Más de 2.300 niños que ingresaron en el país de forma irregular fueron separados de sus padres en la frontera entre México y Estados Unidos entre el 5 de mayo y el 9 de junio como parte de la política de "tolerancia cero" que el gobierno de Donald Trump puso en marcha este año.

El número continúa creciendo, al igual que las críticas al trato que están recibiendo los menores, ya que salieron a la luz las infraestructuras con forma de jaulas en las que están siendo retenidos y muchos de ellos tienen edades en las que les es imposible entender dónde se encuentran y por qué sus padres no están con ellos.

Algunos hablan de traumas que durarán toda la vida, y hasta comparan la situación de los niños con los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. A esto se sumó este martes la decisión de Trump de abandonar el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

En Arizona, Antar Davidson trabajaba hasta la semana pasada en uno de los centros en los que estos niños esperan a que se decida su futuro y el de sus progenitores: si pueden quedarse en territorio estadounidense o si serán devueltos a sus países.

Un empleo con el que no tenía problemas hasta hace poco más de un mes, cuando las cosas empezaron a cambiar.

Davidson era empleado de Southwest Key, una organización sin ánimo de lucro que regenta varios albergues para menores en Texas, California y Arizona.

Como explicó a varios medios de comunicación en los últimos días, los pequeños llegaban a estos establecimientos ya preparados, pues se les había explicado que estarían lejos de sus padres durante un tiempo pero que luego volverían a reunirse con ellos.

Pero hace unas seis semanas, empezaron a llegar niños angustiados y con signos de trauma.

"Han estado viniendo más y más niños que no estaban preparados para esa situación, que básicamente había sido arrebatados de los brazos de sus padres", le dijo Davidson a la CNN.

"Y como tal, corrían y lloraban llamando a sus madres y básicamente mostrando signos de trauma, como pasaría con cualquier niño que no supiera dónde se encuentran o dónde está su progenitor".

La gota que derramó el vaso

En una entrevista con el programa de radio Newsday de la BBC, Davidson contó el momento en el que se dio cuenta de que no podía seguir trabajando en esa institución.

"La jefa de turno me ordenó que tradujera para un grupo de hermanos brasileños que estaban acurrucados juntos y llorando amargamente porque esa noche estaban a punto de ser separados, después de todo un día en el que no se les había permitido dormir".

"Yo tenía que traducirles y decirles que iban a ser separados y en ese punto decidí: 'No, no puedo hacer eso", le dijo a la BBC.

En un programa de la radio canadiense CBC, Davidson detalló: "La jefa de turno se me acercó muy agresivamente y me dijo: '¡Diles que no pueden abrazarse!' Y llegados a ese punto le respondí: 'No. Como ser humano, no puedo hacer eso".

El extrabajador de Southwest Key aseguró a la BBC que este incidente desencadenó una "serie de eventos" que le hicieron darse cuenta de una cosa: "Si me quedaba en esas instalaciones, me hubiesen seguido pidiendo que hiciera cosas que en la actualidad son inmorales según los estándares globales, no solo los míos".

"Pese al bien que estaba haciendo ahí dentro, decidí que no podía quedarme allí más tiempo. Así que me llevé mi lucha afuera", afirmó.

Davidson explicó que la organización tenía como política no permitir que los menores se tocaran entre ellos.

"El hecho de que la jefa hubiese elegido este momento para aplicarla (esta norma) de manera tan agresiva es un indicador de que la gente que tiene éxito en esa institución realmente demuestra falta de compasión".

La directora de comunicaciones de los programas de Southwest Key, Cindy Casares, defendió a su personal, según publicó CNN: "Southwest Key tiene personal experimentado, entrenado para proveer comodidad y orientación y para ayudar al menor a sentirse más cómodo... Abrazarse está completamente permitido"

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