El canciller alemán, Olaf Scholz, se reunió este viernes con el presidente chino, Xi Jinping, lo que le convierte en el primer líder del G7 en visitar Pekín desde la pandemia de covid-19.

Pero su viaje ha generado controversia en Alemania y preocupación en otras partes de Europa.

La visita ocurre pocos días después del Congreso Nacional del Partido Comunista de China, un evento que Xi usó para reforzar su control sobre el poder, llenando su equipo directivo con fieles aliados.

Una disputa extraordinaria y amarga estalló recientemente en lo más alto del gobierno alemán, cuando se supo que una empresa china estaba a punto de adquirir una participación significativa en una parte del puerto de Hamburgo.

No menos de seis ministros del gobierno reaccionaron furiosamente. Argumentaban que esa operación le daría a China una influencia significativa sobre la infraestructura crítica alemana. Los servicios de seguridad de Alemania también instaron a la cautela.

Pero el canciller alemán pareció insistir en que el trato debería seguir adelante y, según los informes, impulsó un acuerdo, aunque limitó el tamaño y la influencia de la participación del 24,9%.

Nadie está seguro de por qué parecía tan decidido. Scholz fue alcalde de Hamburgo y sigue siendo cercano a las autoridades de la ciudad, quienes argumentaron que el acuerdo representaba una inversión vital.

Pero muchos otros comentaristas sospechan que hay un motivo oculto: que Olaf Scholz no quería presentarse en Pekín sin un "regalo" para Xi Jinping.

Eso ha causado sorpresa y preocupación.

Al igual que la decisión del canciller de llevar consigo una delegación de ejecutivos de empresas alemanas, práctica habitual de su predecesora, Angela Merkel, que siguió una política de "cambio a través del comercio", creyendo que los lazos económicos podrían influir en las relaciones políticas con países como China y Rusia.

¿Una nueva dependencia?

"La señal que se envía es que queremos extender e intensificar nuestra cooperación económica. Eso debe cuestionarse", dice Felix Banazsak, político del Partido Verde, socio en el gobierno de coalición de Scholz.

Los Verdes han buscado durante mucho tiempo una línea más dura con China. Hace solo unos días, la ministra de Relaciones Exteriores del partido, Annalena Baerbock, le recordó severa y públicamente que su gobierno llegó al poder con la promesa de reajustar su estrategia hacia China.

Banazsak dice que su país debe aprender de su anterior dependencia de la energía rusa: "Debemos hacernos lo más independientes posible de los Estados individuales, particularmente si estos son Estados que no comparten nuestros valores".

Pero Olaf Scholz estará dolorosamente consciente de la complejidad y profundidad de los lazos de su país con China, que sigue siendo el mayor socio comercial de Alemania, aunque Alemania importa más de lo que exporta.

Más de un millón de puestos de trabajo alemanes dependen de esa relación. Tomemos como ejemplo al gigante automovilístico Daimler, que vende más de un tercio de sus vehículos en China.

En la primera mitad de este año, las empresas alemanas invirtieron en China más que nunca. La empresa química BASF acaba de abrir una nueva planta en el sur de China y espera invertir US$9.900 millones en el sitio para finales de esta década.

En la víspera de la visita, la jefa de la Asociación Alemana de la Industria Automotriz destacó la dependencia de Alemania de las materias primas de China y advirtió que el "desacoplamiento" sería un error económico y geoestratégico.

Su homólogo en la Asociación de Pequeñas y Medianas Empresas también desaconsejó un cambio repentino de rumbo, diciendo que "el consejo solo puede ser no romper ninguna porcelana china ahora".

El canciller Scholz pasará menos de 12 horas en Pekín y su objetivo, dijo antes de su viaje, es averiguar cuánta cooperación es aún posible, porque "el mundo necesita a China" en la lucha contra la pandemia mundial y el cambio climático.

"Si China está cambiando, entonces nuestro enfoque hacia China debe cambiar", dijo.

Muchos en Berlín y más allá buscarán pruebas de que la respuesta de Scholz a una China cambiante aún puede convertirse en la prueba definitiva de su cancillería.


El viaje de Scholz genera malestar en Europa

Análisis de Katya Adler, editora de Europa

Alemania es la economía más poderosa de la Unión Europea y posiblemente el miembro más influyente, por lo que lo que dice y hace importa.

Una vez sugerí que la excanciller Angela Merkel podría ser vista a veces como un Donald Trump europeo por la forma en que tendía a poner a Alemania en primer lugar.

Las preocupaciones más amplias de la UE fueron ignoradas a favor de los lucrativos contratos energéticos y comerciales de Alemania con Rusia y China. Ella exigió medidas de austeridad de la UE para los Estados miembros del Mediterráneo durante la crisis de la eurozona para proteger a los contribuyentes alemanes de incurrir en una deuda compartida.

Olaf Scholz es el sucesor de Merkel en mucho más que solo el cargo, en la mente de muchos líderes de la UE.

Se considera que su enorme paquete de ayuda para las empresas alemanas ante los altos precios de la energía les da una ventaja competitiva injusta en el mercado único europeo.

Y su viaje a China, anunciado pero no coordinado con otros en la UE, ha causado malestar en toda Europa. El mandatario francés Emmanuel Macron advirtió recientemente a Scholz que corría el riesgo de quedar aislado.

A medida que Europa, y en primer lugar Alemania, se liberan de su dependencia del gas ruso, la pregunta es la siguiente: ¿Berlín, cegado por la perspectiva de acuerdos comerciales, se está vinculando demasiado a China?

Macron ha estado presionando durante años para que la UE reduzca su compromiso con Pekín, y los críticos lo acusaron de proteccionismo.

Pero después de las fallas en la cadena de suministro global durante la pandemia de covid-19, del uso como arma de las importaciones/exportaciones de energía después de la invasión rusa de Ucrania y la presidencia de Donald Trump, quedó claro que Europa ya no debería depender tanto de EE.UU. en términos de seguridad.

Con la insistencia de Macron en que el continente se cohesione más y se vuelva autosuficiente, la diversificación de sus socios comerciales comenzó a parecer sensato para Bruselas. Olaf Scholz es visto como preocupantemente fuera de sintonía.

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