Durante casi 20 minutos, una mujer —de espaldas al público— mira hacia un horizonte algo árido antes de encontrar el océano. Una imagen apacible hasta que el cielo se torna rojo tormentoso, y la postal termina convirtiéndose en una figura algo representativa del fin del mundo. Jugando a la paciencia y al impacto, Roger Waters comienza un show anclado y reflejado en el contexto sociopolítico actual, fundamento central de su último disco “Is this the life we really want?” (2017).

"Us + Them", su más reciente gira que lo llevó a recorrer el mundo, se estacionó en la primaveral noche santiaguina con 52 mil fanáticos desbordando las ubicaciones del Estadio Nacional —recinto que lo vio alzarse como ídolo en otras cuatro oportunidades—.

Sobre el escenario, una pantalla descomunal sucede imágenes del universo y otras proyecciones de tintes psicodélicos como apoyo de un sonido perfecto, excepcionalmente calibrado. Los dos pilares de un espectáculo insuperable que el ex músico de Pink Floyd ha convertido en un sello de excelencia.

Abre "Speak to me/ Breathe" y le siguen otras joyas como "One of these days", "Time" y "The great gig in the sky" para finalizar esa primera arremetida pinkfloydiana con "Welcome to the machine", en una canción que se cocina a fuego lento y que termina uniendo los coros combativos pregrabados con las voces de un público al que le costó reponerse de tal sacudón.

Porque tamaña puesta en escena, con una banda impecable, también se asemeja a una ida al museo o una noche estrellada: cierta expresión contemplativa de un encuentro inolvidable.

Waters incluye tres canciones de su mencionado último trabajo discográfico, todas correctas aunque sobreinfluenciadas por el catálogo de la banda que lo llevó a la cima. Sin embargo, cada una de ellas apoya ese discurso anti-sistema levantado por el británico, con proclamas visuales contra el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y una sátira de sus conceptos de dinero y poder.

De vuelta a Pink Floyd, el bajista toma aire y entona con fuerza "Wish you were here" en uno de los pocos momentos en los que su voz pareció no esconderse entre las capas sonoras de sus músicos. Y para cerrar el primer bloque, que duró casi una hora exacta, un grupo de niños toman un rol protagónico para gritar y bailar de manera coreográfica las partes 2 y 3 de "Another brick in the wall" que se sintió como un desahogo colectivo.

Tras 20 minutos de intermedio, promediando las 10:40 horas, el show de Roger Waters continuó aumentando en intensidad y espectacularidad. Al son de "Dogs", desde lo más bajo de la pantalla comienzan a surgir los cimientos de la central eléctrica Battersea Power Station de Londres (que adornó la portada de "Animals" de 1977) con sus cuatro chimeneas humeantes y el cerdo característico sobresaliendo como las torres de un castillo arrasado.

Le sigue "Pigs (Three different ones)", y Roger Waters y compañía se acompañan de máscaras porcinas, homenajeando la obra de George Orwell en la que se basó aquel álbum, y terminan atizando nuevamente a Trump catalogándolo de "CERDO", mientras ese animal sobrevuela el cielo del Estadio Nacional con la consigna "SEAN HUMANOS". Suena "Money", y el empresario convertido en presidente continúa como protagonista al tiempo en que aparecen otros líderes mundiales proyectados a lo largo y ancho del escenario.

Eso sí, los dos momentos más emotivos de la noche quedaron guardados para el final. Primero con la proyección maravillosa de la portada de "The dark side of the moon" en 3D —gracias a la ayuda de coloridos láseres ordenados justo en frente de la banda y sobre las cabezas de los asistentes a la ubicación más cara—; y posteriormente con la figura de Víctor Jara inmortalizada como telón de fondo musicalizada con "El derecho de vivir en paz".

"Comfortably numb" cerraría un viaje mágico, con Roger Waters como piloto.

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