Sus patadas son altas y sus puñetazos, directos, pero los niños ucranianos aquí los dan en un ambiente de paz: una clase de kárate para los recién llegados al este de Polonia.

Los 14 estudiantes aprenden movimientos básicos de un profesor polaco, que se asegura de que disfruten de la práctica. El trauma que han sufrido las últimas dos semanas es reemplazado por diversión al menos por una hora.

Algunos de ellos tienen familia en Ucrania luchando de verdad. Dairy Gulyk, de 14 años, no sabe nada de su padre desde hace tres días y está preocupado. Las emociones le dificultan la adaptación.

"Polonia es genial", dice, "pero queremos ir a casa, porque el hogar es el hogar".

Su primo, Sasha Minaiev, tres años más mayor, aprecia la distracción temporal.

"En el momento de la clase de kárate, nos olvidamos de la guerra", cuenta, "pero cuando acaba, volvemos a acordarnos y entendemos que debemos hacer todo lo que podamos para ayudar a la gente en Ucrania".

La clase se lleva a cabo en el pueblo de Zamosc, en el este de Polonia, que tiene 60.000 habitantes. El casco histórico es bonito, además de ser Patrimonio Mundial de la UNESCO. Las iglesias renacentistas con fachadas de colores contrastan totalmente con el horror que se desarrolla al otro lado de la frontera.

Este lugar, como muchos en Polonia, se transformó en las pasadas dos semanas en un centro de refugiados. Algunos días, llegaron hasta 35.000 personas, la mayoría de paso hacia el oeste, pero otros sí se establecieron allí.

Alrededor de 1.000 camas han sido proporcionadas a colegios, residencias privadas y hasta al centro deportivo donde se lleva a cabo la clase de kárate.

"Nos han dejado solos"

El alcalde, Andrzej Wnuk, dice que es un esfuerzo enorme para el pueblo de Zamosc y advierte que la bienvenida tiene su límite.

"La sociedad polaca esta infinitamente preparada para dar, pero acabará un día", comenta. "Pensamos que habría una primera ola de refugiados y que luego el gobierno y la UE nos ayudarían significantemente, pero parece que nos han dejado solos. Necesitamos ayuda financiera o la calidad de nuestra hospitalidad descenderá drásticamente".

El impulso en Zamosc para ofrecer ayuda a refugiados responde en parte a la historia de este enclave, donde se conoce bien el coste de la opresión. Casi la mitad de la población era judía antes de la guerra, unas 12.000 personas.

Durante la ocupación, primero soviética y luego de los nazis, la mayoría fue mandada a guetos y luego a campos de concentración. A las afueras, un monumento recuerda la tragedia, hecho de lápidas en el viejo cementerio judío.

Los residentes están orgullosos de su pasado de hospitalidad, extendida a los nuevos llegados. El restaurante en el hotel Renesans ahora cocina solo para refugiados. En la cocina, ollas de sopa de remolacha y compota de frutas vuelan, mientras el personal prepara cajas de costillas y pasta.

El dueño, Damian Poterucha, explica que, como padre, fue una decisión natural transformar el negocio cuando vio a niños huir de la guerra.

"No puedo creer que el pueblo polaco haya respondido así", destaca. "Es bonito verlo".

Pero advierte que se le está acabando el dinero y que solo puede repartir comida durante dos semanas más. "Después de eso, pensaré lo que hacer", añade.

"Ayuda del mundo"

La comida es entregada al albergue principal, donde trabajan unos 300 voluntarios. Todo esto mientras siguen llegando buses con gente y otros se van, transportando a ciudadanos a otras ciudades más grandes en el oeste, donde muchos refugiados tienen familia o amigos.

"Necesitamos la ayuda del mundo", dice Barbara Godziszewska, una funcionario del ayuntamiento que ahora ayuda a servir comida caliente.

"Todos nos miran y dicen 'bravo', pero no es suficiente: necesitamos que nos digan qué hacer con los refugiados. Si los números se mantienen, lo siento, pero puede que acaben durmiendo en la calle porque todos los hoteles están llenos".

En dos semanas, Polonia ha pasado de rechazar a inmigrantes del Medio Oriente a abrir sus brazos a la población ucraniana.

Hay incomodidad entre algunos polacos, que vieron a su gobierno rechazar la entrada de hombres sirios mayoritariamente musulmanes, pero dar la bienvenida a mujeres y niños, mayoritariamente blancos cristianos de Ucrania.

Pero la política de inmigración polaca será el foco de los historiadores en años venideros. Por ahora, el enfoque está en la afluencia actual.

Y a medida que la lucha empeora en Ucrania, y comienza a extenderse hacia el oeste, pueblos como Zamosc se preguntan cuánto tiempo podrán aguantar.

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