En Letonia este lugar es conocido como la "Casa de la Esquina". Durante gran parte del siglo XX albergó la sede de la KGB y se convirtió en el edificio más temido del país.

Ahora, cuando se cumplen 25 años desde que Letonia declaró su independencia de la Unión Soviética, la presión crece para que se publiquen los nombres de los agentes de la KGB que espiaron a los letones.

Un anciano encorvado abre lentamente la pesada puerta de metal tras la que hace medio siglo estuvo encarcelado.
"Había un silencio mortal", recuerda con una triste sonrisa. "Y si te sacaban al pasillo y venía otro preso, tenías que darte la vuelta contra la pared, mirando al suelo, para que no supieras quién más estaba aquí".

El poeta Knuts Skujenieks fue encarcelado seis meses en la "Casa de la Esquina" en 1962.

Con una distinguida barba blanca y ataviado con una boina, Knuts Skujenieks, de 78 años, es exactamente como uno se imaginaría a un poeta disidente de la antigua Unión Soviética.

En 1962 pasó seis meses aquí, antes de ser enviado a un campo de trabajo soviético cerca de los montes Urales en Rusia durante más de seis años.

Su crimen fue escribir poesía.

Sus libros de poesía pueden encontrarse todavía entre los documentos de los archivos secretos de la sede central de la KGB.

Considera que su encarcelamiento fue una advertencia a otros escritores letones para que no se manifestaran a favor de la independencia de Moscú.

Desde el exterior, la "Casa de la Esquina" es un ornamentado edificio de estilo Art Deco, construido originalmente como un bloque de apartamentos chic para la adinerada élite burguesa de Riga.

Pero su destino fue otro muy distino.

Los informantes

Después de la ocupación soviética de Letonia durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en la sede de la KGB.

En la década de 1940, los prisioneros fueron torturados e incluso asesinados en este lugar.

En una pared del patio todavía se pueden ver los ganchos donde los reclusos fueron colgados con cadenas.

Muchos presos fueron torturaros en la sede letona de la KGB en los años cuarenta.

En la calle, cerca de la entrada, solía haber un pequeño buzón donde los letones podían remitir solicitudes de información sobre las personas detenidas o, todavía más escalofriante, deslizar notas para informar a los servicios secretos de las actividades sospechosas anti-soviéticas de sus vecinos, compañeros de trabajo o incluso amigos.

Este inquietante aspecto de la historia de Letonia es actualmente más polémico que nunca.

Entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el colapso de la Unión Soviética en 1991 alrededor de 30.000 personas entre agentes e informantes trabajaban en Letonia para la KGB, muchos de ellos letones.

Muchos presos fueron torturaros en la sede letona de la KGB en los años cuarenta.

Los detalles sobre el historial de las víctimas pueden encontrarse en cientos de miles de documentos de la KGB guardados en una cavernosa antigua fábrica de radios a las afueras de la ciudad.

Allí se encuentran la lista de los "delitos" de Skujenieks, 16 volúmenes escritos a mano con fotografías y maltratados libros de texto escolares de hace 50 años, que contienen poemas letones escritos a lápiz, prácticamente imperceptible.

Lo que no reflejan esos archivos es quién hizo la labor de espionaje.

Los nombres de los agentes de la KGB están codificados. Sus identidades reales están en 4.300 tarjetas, archivadas en sacos y custodiadas por las autoridades letonas.

Cada vez que el parlamento ha intentado abrir esos archivos, la medida ha sido bloqueada por ciertos políticos que quieren esconder su propio pasado colaboracionista con la KGB, indica el historiador Karlis Kangeris.

Los nombres de los espías de la KGB se mantienen en un lugar diferente de los documentos de sus víctimas.

"Antiguos agentes de la KGB deben admitir su pasado. La sociedad no puede perdonar si no sabemos lo que se supone que tenemos que perdonar", asegura.

Sin embargo, en la localidad costera de Jurmala, me encontré con el hombre al que algunos consideran responsable de parte de la represión: el último jefe de la KGB en Letonia, Edmunds Johansons.

Un hombre afable, conversador, que está convaleciente en un antiguo sanatorio soviético -un edificio moderno de la década de 1960 escondido en un bosque profundo, que evoca la guarida de algún malvado de una película de James Bond-.

El futuro

Johanson no quiere darme ningún nombre, pero confirma que algunas figuras de la política y la sociedad letona solían trabajar para la KGB.
La apertura de los archivos, en su opinión, sería destruir a la sociedad letona.

El último jefe de la KGB en Letonia advierte que "mirar hacia atrás" puede ser peligroso para el país.

"Antagonizaríamos a las personas. Debemos aspirar al consenso y a la armonía en la sociedad. Tenemos que construir un futuro para una Letonia independiente y no hacer lo contrario y mirar hacia atrás. Es una cuestión muy peligrosa", asegura.

Los papeles de Moscú

De vuelta en la prisión, me sorprende cuando Skujenieks me dice que está de acuerdo.

Datos clave correspondientes a ese periodo se devolvieron a Moscú cuando los rusos se fueron, explica, por lo que los documentos dejados en Riga son incompletos y engañosos.

Skujenieks considera que gran parte de la información no es confiable de todos modos, asegura citando fechas y hechos sobre sí mismo que están en sus archivos que sabe que son mentira.

"Si Moscú nos diera todos los archivos tendría sentido abrirlos. Pero dada la actual situación política, está 100% claro, que eso no va a suceder", agrega.

Skujenieks sospecha que el Kremlin se está apoyando en que tiene los archivos para amenazar a los letones y potencialmente desestabilizar a la sociedad.

Dos décadas y media después de declarar la independencia, Letonia todavía está bajo amenaza. Esta vez no de la KGB, sino de los archivos que dejaron atrás.

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