Por momentos, el ambiente en la Sala Este de la Casa Blanca parecía más una fiesta que una conferencia de prensa.

El anfitrión, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el invitado de honor, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se miraban con mutua adulación.

Los invitados, que formaban parte del los séquitos de los dos líderes, aplaudían y gritaban.

Los aplausos más fuertes fueron para el momento en el que se recordó lo que Trump "ha hecho por Israel".

El primer ministro Netanyahu dijo que el día sería tan recordado como el de la independencia de Israel en 1948.

Y eso que aquel fue, dijo Netanyahu, uno de los momentos más importantes de su vida.

Trump dijo que encontró una nueva forma de hacer las paces entre Israel y los palestinos. Con su plan, Israel obtendrá la seguridad que necesita. Los palestinos obtendrán el estado que anhelan.

Sin embargo, el plan de Trump le da a Netanyahu todo lo que él quiere, y ofrece a los palestinos muy poco: una especie de Estado condenado a truncarse, sin la soberanía adecuada, rodeado por territorio israelí y ubicado entre asentamientos judíos.

Cuando la paz se veía posible

Puede que Trump crea verdaderamente y sin lugar a dudas que está ofreciendo el "acuerdo del siglo".

Definitivamente es un gran acuerdo para Netanyahu y su gobierno. Su postura ante los palestinos es, más que nunca, la misma que la de Estados Unidos.

Durante todos los años de mediación en las conversaciones de paz entre Israel y los palestinos, la prioridad para EE.UU. siempre han sido los deseos y restricciones de Israel y, sobre todo, su seguridad.

Pero los sucesivos presidentes estadounidenses aceptaron que la paz requería un Estado palestino viable junto a Israel, incluso si no estaban preparados para permitirle una soberanía igualitaria.

Israel argumenta que los palestinos rechazaron una serie de ofertas buenas. Pero los negociadores palestinos dicen que han hecho concesiones enormes, una de las cuales ha sido aceptar la existencia de Israel en alrededor del 78% de su patria histórica.

Hace casi 30 años, parecía posible alcanzar una paz negociada.

Una serie de conversaciones secretas llevadas a cabo en Noruega se transformaron en los Acuerdos de Oslo, simbolizado para siempre en una ceremonia en el jardín de la Casa Blanca en 1993, presidida por un radiante presidente Bill Clinton.

Isaac Rabin, el principal líder israelí en tiempos de guerra, y Yasser Arafat, la encarnación humana de las esperanzas palestinas de libertad, firmaron documentos que prometían negociar el futuro, no enfrentarse por él.

Los dos acérrimos enemigos incluso se dieron la mano.

Rabin, Arafat y el ministro de Relaciones Exteriores de Israel, Shimon Peres, fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz.

Oslo fue un momento histórico. Los palestinos reconocieron el Estado de Israel. Los israelíes aceptaron que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) representaba al pueblo palestino.

Pronto comenzaron a aparecer grietas en el "edificio" de Oslo. Netanyahu lo llamó amenaza mortal para Israel.

Los israelíes aceleraron su proyecto de establecer asentamientos judíos en los territorios ocupados por los palestinos.

Algunos palestinos, como el académico Edward Daid, calificó a Oslo de rendición.

Los militantes palestinos de Hamas, el Movimiento de Resistencia Islámico, envió atacantes suicidas para matar judíos y destruyó las posibilidades de éxito del acuerdo.

El ambiente en Israel se tornó espantoso. Rabin fue demonizado por algunos de sus colegas judíos que lo consideraron casi un nazi y lo caracterizaron en manifestaciones como un oficial de las SS.

Meses de incitación culminaron con su asesinato, perpetrado por un extremista judío el 4 de noviembre de 1995.

Documento de rendición

El asesino de Rabin quería destruir el proceso de paz y creía que la mejor manera de hacerlo era eliminar al israelí que estaba mejor equipado para hacerlo realidad.

Tenía razón.

Incluso si Rabin hubiese vivido, Oslo podría haber fracasado.

Podría haber sido derrotado por pequeños detalles y por grandes problemas como el futuro de Jerusalén, por líderes de ambos lados que preferían el conflicto a llegar a un acuerdo, y por la realidad violenta de una ocupación israelí continua y la oposición palestina a ello.

El momento del anuncio de la iniciativa de Trump encaja con las necesidades políticas y legales tanto de Trump como de Netanyahu. Ambos hombres enfrentan elecciones.

Además de eso, Trump se distrae del impeachment o juicio político en el Senado de EE.UU. por delitos graves y delitos menores.

Netanyahu enfrenta cargos criminales de corrupción, soborno y abuso de confianza.

Trump no desperdicia ninguna oportunidad para jactarse de la fortaleza de EE.UU.

El presidente estadounidense cree que la fuerza militar y económica de su país le permite imponer su voluntad. Quiere aplastar viejas ortodoxias, como las que están detrás de muchos intentos fallidos de alcanzar la paz.

El documento de Trump también descarta hechos inconvenientes, como la resolución 242 de la ONU que enfatiza la inadmisibilidad de la adquisición de territorio mediante la guerra, o las leyes internacionales que dicen que los ocupantes no pueden asentar a su gente en tierras ocupadas.

El presidente palestino, Mahmud Abbas, rechazó el documento casi de inmediato. Los derechos y esperanzas palestinas, dijo, no estaban a la venta.

Esencialmente, se les ha dicho a los palestinos que lo tomen o lo dejen. Se les entrega un documento de rendición, se les dice que acepten que Israel ha ganado, y que con sus amigos estadounidenses darán forma al futuro.

Si los palestinos se niegan, el mensaje continúa, Israel seguirá obteniendo lo que quiere y ellos estará aún peor.

Existe la posibilidad de que los palestinos se vean afectados por más la ira, la desesperación y la desesperanza.

En una parte caliente del mundo, eso es peligroso. El plan de Trump es un riesgo.


Recuerda que puedes recibir notificaciones de BBC News Mundo. Descarga la última versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.

Publicidad