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El dolor de perder un hermano y un delivery acuático: relatos de sobrevivientes al terremoto de 1960

El dolor de perder un hermano y un delivery acuático: relatos de sobrevivientes al terremoto de 1960
Pablo Cádiz
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El megaterremoto 9,5 ocurrido hace 60 años en Valdivia no solo cambió el estudio de la sismología a nivel mundial, sino que la vida de miles de personas que habitaban la ciudad y sus alrededores. Tres sobrevivientes recuerdan en T13.cl el día en que la tierra se movió a más no poder.

Todos los 22 de mayo Marta Medel (70 años) prende una vela en recuerdo de su hermano Pedro Pablo, quien tenía 15 años cuando las olas le arrebataron la vida. 

Pedro Pablo fue uno de los más de 2 mil fallecidos que dejó el tsunami tras el megaterremoto de magnitud 9,5 que afectó a Valdivia en 1960. El más grande que se tenga registro en la historia de la humanidad, y cuya energía liberada equivale a 20 mil bombas de Hiroshima o a 11 movimientos como el 27/F.

Un terremoto que marcó para siempre la vida de la familia de Marta, que decidió no volver nunca más al balneario ubicado a 18 kilómetros de la capital de Los Ríos. 

"Le tengo terror al mar. El mar es muy lindo al mirarlo, pero es muy traicionero”, señala esta sobreviviente al recordar ese 22 de mayo de 1960. 

Como parte de la conmemoración de los 60 años del megaterremoto de Valdivia, en T13.cl recogimos tres testimonios de testigos del día en que la tierra se movió a más no poder.

Al dolor de Marta por la pérdida de su hermano, se suma el relato de Edita Muñoz, en ese entonces una niña de 8 años que vio cómo el centro de la ciudad terminó inundado tras el "Riñihuazo" y el de Renato Jara, quien a bordo de un bote entregaba provisiones a los damnificados. Una suerte de delivery fluvial. 

El día que el mar se llevó a Pedro Pablo

"Siempre he querido escribir mis vivencias. Ya tengo 70 años y quiero que la gente sepa lo que realmente pasó", señala Marta (a la derecha en la foto, junto a su hermana María) al explicar por qué volver a abrir el recuerdo de un día tan doloroso.

Ese día domingo Marta se encontraba jugando en la playa con su hermana María, hoy de 66 años. La familia vivía en Corral, debido a que su padre era jefe del retén de aduanas. Era un día caluroso, y ambas estaban descalzas en la arena cuando la tierra se empezó a mover. "Mi padre llegó hacia nosotras, y nos vino a sacar. Pero no podíamos caminar de lo fuerte que era el temblor", recuerda. 

En cosa de minutos la familia comenzó a subir a toda velocidad hacia el cerro La Marina. La tierra aún se movía por las réplicas.

En su retina Marta tiene el recuerdo de cómo el mar comenzó a recogerse, y el fondo del mar se veía oscuro. "El mar se recogió mucho, mucho, como hasta la mitad de la bahía de Corral. Y luego se empezó a levantar una ola que se iba agrandando". 

"En mi vida se me va a borrar esa imagen, porque la ola era del porte del fuerte de Niebla, y empezó a avanzar, a avanzar. Vimos la ola caer en todo el pueblo de Corral bajo, se llevó todo, todo lo barrió. Fue terrible porque la gente se volvió loca. Todos gritaban despavoridos", señala.

Alamiro, el padre de Marta, quería bajar al pueblo a ver los daños causados por la ola. Pese a la resistencia de su esposa, también llamada Marta, descendió acompañado de su hijo mayor, en ese entonces de 15 años. 

Pero el mar volvió a recogerse, y una nueva ola azotó la bahía. Fue esta la que le quitó la vida a Pedro Pablo, quien poco antes se había separado de su padre para bajar hacia la comisaría de Corral. 

"Cuando mi padre corrió para Corral Bajo habían varados varios cadáveres y el reconoció a mi hermano por una camisa. Otras personas le dijeron a mi madre que mi hermano nadó, nadó mucho, pero después vino un palo de una casa que se había desarmado y le pegó en la frente y lo aturdió. Y se hundió", cuenta Marta. 

Su madre no permitió que el cuerpo de Pedro fuera enterrado en Corral. "Ella decía que no iba a volver nunca más a ese lugar. Pero no pasaba ningún barco, nada", rememora.

Lo que vino después fueron 72 horas de espera, en que la familia intentó por todos los medios viajar a Valdivia para dar una digna sepultura a Pedro.

Marta recuerda que durante esos días durmieron a una orilla del cadáver de su hermano, hasta que lograron una solución.

"Mi papá salió a buscar a un amigo que tenia una chalupa, de esos botes grandes con dos puntas y le pidió que lo trajera a Valdivia. Un conocido consiguió una camilla y lo pusieron en la madera del bote, y a nosotras nos acostaron ahí con mi hermano. Y cosieron una carpa encima, a la orilla del bote, para protegernos de las olas, que eran enormes. Uno no se olvida jamás, porque cuando recuerdo siento el ruido de las olas encima de esa carpa", cuenta.

