Cuando Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock, el administrador de fondos más grande del mundo, lanzó una advertencia a sus clientes, no pasó inadvertida.

Les dijo que solo haría negocios con empresas que beneficiaran a la sociedad de alguna manera. "Sin un sentido de propósito, ninguna compañía, ya sea pública o privada, puede alcanzar su máximo potencial".

Otros multimillonarios estadounidenses, como Warren Buffett, Bill Gates o Ray Dalio han hecho llamados para reducir la desigualdad, como si una voz de alerta estuviera murmurando en sus oídos que, para salvar el capitalismo, hay que arreglarlo.

"El sueño americano está vivo pero se está deshilachando. Los grandes empleadores están invirtiendo en sus trabajadores y en sus comunidades porque saben que esa es la única vía para ser exitoso en el largo plazo", dijo este año Jamie Dimon, presidente ejecutivo del banco JP Morgan Chase y jefe de la organización Business Roundatable, en la que participan los líderes de 181 de las mayores corporaciones de Estados Unidos, como Amazon, Apple o Walmart.

En medio de esta ola de declaraciones, el Foro Económico Mundial, más conocido como el Foro de Davos -que reúne a los más importantes líderes empresariales y políticos cada año en Suiza- publicó esta semana el "Manifiesto de Davos 2020".

Se trata de una declaración sobre los principios éticos que deberían seguir las compañías.


Los tres principios del "Manifiesto de Davos 2020"

  • El propósito de las empresas es colaborar con todos los grupos de interés implicados en su funcionamiento (stakeholders, en inglés). Las empresas no funcionan únicamente para sus accionistas, sino para todas las partes involucradas: empleados, clientes, proveedores, comunidades locales y la sociedad en general.
  • Una empresa es más que una unidad económica generadora de riqueza. Atiende a las aspiraciones humanas y sociales en el marco del sistema social en su conjunto. Y los salarios del personal ejecutivo deben reflejar la responsabilidad ante todas las partes involucradas.
  • Una empresa multinacional es en sí misma un grupo de interés -tal como los gobiernos y la sociedad civil- al servicio del futuro global.

Pagar impuestos "justos"

"Las empresas deberían pagar un porcentaje justo de impuestos, mostrar tolerancia cero frente a la corrupción, respetar los derechos humanos en sus cadenas globales de suministro y defender la competencia en igualdad de condiciones", escribió Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del foro.

Además, señala que es necesario "ajustar la remuneración en los niveles ejecutivos".

"Desde la década de 1970, el salario de los ejecutivos se ha disparado", apunta, agregando que el salario debería estar alineado con la creación de valor compartido a largo plazo.

Schwab también argumenta que, como las empresas han alcanzado un gran tamaño, se han convertido en un jugador relevante en la definición de un futuro común para la humanidad

"La empresa debe aprovechar sus competencias básicas, su espíritu empresarial y sus habilidades, pero también debe trabajar con otras partes interesadas para mejorar el estado del mundo. Ese debería ser su fin último", dice el fundador de Davos.

Esta especie de "misión social" de las empresas que propone Schwab no es nueva. Hace décadas que se habla del capitalismo de las partes interesadas o stakeholder capitalism. Incluso el mismo Schwab planteó ideas similares a comienzos de las década de los 70.

Sin embargo, este enfoque no encontró resonancia, puesto que el "capitalismo de accionistas" -cuyo objetivo es maximizar los intereses de los inversores- se impuso como el mantra dominante, liderado por el premio Nobel de Economía Milton Friedman.

¿Por qué ahora tiene eco?

Según Schwab, el capitalismo de los grupos de interés "se está imponiendo a un ritmo acelerado".

Una de las razones que explicarían este fenómeno es el "efecto Greta Thunberg". "La joven activista sueca nos recordó que el sistema económico actual constituye una traición a las generaciones futuras por el daño ambiental que provoca", dice Schwab.

