Cecilia está en casa como cada mañana, y ve en la televisión la noticia de un atentado con bomba en el centro comercial donde su hijo adolescente había ido a comprar un regalo para su novia. Tiembla. Minutos después de escuchar algunos detalles del hecho, ve la foto de Pedro, su hijo, como parte de los presuntos autores de la tragedia. Entonces ella intenta comprender, buscar razones o pistas, recordar:

"... Éramos una madre y su hijo haciendo una larga sobremesa. Y ya. Eso es todo, nada más. ¿O acaso había una sola razón para creer que Pedro, alias "Mateo", terminaría acusado por "rebelión", y perseguido como un "subversivo peligroso"? O para ser más exactos: sindicado por concierto para delinquir, terrorismo, homicidio agravado, falsedad en documento público, fabricación de explosivos y porte ilegal de armas de fuego."

La historia de "La mujer que hablaba sola", de la escritora colombiana Melba Escobar (Cali, 1976) nos sumerge con honestidad conmovedora en la vida íntima de Cecilia, su juventud, el amor de Rayo, el padre muerto de Pedro.

Su camino como madre en soledad, traspasada por todo lo que pasa fuera, las tensiones sociales, la violencia. Las consecuencias de la vida en guerra, durante tantos años.

Melba Escobar, que fueparte del HAY Cartagena, que finalizó este fin de semana, habla de una Colombia asesina, "donde mata la izquierda y mata la derecha, matan los narcos, los guerrilleros, las bandas criminales y los militares, matan los ladrones y matan los borrachos, los maridos celosos y los que deben plata".

¿Qué fue lo que gatilló escribir la historia de Cecilia?

Hubo una bomba en el Centro Comercial Andino, de la cual yo tomé varios datos y cuando empecé a indagar quiénes eran los implicados en ese atentado, sentí un dolor de madre. Pensé en la soledad de quien tiene que solidarizarse con el victimario por ley natural.

Y aparece la pregunta ¿hasta dónde la maternidad implica amar a un hijo hasta las últimas consecuencias, aún si puede ser un asesino?

Es una novela también política, sobre Colombia, su polarización y desigualdad, pero desde mi propia piel.

Cómo se enfrenta el país desde este rol reciente de madre, que puede ser incluso más cruel. Creo que la maternidad es un extraño sometimiento voluntario a la fragilidad absoluta. Uno se pregunta, ¿por qué elegí tanta vulnerabilidad? Es como vivir en el corazón de otro, como dijo una poeta. Y eso puede llegar a ser muy desgarrador.

Sobre la maternidad, Cecilia dice "Dejé el hedonismo fuera, me volví transparente, aburrida, predecible. Una madre cualquiera, una madre genérica, como salida de un paquete industrial"?¿compartes esa sensación?

Cecilia en gran medida soy yo, hay un cruce entre ficción y no ficción, no tengo un hijo de esa edad, pero están muchos de mis conflictos personales. Siempre dije 'no voy a tener hijos, no me interesa, estoy en otra cosa', pero tuve un llamado biológico alarmante, un botón encendido diciéndome tienes que tener un hijo ¡ya!

Irracionalmente necesitaba tener un hijo, como uno necesita hacer pipí y pues tuve un hijo. Fue más un tema biológico que algo premeditado, esperado y añorado. Y a la vez ha sido enorme, un descubrimiento muy grande.

¿Has sentido esa postergación de la que habla Cecilia?

Tengo amigas de mi edad sin hijos, que están angustiadas y se hacen grandes preguntas existenciales. ¿Para dónde va todo esto? ¿Qué voy a hacer con mi vida? La maternidad clausura esas preguntas, porque ya todo está decidido. No estás en posición de irte al Tíbet ni a recorrer Sudamérica en mula. Las cosas que se van a hacer están bastante restringidas y uno puede encontrar una libertad ahí.

Cecilia es viuda de Rayo, que fue víctima de la guerrilla y madre de Pedro, presunto autor de un atentado con bomba, ¿está atrapada por la violencia?

En un país donde hay tantas víctimas de la guerra, por desgracia, lo que vas a encontrar es que los victimarios son los hombres y las víctimas son las mujeres. Es deprimente ponerlo en términos tan básicos, pero a la vez es cierto, porque la figura masculina está muy asociada con la batalla.

Estamos tristemente condicionados por esa película de guerra y ese juego de roles. Cecilia está buscando la redención de sus errores al desahogarse y siente que se portó como le correspondía en tanto que mujer: ser deseable, agradar, parecer muy femenina, complaciente, doméstica.

También Rayo está encorsetado en un rol masculino, casi que le dictaron el guión.

