En una zona boscosa a las afueras de Moscú, varias decenas de estudiantes corren haciendo ejercicios de combate, se disparan pelotas de gomas con rifles de aire comprimido.

Este paseo de fin de semana para jugar paintball fue organizado por un partido de oposición. Parece inofensivo, pero en Rusia las cosas no siempre son lo que parecen.

"Ofrecemos una amplia variedad de cursos militares", me dice Stepan Zotov, organizador de la actividad y miembros del partido que la promueve.

"Combate con cuchillo, lanzamiento de cuchillo. Tiro con munición real, para lo que vamos a los polígonos de tiro o a campamentos militares", agrega.

El partido de Zotov, Rodina, que quiere decir Madre Patria, es parte de lo que se considera como "la oposición leal", lo que quiere decir que apoyan al Kremlin.

Sus militantes participan en un programa de formación apoyado por el gobierno de "educación patriótica militar".

Vine a ver a Zotov porque, mirando la televisión rusa durante las últimas semanas, se puede pensar que el país se encamina hacia una confrontación militar con Occidente.

A inicios de este mes, un programa de televisión controlado por el gobierno recomendó a los televidentes que busquen el refugio nuclear más próximo antes de que sea demasiado tarde.

Recientemente se realizaron ejercicios en todo el país para prepararse ante semejante eventualidad. Zotov se lo está tomando en serio.

"Nos estamos preparando para una confrontación con Occidente. Pero esta confrontación ocurre principalmente a nivel cultural, informativo y de valores. La civilización rusa es una cultura de héroes y guerreros".

Zotov recuerda el colapso de la Unión Soviética no como un triunfo de la libertad, sino como una tragedia.

"Nuestro gran país se disolvió sin una guerra, sin un conflicto abierto, porque empezamos a amar a gente diferente y a una cultura diferente a la nuestra".

Stepan Zotov me cuenta que ha combatido como voluntario junto a las fuerzas separatistas en el este de Ucrania.

"Mis camaradas y yo, así como desafortunadamente algunos de mis cadetes, hemos participado. Ese es un conflicto entre Rusia y Occidente".

Ninguno de los estudiantes con los que hablo parece interesado en ir como voluntario a luchar en Ucrania. Tienen en torno a unos 20 años de edad, por lo que todos nacieron en el periodo postsoviético. Y no parecen estar convencidos por el discurso de la televisión sobre un conflicto inminente.

"No deberías ver la televisión en Rusia", dice una chica joven.

"Los medios están confundiendo todo. Esta es una guerra de información. No deberías prestarle atención. Están causando ansiedad en la gente sin justificación".

Les pregunto qué significa para ellos el concepto de Occidente.

"Capitalismo", dice uno.

"Oportunidad", dice otro. "También la cultura es interesante. Es una cultura distinta. Quizás algún día haya cooperación porque todos vivimos en el mismo planeta y la guerra no tiene sentido".

Casi inmediatamente después de llegar al poder, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, comenzó a tomar el control de las estaciones de televisión del país. Ese proceso ya está completo. Lo que ves en la televisión ahora ha sido aprobado o es favorable al Kremlin.

Los programas de noticias ofrecen una programación de historias sobre la guerra, las crisis en el extranjero y los dobles estándares internacionales. El gobierno de Ucrania ha sido acusado de crucificar a bebés y la BBC de hacer un montaje de un ataque con armas químicas en Siria.

La verdad ha quedado subordinada a la conveniencia política. Para sostener este difícil acto de equilibrismo se ha construido todo un marco filosófico.

Uno de sus principales arquitectos es Alexander Dugin, un pensador e ideólogo que se encuentra bajo sanciones de Estados Unidos por su presunta participación en la anexión de Crimea y en la guerra en el este de Ucrania.

"La verdad es una cuestión de creencias", me dijo cuando lo visite en su propia estación de televisión dedicada a temas religiosos cerca del Kremlin.

"La posmodernidad muestra que la llamada verdad es un asunto de creencias. Así que tenemos nuestra especial verdad rusa que tienes que aceptar".

La filosofía de Dugin es conocida como euroasianismo. Sostiene que la Rusia ortodoxa no es Occidente ni Oriente, sino una civilización única y aparte que está comprometida en una batalla por su lugar correcto entre las potencias del mundo. Su trabajo se ha vuelto cada vez más influyente entre la élite política y militar rusa.

"Si Estados Unidos no quiere empezar una guerra, deberías reconocer que ese país ya no es más un poder único. Y con la situación en Siria y Ucrania, Rusia dice 'no, tú ya no eres mi jefe'. Esa es la cuestión de quién gobierna el mundo. Solo la guerra podría realmente decidirlo".

El belicoso y contradictorio pensamiento de Dugin no está dirigido únicamente a Occidente. También hay un mensaje para el consumo interno. Es este: no existe nada semejante a valores liberales universales, no hay ninguna contradicción inherente en una democracia que no admite el disenso.

A la sombra de los muros de Kremlin, un menguante grupo de activistas rusos mantiene viva la memoria de Boris Nemtsov colocando flores en el lugar donde este político opositor fue asesinado a tiros el año pasado. Es un trabajo frío y solitario.

"Yo sigo creyendo que la verdad existe", dijo Mikhail Shneider, un exdisidente soviético y camarada de Nemtsov.

"Es un hecho que ellos mataron a Boris Nemtsov justo aquí, a 10 metros de donde estamos parados. Es un hecho que Putin está en el Kremlin. Es un hecho que la televisión de Putin miente".

La mayor parte de los rusos no cree realmente que la guerra nuclear con Occidente esté próxima. Quizá sus líderes tampoco lo creen. Probablemente ellos tampoco creen en el posmoderno estado orwelliano.

Pero, mientras más se repite una mentira, más se corre el riesgo de que esta se transforme en alguna suerte de realidad.

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