha disminuido en consecuencia.

Los cálculos de los investigadores del Centro Tyndall para la Investigación del Cambio Climático destacan la correlación entre el calentamiento global y la supervivencia de los insectos.

Sánchez-Bayo exige un replanteamiento de la agricultura. Una posible forma sería introducir el Manejo Integrado de Plagas (MIP), que combina prácticas agrícolas tradicionales con tecnología moderna.

Según sus proyecciones, si experimentamos un calentamiento global de 3,2 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, como se prevé en función del Acuerdo de París, el 49 por ciento de los insectos perdería la mitad de su área de distribución geográfica. Si limitamos el calentamiento a dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, se reducirían a un 18 por ciento, los insectos que perderían la mitad de su hábitat. Mientras que en un escenario de 1,5 grados, la cifra disminuiría al seis por ciento.

No obstante, Rachel Warren, autora principal del estudio, advierte que es muy posible que el declive de las especies sea aún mayor de lo previsto, ya que no han incluido factores como la agricultura intensiva en sus cálculos.

"No hay duda de que hay mucha presión sobre los insectos y si no cumplimos con los objetivos del Acuerdo de París, esa presión será aún mayor”, cuenta Warren a DW. Añade que no solo es importante alcanzar el objetivo de 1,5 grados centígrados, sino también cómo lo logramos.

"La disponibilidad de hábitats es uno de los factores principales para la pérdida de insectos. Si empleamos demasiada tierra para el cultivo de plantas destinadas a la producción de energía de biomasa, sería malo para la biodiversidad”, explica. "Cualquier cosa que podamos hacer para reducir nuestra demanda de energía y tierra, como usar menos electricidad y comer menos carne roja, sería bueno”, señala.

Jardines salvajes en nuestras ciudades

Las grandes ciudades y los paisajes de hormigón también desempeñan un papel importante en el número de insectos. Se espera que dos tercios de la población mundial vivan en zonas urbanas para 2050, por lo que se prevé un mayor impacto. Los asentamientos y carreteras de hormigón privan a las abejas y escarabajos de su hábitat natural, mientras que la contaminación lumínica desorienta a los insectos nocturnos.

Los investigadores hacen un llamamiento a los gobiernos para que construyan más espacios verdes en las ciudades mediante la recuperación de parques públicos y jardines privados, así como la plantación de flores silvestres a lo largo de las carreteras y en las medianas.

Un estudio de la Universidad de Basilea, en Suiza, ha demostrado que los jardines con madera muerta, abono orgánico, pastizales sin cortar y flores autóctonas, pueden aumentar en gran medida la biodiversidad de insectos voladores y que habitan en el suelo, así como compensar los efectos negativos de la urbanización. Cuanto más salvajes y diversos eran los jardines, más insectos contaron los investigadores, incluyendo los raros ciempiés que no se han encontrado en ningún otro lugar de Suiza.

Brigitte Braschler, bióloga de la Universidad de Basilea y coautora del estudio, lleva toda una vida investigando los insectos y afirma que, aunque el declive de la biodiversidad es "muy grave”, no es demasiado tarde para detenerlo. "La sociedad se está dando cuenta del problema y quiere actuar. Algunas especies ya se han perdido, pero confío en que podamos detener, o al menos ralentizar el declive”, subraya Braschler a DW.

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