Antes de nacer Pedro, Cecilia tuvo un embarazo producto de un desliz con otro hombre y aborta, aunque no queda claro si esa era su voluntad...

Estoy muy a favor del aborto y creo que es una decisión que debemos tomar las mujeres libremente. Sin embargo, ella siente que lo correcto es no tener un hijo del amante, pero no se da el espacio de pensarlo.

Es dolorosa la historia de Cecilia, porque es muy probable que ella hubiera elegido el aborto, pero está clarísimo que Rayo lo está poniendo como condición para continuar su relación con ella. También hay un tema de la culpa con la sexualidad.

¿Por qué?

Porque finalmente el sexo solo nos embaraza a nosotras. Los hombres pueden perfectamente olvidarse al día siguiente, pero en las mujeres está el riesgo biológico de un intercambio sexual.

Por más liberales que seamos, es algo que sí tenemos en la cabeza, y más allá de la anécdota, acaba influyendo sobre la sexualidad. Le da un matiz distinto y eso es fundamental en esta historia.

Cuando ella intenta tener un respiro, encuentra en la sexualidad un momento de libertad y se entrega totalmente desprevenida, la consecuencia es un embarazo no deseado.

Eso se convierte en un fantasma tremendo, como la culpa y el resultado de una libre sexualidad y marca otra relación con la ella, por las consecuencias que un hombre nunca tendría que asumir.

También ella deseaba mucho a su amante, y menos a Rayo, ¿cómo funciona el deseo?

En mi caso, tendría que hablar de la madurez y cómo con los años todo se ha vuelto más sencillo, relajado y simple. Ya tengo 43 y espero que las veinteañeras estén más liberadas.

En mi juventud había una gran preocupación por gustar, agradar o ser deseable. Más que por desear, como si el problema fuese ese y no el otro. Muchas de las luchas feministas son también para liberarnos del karma de pensar que no somos seres que deseamos y no tenemos una sexualidad que podemos explotar libremente.

Nuestra voluntad importa tanto como la de un hombre.

Otro tema que planteas son las diferencias sociales. Pedro rechaza su origen acomodado. Escoge una universidad pública, su novia es de un barrio marginal, se sube a un bus por primera vez, ¿son las brechas de clase?

Hay una clase media creciente en Colombia, que es la esperanza del país, para que esa brecha se disminuya. Más gente se sube en el bus y va a la universidad pública, eso ya es una buena noticia. Pero hay mucho miedo al otro, a lo desconocido.

Sientes que en las clases medias altas la mayoría vive en burbujas. Nunca han tomado un bus porque ahí te roban, te drogan, te matan.

Esa paranoia lleva a que cualquier perico de los palotes ande en camionetas blindadas, con escoltas, con policías. Es un relato sobre la inseguridad que nosotros ayudamos a construir, con una gran desconfianza en el otro, y uno siente que es más fuerte que la realidad misma, que los hechos que la justifican.

¿Está instalado como una etiqueta que se ha puesto la sociedad?

Exacto, y es divertido. Los extranjeros dicen que no hay peores guías que los mismos colombianos, porque apenas llegan, les estamos diciendo todo lo horrible que les puede pasar. Te van a descuartizar, te van a violar, te van a matar, te van a robar.

Y muchos dicen 'llevo viajando un mes por Colombia y no me ha pasado nada, la gente es muy amable'. Pero nosotros no vamos a ninguna parte, está en nuestra identidad.

El padre de Cecilia está feliz de que su otra hija se haya casado con un Ospina dando el paso hacia el ascenso social, ¿cómo funciona el clasismo?

Colombia es racialmente muy diversa. No hay el estigma del indio, el cholo o el negro, porque hay mucha mezcla.

Pero hay diferencias y se notan especialmente en Bogotá, una capital fría que está en los Andes, aislada de un país mucho más tropical, que desconoce. Al ser tan clasista y excluyente, acá se dice 'habla como si fuera de Suba', que es una zona de la ciudad y uno sabe que se refieren a una persona de clase media baja.

Hay una manera de vestir, de hablar, que identifica, lo cual es muy excluyente y a la vez muy normalizado. Sobre eso trabajé en "La casa de la belleza".

En ese libro reflejas muy bien las diferencias de clases?

Un elemento importante es el efecto del narcotráfico, que generó un sacudón brutal, pues llega gente de muy abajo a hacer sus mansiones al lado de los ricos desde la Colonia, algo que no hemos podido terminar de digerir.

Y creo que tiene aspectos positivos, porque la movilización social en gran medida se dio desde ahí, es decir, no estamos predestinados para siempre a nacer y morir en el mismo barrio sin haber ido a la escuela, pues hay quienes llegan a tener dinero y mandan a sus hijos a la universidad.