Por otro lado, "los millennials y la generación Z, ya no quieren trabajar para, invertir en, o comprar en empresas que no se rijan por unos valores más amplios", apunta.

Y por último, agrega, "cada vez son más los ejecutivos y los inversores que empiezan a comprender que su éxito a largo plazo depende también del éxito de sus clientes, empleados y proveedores".

De una u otra manera, se podría concluir que "es un mal negocio" para las empresas continuar con sus prácticas tradicionales.

No en vano, algunos de los multimillonarios que manejan los grandes flujos de dinero del mundo están dispuestos a hacer ciertos cambios para evitar una avalancha de descontento social.

"Es una premisa falsa"

La propuesta tiene sus críticos desde el lado de quienes defienden un capitalismo sin restricciones.

"La amplia historia del período del capitalismo de los accionistas muestra que la actividad competitiva del mercado eleva el nivel de vida en todo el mundo", le dice a BBC Mundo Ryan Bourne, investigador del centro de estudios CATO Institute, con sede en Washington.

"La supuesta necesidad de capitalismo de los grupos de interés se basa en una premisa falsa: que centrarse en el valor de los accionistas necesariamente entra en conflicto con otros objetivos sociales", agrega.

Al enfocarse en las ganancias, argumenta, las empresas tienen la obligación de ser eficientes, de desarrollar nuevos productos o de conseguir los mejores trabajadores.

Pero si reemplazan ese enfoque, terminarán haciendo menos actividades innovadoras, que son las que realmente enriquecen a la sociedad.

Bourne sostiene que las empresas que operan en mercados competitivos, ya están participando en la gestión de los intereses de otros grupos, "siempre que existan reglas razonables para enfrentar externalidades y resolver fallas del mercado".

Por ejemplo, las compañías actualmente "deben asegurarse de que su personal esté contento y bien remunerado para que quiera seguir trabajando en la empresa".

De igual manera, tienen que tener buenas relaciones con sus proveedores, además de invertir e innovar para no perder una cuota de mercado.

¿Un truco publicitario?

También hay quienes tienen dudas sobre la sinceridad de quienes promueven la tesis de un capitalismo con orientación social.

El Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, se refirió al tema del capitalismo de los grupos de interés (o de las partes interesadas) cuando la organización Business Roundtable declaró que una empresa no se reduce a sus resultados financieros.

"Es un alivio que dirigentes corporativos, presuntamente dotados de una comprensión profunda del funcionamiento de la economía, finalmente hayan visto la luz y se hayan puesto al día con la economía moderna, aunque les haya llevado unos 40 años", escribió en agosto de este año.

"Por supuesto que la nueva postura de los directores ejecutivos más poderosos de Estados Unidos es bienvenida. Pero habrá que esperar hasta saber si es otro truco publicitario o si realmente creen en lo que dicen".

Mientras tanto, argumenta Stiglitz, se requieren leyes, "para que las corporaciones no tengan sólo la opción, sino también la obligación real, de pensar en los efectos de su conducta sobre otras partes interesadas".

Normas que protejan el medioambiente, la salud de las personas y la seguridad de los trabajadores, apunta.

Pero además, el economista deja en claro su desconfianza frente a algunas de las empresas firmantes de la declaración de la Business Roundtable, debido a, por ejemplo, sus altos niveles de elusión impositiva.

Pero más allá de las grandes compañías que manejan los hilos del capital, han surgido en el mundo pequeñas y medianas empresas que explícitamente gritan a los cuatro vientos que su propósito es generar ganancias sin dañar el medio ambiente y bajo condiciones laborales que beneficien a sus empleados y proveedores.

Están las llamadas "empresas B" (nombre que viene del inglés Benefit Corporations o B-Corps), que combinan la rentabilidad económica con la solución de problemas sociales y ambientales.

Y como los consumidores se han vuelto cada vez más exigentes, la información circula a toda velocidad y las prácticas empresariales reñidas con la ética son expuestas con mayor frecuencia, algunas firmas están evaluando la eficacia de sus tradicionales paradigmas.

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