Al llegar a Valdivia los estaban esperando otros carabineros y sus familias. "Nos tenían ropas, porque veníamos todos mojados. Nos dieron café, sopita".

Ya instalados, Alamiro fue en búsqueda de una urna para poder enterrar a su hijo. "Yo nunca me olvido de eso: yo no tenía idea que la persona cuando fallece estira. Y resulta que en la urna que encontraron tuvieron que doblarle las rodillas porque había estirado. Son cosas que impactan porque yo nunca había visto una cosa así".

Desde entonces que Marta no ha vuelto a andar en bote, y rara vez visita el mar. Volver a Corral no es una opción. De Pedro no quedaron fotografías, porque todo se lo llevó el mar. Sin embargo, hay algo que le evoca a su hermano: el rostro de su hijo Pablo, quien tiene el mismo lunar que el joven cuya vida fue arrebatada hace 60 años. 

N. de la R: Tras la publicación de esta nota, un familiar de Marta encontró una imagen en que aparece su hermano fallecido, quien se ve a un costado de su padre. 

 

"No dormíamos"

Edita Muñoz tenía 8 años cuando ocurrió el terremoto. Su casa estaba ubicada en pleno centro de Valdivia, a pasos de la iglesia San Francisco y la plaza de la ciudad.

Ese día su familia se preparaba para celebrar el cumpleaños de uno de sus hermanos, cuando la tierra se empezó a mover. "Al primer temblor y salimos todos arrancando. Ahí vino el temblor grande, la verdad de las cosas es que nadie se podía poner en pie", relata.

Edita, hoy de 68 años, rememora que sus vecinos dormían en carpas. "Nuestra casa era de segundo piso, pero dormíamos bajo, o en realidad no dormíamos porque temblaba todo el día".

Pero el terremoto no fue la única tragedia: un mes después se produjo el "Riñihuazo", que es como se denomina la hazaña de los habitantes de la región para realizar un desborde controlado del lago Riñihue, que había aumentado su caudal de manera considerable luego que el río San Pedro se tapara producto del deslizamiento de tierras.

"Había gente trabajando ahí para poder despejar y que eso no provocara un mal mayor. Y al mes vino el Riñihuazo, porque despejaron el taco, pero igual nosotros nos inundamos. Todo se inundó como con un metro de agua y recuerdo a los vecinos que hicieron balsas con neumáticos para poder entrar a sus casas", cuenta Edita. 

Un delivery acuático

El Riñihuazo dejó a Valdivia sumida en una nueva tragedia. Aunque pudo ser un desastre mayor, hubo sectores completos de la ciudad que quedaron aislados tras la inundación. 

Fue ahí que Renato Jara -en ese entonces de 23 años- jugó un rol clave. Su historia forma parte de "22.05.60, Historias Curiosas de un Terremoto", un proyecto realizado por la fundación Proyecta Memoria y que reúne testimonios de sobrevivientes. 

"La subida del Catrico había inundado gran parte de los Barrios Bajos, pero él tenía la solución perfecta: navegar. De esta forma y con su hermana Rita, comenzaron a tomar pedidos de mercadería y diversos bienes, que se encargaban de trasladar en bote por las calles inundadas. Tal y como si se tratara de un delivery en tiempos de catástrofe", cuenta la historia realizada por los periodistas Daniel Navarrete y Daniel Carillo, y que fue acompañada por esta ilustración realizada por Barbara Oettinger.

En conversación con T13.cl, Renato Jara revive esos días: "Yo me embarcaba y daba un recorrido. La gente me abría las puertas de las casas y del segundo piso me tiraban un canasto, me tiraban plata, y me pasaban un papelito".

"Entonces yo les compraba las cosas y se las llevaba para allá y se las entregaba. En varias casas cooperé con eso", agrega.

Junto con esto, Renato relata que transportó a varios periodistas y fotógrafos que buscaban documentar la catástrofe. 

Sobre el terremoto mismo, Renato relata que esa tarde -como todos los domingos- acudía a los teatros a ver películas. Un pasatiempo al que accedía de manera gratuita a cambio de transportar las cintas de un teatro a otro. 

Fue camino al teatro Cervantes que lo pilló el terremoto. "No me pude sostener en la vereda, tuve que arrinconarme a un edificio, ahí me sujeté. Ahí pasaron otros amigos, así que nos tomamos de la mano hasta que llegamos a la esquina de Camilo Henríquez con Chacabuco".

En el camino de regreso a su casa, Renato vio la caída de edificios y a la gente gritar despavorida. "Y cuando llegué a la casa estaba la escoba, la casa se enchuecó y estaban todos llorando", recuerda. 

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