Y¿cómo reciben las clases altas tradicionales a esta nueva clase poderosa?

Es una relación muy tensa y difícil, porque al mismo tiempo hay una clase media que es, como la familia Rayo, muy educada y a la vez muy elitista, pero otro tipo de elitismo.

¿Elitismo intelectual?

Que muchas veces es el de la izquierda, que se siente superior a esa derecha que le parece inculta, de mal gusto, bruta, sin la delicadeza ni la exquisitez, no hablan francés, escuchan vallenatos.

Todo eso es parte de las tensiones cotidianas. El papá de Cecilia es de origen humilde y llega a darle a sus hijas un lugar privilegiado, y ella no sabe dónde está su fidelidad, porque a la vez somos de lealtades absolutas.

Uno es leal a una clase, a una dinámica, a un grupo. Será la izquierda intelectual elitista, la derecha o lo que sea, pero viene también de familia, del colegio, de tus relaciones. Y salirse de ahí es supremamente complejo.

¿Cómo te ha marcado a ti la violencia de tu país?

Somos muy conscientes de que las víctimas son los que han sufrido las muertes propias y las familiares. Sin embargo, también hay violencias más sutiles, cotidianas, pequeñas. Tender ese puente entre la gran violencia y las violencias que normalizamos en el día a día, era algo que quería trabajar.

La violencia de dormitorio, de pareja, íntima, social, es una repercusión de la gran violencia, que es parte de una atmósfera que compartimos en el país. A veces se tiende a señalar y culpabilizar a las clases medias altas de la situación del resto.

Quería mostrar cómo es el sufrimiento desde ahí, porque Cecilia no es una guerrillera, ni una desplazada, ha vivido bien, pero también tiene que cargar con la culpa, justamente por eso. Creo que no hay escapatoria. Es esa percepción.

Cecilia también de alguna forma es violentada por su hijo, ¿por qué Pedro se vuelve distante y cruel con su madre?

Es la idealización de lo ausente, Pedro idealiza a un padre que puede ser todo lo perfecto que quiera imaginar, porque nunca lo conoció, ni lo conocerá. Es similar al fantasma de la izquierda en Colombia, porque este país nunca ha tenido un gobierno de izquierda, lo cual es increíble.

Por todos los grupos fuertes de derecha, la izquierda se asocia con la guerrilla, con la violencia y ha sido difícil generar un discurso que la desligue.

Lo que no está, lo que no conocemos del todo, es lo que necesitamos siempre: un país sin guerra, un país sin clases. Son las promesas, no solo de la izquierda, quizá también de la derecha.

Siempre es más duro lidiar con el día a día de la realidad, como le pasa a Cecilia, que acaba con todo el peso de la maternidad sola, en un país de madres solteras.

Cecilia en su reflexión dice: 'Las madres vivimos con ese delirio narcisista de imaginar que todo cuanto ocurre con nuestros hijos es nuestra responsabilidad'. ¿Cómo llega una madre a encajar que su hijo podría ser un asesino?

A mí me han sorprendido mucho las transformaciones y eso que tengo hijos pequeños. Un día uno se levanta y están caminando, de repente se ponen la ropa solos o se peinan frente al espejo, a veces me parece como una película de terror. Ocurre a una velocidad que nos supera, siempre van más rápido.

Uno se está adaptando y cuando siente que ya cogió a esta nueva persona que tiene al lado, son alguien diferente otra vez, como le ocurre a Cecilia con su hijo, que está en la etapa de metamorfosis más fuerte, la adolescencia. A veces siente que no lo conoce, no sabe bien quién es y después estalla esta noticia bomba.

Es también una pregunta sobre los límites de la maternidad y del individuo, porque uno inicialmente es dueña de esa criatura, lo lleva en su vientre, lo alimenta con su cuerpo. Y en ese dejar de ser casi una sola persona y pasar a ser a unos extraños hay un duelo, en este caso, uno mucho más fuerte, violento.

La historia tiene final abierto. Ahora Cecilia debe enfrentar el futuro de su hijo, ¿qué podemos esperar que le suceda?

El final ha sido difícil, hay gente a la que le encanta y otra a la que no le gusta.

No es un final concluyente sobre cuál fue la responsabilidad de Pedro. Me parecía lo más honesto, porque es como sucede todo acá. Al final nunca se sabe qué pasó, todo queda abierto y el caso no se resuelve. Y pasan 5, 10, 20 años y todo sigue igual, con un signo de interrogación, una noticia nueva se va superponiendo sobre la anterior. Y así.

Una torre de tragedias que nunca se acaba.

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