"Padre, gracias por visitarnos en este lugar donde radican sueños y esperanzas. Este lugar es muy ingrato. No cualquier persona llega acá. Se sufre y aún más fuerte es el dolor, pero no por estar encerrados, sino que por estar lejos de nuestros hijos. Nosotras lo sabemos bien".

Con estas palabras, y con la mirada expectante de cientas de reclusas y personal uniformado, Jeannette Zurita, madre condenada a 15 años de cárcel por tráfico de drogas, comenzó su discurso ante la presencia de un atento Papa Francisco en el Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín.

"Lamentablemente muchos de nuestros hijos quedan solos. Los más afortunados quedan al cuidado de su abuela, otros quedan a su suerte y muchos pasan al Sename. Todos sabemos lo que pasa dentro de estos centros de menores", prosiguió la mujer de 35 años y madre de un niño de diez.

"Entendemos que por nuestras malas decisiones arrastramos a nuestros hijos a vivir presos. Presos de sus sueños truncados, porque se vuelven hijos del hierro para salir adelante solos, y con ello los obligamos a cometer los mismos errores que sus padres", continuó Zurita, haciendo referencia a su propia historia: cuando apenas tenía un año, su padre cayó preso por robo y no volvió a quedar en libertad hasta 18 años después. 

"Acá en la cárcel he sido testigo de grandes dolores", siguió la mujer de ojos claros y cabello castaño. "He visto llorar a muchas compañeras al enterarse de que han abusado de sus hijos o de que han asesinado a algunos de sus familiares. Y ese dolor, Santo Padre, es totalmente desgarrador".

La referencia era evidente: tiempo después de quedar en libertad, el 29 de noviembre de 2005, el padre de Jeannette fue asesinado de un disparo en la cabeza. Al año siguiente, cuando cumplió los 22, Zurita comenzó a traficar pasta base en grandes cantidades, actividad por la cual llegó a obtener hasta 50 millones de pesos en ganancia. Era la única forma que veía para poder ayudar a su madre y a sus tres hermanos.

"Vivimos con la esperanza en nuestros corazones de que esto es sólo una etapa, y que pronto terminará. Le pido en nombre de todas las privadas de libertad que ore por nuestros hijos y por nosotras, que le pida a Dios que tenga misericordia por todos los niños y niñas que tienen a sus padres presos, porque ellos están pagando una condena que sin querer les dimos. Misericordia para las madres, para soportar tanto dolor", continuó la mujer en medio de aplausos y vítores de sus compañeras.

"Padre, una petición muy sentida en representación de todas las privadas de libertad de Chile: interceda para que la Justicia modifique las condenas de las mujeres que somos madres de menores de edad, y para que podamos pagar nuestra deuda con la sociedad sin descuidar ni abandonar a los niños y niñas, evitando así que más tarde sean ellos los futuros condenados", concluyó Zurita, en medio de una ovación generalizada y el abrazo afectuoso de un Papa que se levantó de su sitial para mostrarle su afecto.

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"No se dejen cosificar"

"¿Saben lo que hago yo a veces en los sermones? Le digo a la gente 'a ver, todos somos pecadores, todos tenemos pecados. ¿Hay alguno acá que no tenga pecado?'. Nadie nunca levanta la mano", comenzó a responder el Papa Francisco, sacando risas y aplausos.

"Cuando ingresaba [a la cárcel] me esperaban las madres con sus hijos. Muchas de ustedes son madres y saben qué significa gestar la vida. Ustedes las mujeres tienen una capacidad increíble de adaptarse a las situaciones y salir adelante, y quiero apelar a esa capacidad de gestar futuro, a la que les permite luchar contra los tantos determinismos cosificadores que terminan matando la esperanza", continuó el Pontífice.

"Ninguno de nosotros es cosa. Somos personas, y como personas, tenemos esa dimensión de esperanza. No nos dejemos cosificar. No soy un número. No soy el detenido 'número tal'. ¡Soy fulano de tal, que gesta esperanza porque quiere parir esperanza!", exclamó el religioso.

"Estar privadas de libertad no es sinónimo de perder sueños y esperanza. Es duro, doloroso, pero no quiere decir dejar de soñar. Ser privado de libertad no es lo mismo que estar privado de dignidad. La dignidad no se le toca a nadie: se cuida, se custodia, se acaricia. Nadie puede ser privado de la dignidad", concluyó el Papa Francisco.

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"Lamentablemente en Chile se encarcela la pobreza"

La primera en tomar la palabra en el estrado fue la capellana del recinto penitenciario, Nelly León, que además de agradecerle al Papa Francisco su presencia en el penal —en su primera visita a una cárcel durante su pontificado—, envió un certero mensaje que alude a la sociedad y los poderes del Estado.

"Querido Papa Francisco, en este gimnasio somos un poco más de 400 mujeres, pero hoy estas mujeres representan aquí junto a usted los casi 50 mil hombres y mujeres pobres y vulnerables privados de libertad. Digo pobres, su Santo Padre, porque lamentablemente en Chile se encarcela la pobreza", expresó la partícipe del clero.

De todas formas, León también dejó de manifiesto la forma de trabajo que ha realizado la Iglesia en el Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín: "Desde esta cárcel testimoniamos la certeza que la vida triunfa sobre la muerte, el bien sobre el mal, la rectitud del corazón a la aridez del egoísmo".

"Dios está de nuestra parte, de los pobres y marginados de nuestra tierra, y su presencia nos viene a confirmar el camino que hacemos desde la cárcel a la libertad, desde el dolor hacia la alegría", cerró la capellana. Palabras emotivas que antecedieron un aplauso cerrado y de pie, también entre lágrimas, de las 400 reclusas del penal.

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